En primer lugar, queda de manifiesto la incompetencia de los discípulos (9, 14-18). Un desdichado padre, ansioso de ver la liberación de su hijo, había comprobado que los seguidores de Jesús no habían logrado hacer nada para aliviar ese sufrimiento.
En segundo lugar, Jesús no justificó a sus seguidores atribuyendo su fracaso a que no los entendían, a que era el tiempo que vivían o a que todos tenemos defectos. Si habían fracasado al enfrentarse con el problema era, pura, lisa y llanamente, por falta de fe (9, 19). Esta enseñanza de Jesús resulta enormemente relevante porque proporciona la clave para comprender los fracasos y las traiciones del cristianismo a lo largo de la Historia. La creación de una institución profundamente criminal como la Inquisición derivó, sustancialmente, de una falta de fe. Ni papas ni obispos ni clérigos creían que su mensaje pudiera sostenerse por si mismo. Por ello, decidieron imponerlo a sangre y fuego e incluso en el Manual de inquisidores se indica que la misión de la institución era sembrar el terror “para que teman”. En el fondo, a pesar de la soberbia eclesial, lo que había era una profunda incredulidad, una inmensa falta de fe. No creían simplemente en que su mensaje pudiera imponerse sin la violencia.
No deja de ser curioso que uno de los tratados de Bartolomé de las Casas estuviera dedicado a que había que comunicar el mensaje religioso del catolicismo a los indios sobre la base de la persuasión y no de la coacción. No captaba el pobre dominico que era imposible que aceptaran su súplica por la sencilla razón de que no creían en que la predicación pudiera imponerse sin la violencia. Naturalmente, esa desgracia derivada de la incredulidad se ha extendido en todas las direcciones y no sorprende que Jesús lo considerara como algo insoportable (9, 19).
En tercer lugar, Jesús señala cuál es la clave para salir de esa crisis terrible – en ocasiones sanguinaria – que procede de la falta de fe. No puede ser otra que creer porque todo es posible para aquel que cree (9, 23). A fin de cuentas, la fe es la mano extendida que recibe lo que Dios ofrece. No sorprende que el padre del joven pidiera a Jesús que ayudara su falta de fe (9, 24).
En cuarto lugar, Jesús rehuyó la espectacularidad. Sí, es cierto, liberó al joven del dominio demoniaco, pero casi deprisa y corriendo para evitar el show (9, 25). Se puede creer o no que determinados milagros en ciertos sitios son reales o no, pero de lo que no puede caber la menor duda es de que si se ha organizado como un santuario al que se acude sobre la ola de la propaganda, con toda certeza, no hay nada de cristiano en esa actitud. Es más. Resulta totalmente contraria a la conducta de Jesús.
En quinto lugar, Jesús señala las razones del fracaso de sus seguidores. Además de la falta de fe, no eran gente de ayuno y oración (9, 29). Es triste que, a lo largo de la Historia, en la lucha contra las potencias demoníacas, muchos – incluso denominados santos – se caracterizaron más por la incredulidad y la violencia que intentaba suplirla que por el ayuno y la oración, la fe y la fidelidad a las enseñanzas de Jesús.
Finalmente, hay un colofón en el relato de Marcos que resulta esencial. Al final, todo se basa en el hecho de que el Hijo del hombre – el mesías divino – se sacrificará por el pecado del género humano (9, 31). Es algo que muchos no entienden como tampoco lo entendieron sus discípulos y en su incomprensión espiritual es fácil caer en la incredulidad e incluso en ocultar ésta incluso con la coacción y la violencia (9, 32). Sin embargo, se trata de algo esencial. El sacrificio de Jesús en la cruz es lo que abre a los seres humanos la posibilidad no sólo de salvarse sino de enfrentarse con las potencias demoníacas. Ese sacrificio no puede ser comprado, adquirido, merecido. Se recibe a través de la fe o, simplemente, se pierde.
CONTINUARÁ