Cuando los setenta regresaron, su alegría era inmensa tras la experiencia de haber contemplado que incluso los demonios eran incapaces de resistir el nombre de Jesús (10: 17). Semejante circunstancia llevó a Jesús a reconocer que el Diablo había padecido un impacto colosal (10: 18), algo totalmente comprensible dada la potestad que Jesús otorga a sus discípulos (10: 19). Sin embargo, eso no era lo relevante. Lo más importante es que sus nombres estaban escritos en los cielos (10: 20). La afirmación de Jesús es digna de reflexión. Sí, el Diablo retrocede donde avanza la predicación del evangelio. Sí, es cierto que los verdaderos discípulos de Jesús tienen una autoridad indescriptible frente a las fuerzas del mal. Sin embargo, lo importante no es esa circunstancia. Lo auténticamente relevante es que sus nombres están escritos en los cielos. Lo extraordinario, a fin de cuentas, es que existe una relación especial entre Dios y aquel que decide seguir a Jesús. Es una relación que no se puede comprar ni adquirir ni merecer. Es una relación que Dios otorga de pura gracia y que, por Su inatacable soberanía, puede iniciar con la gente más humilde y más sencilla mientras que en ella no entran aquellos que, humanamente, parecían más predispuestos para ello. No. El Espíritu de Dios sopla por donde quiere y hacia donde le parece y muestra a Dios a aquellos que desea (10: 21-22). Entonces es cuando comienza una relación íntima con Dios que escapa al poder de las palabras para ser descrita. Ahí se encuentra lo verdaderamente extraordinario, lo sobrecogedor, lo sublime. Es una gran dicha poder contemplarlo (10: 23) porque muchos, incluidos profetas, lo habrían deseado ver y no lo consiguieron. Y, sin embargo, Jesús no se perdía en elucubraciones como tendremos ocasión de ver pronto.
CONTINUARÁ