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Miércoles, 13 de Noviembre de 2024

Marcos, un evangelio para los gentiles (X): 6: 14-32

Viernes, 17 de Mayo de 2019

El ministerio público de Jesús venía desarrollándose desde hacía tiempo y aunque eran indudables las muestras de autoridad que se desprendían de sus actos y sus palabras, no era menos real que las cosas no se estaban desenvolviendo como muchos habrían esperado.  Jesús no sólo no se llevaba bien con las autoridades religiosas sino que estaba teniendo choques innegables con las mismas.  Para colmo, incluso había marcado distancias mediante el nombramiento de doce apóstoles que venían a constituir un paralelo con los doce patriarcas.  Con todo, no pasaba de ser un paso simbólico porque cuando se contemplaban las estructuras existentes, había que reconocer que todo seguía igual.  No se trataba únicamente del dominio romano que seguía igual sino también del sistema corrompido del templo que pretendía que ser hijo de Abraham era una cuestión racial-nacional en lugar de espiritual.  Por si alguien tenía dudas de que ése era el panorama bastaba con ver lo que había sucedido con Juan el Bautista.

Durante un período que debió rondar aproximadamente medio año, había surgido en el desierto anunciando el arrepentimiento y llamando a la gente a simbolizar ese regreso a Dios mediante una inmersión – no otra cosa significa bautismo – en agua.  Pero había durado poco.  En un momento determinado, no sólo había cuestionado los cimientos de las creencias de muchos sino que además se había atrevido a apuntar a la inmoralidad de Herodes que quebrantaba públicamente la Torah al tomar a la esposa de su hermano Felipe (6: 17-18).  Flavio Josefo señala que Herodes temía que Juan acabara provocando un alzamiento y esa versión no es incompatible con la de los evangelios sino que la complementa.  Las críticas morales de Juan el bautista podían acabar provocando una reacción negativa de la gente cuya manifestación resultara incómoda para Herodes.  Con todo, el factor decisivo fue Herodías, su mujer, a la que las palabras de Juan resultaban más que desagradables (6: 19).  Al final, como siempre que chocan el profeta y el tirano, el primero acabó sufriendo las consecuencias y, en este caso, terminó en una de las fortalezas que Herodes el grande había construido en el desierto (6: 17).  También sucedió que el tirano se sentía impresionado por la gallardía de un profeta al que no se atrevía a eliminar y cuyas palabras le hacían reflexionar (6: 20).  No es un caso excepcional en la Historia. 

En 1933, Hitler llegó al poder y uno de los personajes que se atrevió a alzar la voz con mayor gallardía frente a su política fue un pastor evangélico llamado Martin Niehmoller.  La Gestapo lo detuvo, pero la administración de justicia todavía no estaba controlada totalmente por los nazis y Niehmoller fue absuelto.  Salía a la calle, cuando un automóvil de la Gestapo volvió a detenerlo y lo llevó a prisión.  Hubo voces que se alzaron contra aquel acto de arbitrariedad entonces no tan común.  La respuesta de Hitler fue señalar que Martin Niehmoller era “mi prisionero particular” y la negativa a dejarlo en libertad.  Durante los años siguientes, Niehmoller fue pasando de lugar de reclusión en lugar de reclusión acompañado únicamente de una Biblia de bolsillo de la que le privaron en alguna ocasión y por poco tiempo.  Sin embargo, Hitler ni lo mató ni lo liberó y, de hecho, Niehmoller sobrevivió al régimen.  Quizá hubiera sucedido lo mismo con Juan si la malquerencia se hubiera debido sólo a Herodes y no a Herodías.  Pero Herodías estaba decidida a matar a Juan y, finalmente, lo consiguió mediante la danza de su hija (6: 21-28).  El episodio ha dado lugar a multitud de recreaciones literarias que, por regla general, no han sido fieles al austero texto bíblico.  Sin complicaciones románticas, Marcos cuenta cómo Herodes acabó cediendo a una conspiración estúpida y doméstica en la que el sentido del ridículo pudo más que la vida de un inocente que, por añadidura, era un profeta de Dios.  No sería mal ejercicio preguntarse cuántos profetas de Dios fueron eliminados o perseguidos con saña por seres de la misma baja estofa moral de Herodías con la colaboración inestimable de seres cobardes y débiles como Herodes.

La ejecución de Juan fue seguida por la sepultura que llevaron a cabo los que todavía lo seguían (6, 29) y resulta enormemente interesante la manera en que Marcos antecede y concluye el relato de este sobrecogedor episodio.  El prólogo es el anuncio de que Herodes, al escuchar noticias sobre Jesús, concluye que, seguramente, es Juan, pero si no lo es, no pasará de ser otro profeta al que se pueda dar muerte con facilidad (6: 14-16). 

La conclusión es que Jesús recibió entonces a sus discípulos que regresaban de su misión evangelizadora (6: 30).  Desde la perspectiva de Dios, la muerte de Juan no había sido un fracaso sino un jalón de un proyecto cuya grandeza se escapa al ser humano.  Su propósito seguía adelante y la prueba era que Jesús se preocupaba porque sus discípulos, lejos de caer en un activismo continuo, pudieran descansar tras la tarea (6: 31-32).  Dios recibe en Su seno a los profetas ejecutados, pero también se ocupa de dar reposo a sus siervos tras la tarea.

CONTINUARÁ       

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