Jueves, 28 de Marzo de 2024

Marcos, un evangelio para los gentiles (XI): 6: 33-44

Viernes, 24 de Mayo de 2019

En la última entrega, tuvimos ocasión de ver cómo Jesús había intentado que sus discípulos regresaran tras la misión de predicar el Reino por Galilea.  El intento resultó fallido porque la gente captó la presencia de Jesús y de sus discípulos y los siguieron.  Semejante circunstancia podría haber provocado reacciones distintas en los maestros del mundo pagano.  Algunos lo habrían aprovechado para sacar dinero a los aspirantes a discípulos o simples oyentes.  Parece justo – dirían – que quienes se benefician de algo lo paguen y más si se trata de la sabiduría.  Otros habrían canalizado semejante entusiasmo para su beneficio político y, ciertamente, Jesús tuvo semejante oportunidad.  La verdad es que, por regla general, la respuesta arranca de lo que se abriga en el interior.  El codicioso, el ambicioso, el envidioso extraen lo que hay en su alma y actúan en consecuencia.  Jesús también actuó de esa manera y lo que surgió fue compasión (6: 34). 

La palabra española “compasión” es pobre en relación con la griega original.  El término griego hace una referencia a las entrañas.  La compasión no es un sentimiento de lástima, un pesar blando, una lagrimita caída viendo las imágenes de niños de vientres hinchados.  La compasión es que a uno se le remueven las entrañas viendo la situación que tiene antes los ojos.  Eso fue lo que le sucedió a Jesús.  Podría haber despedido a la gente alegando – con bastante razón – que los apóstoles estaban agotados tras una actividad intensa.  Podría haber señalado – también con mucha razón – que tenían derecho a reposar de las masas.  Sin embargo, a Jesús se le removieron las entrañas al ver a aquella gente que eran como ovejas sin pastor, es decir, gente expuesta no sólo a ir por los más extraviados vericuetos sino a ser despedazada por los depredadores y decidió actuar.  Lo hizo enseñando.  Podía haberse sumado a los lamentos de la gente, pero optó por enseñarles y enseñarles muchas cosas.  Sin embargo, su enseñanza no fue como la de los maestros profesionales del paganismo.  Cuando el día avanzó, no aceptó la propuesta de los discípulos de despedir a aquellos que lo habían escuchado posiblemente durante horas.     

Aquella gente tenía necesidades espirituales innegables, pero también precisaba satisfacer sus necesidades materiales.  Para Jesús, también sus seguidores debían enfrentarse con esas necesidades (6: 37).  De manera comprensible, los discípulos le comentaron que no era posible por la sencilla razón de que no tenían medios.  Jesús no les proporcionó otros.  Simplemente, tomó lo que tenía y con ello dio de comer a las gentes.  No sólo les dio de comer.  Incluso sobró (6, 42-43).   

Este pasaje resulta especialmente revelador.  Jesús es el que enseña y también da de comer; es el que siente compasión por la necesidad espiritual y también por la material; es el que quiere que sus discípulos aprendan enseñanzas espirituales y también las pongan en práctica compartiendo lo poco que puedan tener; es el que tomará lo poco que haya y también lo multiplicará porque las matemáticas del Reino no son las de los libros de aritmética.  Jesús fue más que un maestro de moral, más que un filósofo al uso, más que un referente del mundo pagano.  Lo que relataba Marcos partiendo de un testimonio ocular lo iba dejando de manifiesto.

CONTINUARÁ

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