Marcos, muy posiblemente, recoge la predicación petrina ya que Marcos fue intérprete de Pedro al latín. Su finalidad es alcanzar a los los gentiles y, casi con toda seguridad, se forjó en un medio gentil que pudo ser Alejandría y quizá la Roma de la persecución. Se suele admitir de manera poco menos que unánime que fue escrito con casi absoluta certeza antes del año 70 d. C. Con todo, como iremos viendo, quizá fue el último evangelio, un evangelio escrito durante la persecución neroniana redactado después de los otros tres. Pero de esa cuestión nos ocuparemos más adelante. Baste ahora que nos detengamos en un solo aspecto.
En contra de lo que suele afirmarse, durante el siglo I, el cristianismo no se deformó a su contacto con distintos contextos culturales sino que, más bien, se enfrentó a ellos de manera resuelta. Hubiera sido fácil para Marcos comenzar la vida de Jesús haciendo referencia a una concepción milagrosa, a la realeza del mesías o a la naturaleza divina de Jesús. Sin embargo, eso hubiera podido interpretarse como una presentación de Jesús cercana a la de los emperadores romanos. Marcos quiso marcar las diferencias. Jesús no había sido un hombre que pretendió ser dios como Octavio, Tiberio, Calígula, Claudio o Nerón. Por el contrario, era el Dios que se había hecho hombre. No sólo eso. En lugar de ser un monarca al uso, era un siervo. Ninguna referencia a un nacimiento prodigioso, a genealogías, a glorias. Jesús era exactamente lo contrario de los emperadores y desafiaba a las autoridades religiosas y políticas. Un testigo ocular – Pedro – podía dar fe de ello y además lo haría demostrando que había aprendido las lecciones del maestro porque Pedro es mucho menor importante en Marcos que, por ejemplo, en Mateo. Todo ello además en una época en que los cristianos se enfrentarían con la primera persecución general y en que serían humillados, detenidos, torturados y ejecutados… igual que su maestro.