En segundo lugar, el mesías establece la lealtad de sus discípulos no por pertenecer a una organización religiosa concreta sino por la relación directa con él (9: 49-50). Los discípulos encontraron a uno que expulsaba demonios en el nombre de Jesús. Se trataba de una obra poderosa y buena, pero los discípulos se lo impidieron porque no era de su club. Aquí – hay que reconocerlo – sí que recuerdan más a aquellos que creen en “una iglesia única y verdadera fuera de la cual no hay salvación”. Sin embargo, Jesús desaprobó de plano semejante conducta. Los enemigos de sus discípulos no son los que reconocen el señorío de Cristo por encima de cualquier otro sino los que pretenden tener la exclusividad y atacan a sus seguidores. Esa no es una conducta digna de los discípulos de Jesús.
En tercer lugar, el mesías ha venido a salvar y no a destruir (9: 51-56). Es verdaderamente lamentable que el relato aparezca cortado en pésimas traducciones modernas como la Nueva Versión Internacional, la Versión del Nuevo Mundo de los Testigos de Jehová y otras de un jaez semejante. Lucas relata cómo Jesús decidió descender a Jerusalén – afirmó el rostro, en realidad – y envió mensajeros que lo precedieran (9: 51-52). En ese camino, tenía que pasar por una aldea de samaritanos que se negaron a recibirlo. La reacción de Santiago (Jacobo) y Juan fue la de preguntar a Jesús si deseaba que ordenaran que descendiera fuego del cielo que aniquilara a los poco hospitalarios samaritanos. Jesús los reprendió, pero las versiones mutiladas de la Biblia omiten en el versículo 55: “y vosotros no sabéis de qué espíritu sois” y en el versículo 56: “porque el Hijo del Hombre no ha venido a perder las almas de los hombres sino para salvarlas”. Hay que reconocer que la mutilación del texto es grave porque se lleva por delante el mensaje central de Jesús a sus discípulos. Si creían que los que no escuchan deben ser destruidos con fuego – como el de las hogueras inquisitoriales, dicho sea de paso – es que no saben ni siquiera de qué espíritu son y no lo saben porque el mesías no vino a destruir sino a salvar. Ni a esenios ni a fariseos – mucho menos a los zelotes – les hubiera gustado aquel mensaje y aquel mesías, pero ése era el tipo de mesías, siervo sufriente de YHVH, entregado en expiación por los pecados del pueblo, que Jesús era. No se trataba de una mera discusión teológica. Era, en realidad, algo esencial para el destino de la Humanidad y para los discípulos de ese mesías como tendremos ocasión de ver.
CONTINUARÁ