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Viernes, 15 de Noviembre de 2024

Marcos, un evangelio para los gentiles (XVIII): 10: 35-52

Viernes, 26 de Julio de 2019

Marcos ha dejado de manifiesto en los episodios anteriores cómo hay que seguir a Jesús – mucho más que un maestro – lo que puede implicar seguirlo y cómo ese seguimiento no es, en última instancia, más que el deseo vivo e inocente de tomarlo como ejemplo para todo.  Precisamente porque Jesús ha expresado con enorme claridad algo tan esencial nos llama la atención que Santiago y Juan fueran impermeables a su enseñanza y siguieran empeñados en su propia visión.  Como diría un castizo, Jesús podía decir lo que quisiera, que Santiago y Juan seguían a su bola y su bola era clara, en el gobierno del mesías en Jerusalén querían las carteras principales (10, 35-37).  Resulta difícil evitar la sensación de que Jesús tuvo que hacer un enorme acopio de paciencia para no soltar un improperio al escuchar sus pretensiones.  De hecho (10, 38), la referencia a no sabéis lo que pedís y, por enésima vez, a cuál sería el final del mesías parece un intento de Jesús de colocarlos en el lugar donde puedan reflexionar.  Claro que ni Santiago ni Juan estaban por la reflexión sino por la ambición y respondieron que podían aceptar cualquier cosa que les allanara el camino del poder (10, 39).  La respuesta de Jesús suena, a la vez, cariñosa y triste.  Sí, claro que acabarían pasando por lo mismo que él (10, 39), pero eso no les garantizaría una cartera mejor en el gobierno (10, 40). 

Como era de esperar, los otros diez se sintieron indignados al ver cómo Santiago y Juan los puenteaban intentando obtener un cargo mejor (10, 41).  La enseñanza que Jesús impartió en ese momento es de una enorme relevancia y resulta lamentable que no sea de las más predicadas.  La solución de los problemas cotidianos y de los eternos no se encuentra en la política ni en aquellos que gobiernan sino en el Reino de Dios.  Los que gobiernan, en realidad, dominan (10, 42), pero los discípulos de Jesús no deben enfocar así su existencia.  Su vida no debe centrarse en mandar sino en servir y, de hecho, el más grande es el que más sirve (10, 43-44) porque, de hecho, esa es la conducta del Hijo del hombre, del siervo de YHVH, del mesías, de Jesús (10, 45).  Algunos comentaristas consideran que este versículo es la clave y el centro de todo el evangelio de Marcos y es más que posible que tengan razón.  Sólo esa actitud que no cree que lo esencial es el dominio sino el servicio hasta la muerte permitió consumar la obra de salvación y sólo de ella pueden derivar los seres humanos alguna esperanza.   Por supuesto, a lo largo de los siglos seguirán sumándose los que piensan que la mejor manera de servir a Dios es encaramarse a situaciones de poder e incluso muchos puede que lo crean de buena fe, pero la enseñanza de Jesús es bien clara al respecto: sólo el servicio desinteresado puede ayudar al género humano.

En ese sentido, el relato que Marcos sitúa a continuación es de enorme relevancia.  Muchos pueden pensar que alguien empeñado en el servicio, en rechazar el poder, en colocarse a la altura de los demás poco o nada puede hacer.  A lo sumo, es un idealista que acabará solo o peor.  Sin embargo, la historia del ciego Bartimeo deja de manifiesto que no es así.   Fue ese mismo Jesús el que dejó claro a sus discípulos que su visión nacionalista y de poder no era el camino el que escuchó al ciego Bartimeo y lo curó (10: 46- 51).  Era el Hijo de David y demostró que lo era.  La única manera de recibir todavía sus bendiciones es, como en el caso del ciego, reconocer la absoluta incapacidad personal y la carencia de méritos y la de tender la propia fe como una mano que espera recibir lo que no se le debe porque todo lo que viene de Dios es pura e inmerecida gracia.  Fue lo que sucedió con Bartimeo – que comenzó a seguir entonces a Jesús – y es lo que puede suceder con cualquiera.  Implica pasar de la ceguera a la vista, de las tinieblas a la luz, de creerse con méritos a reconocer que no se tiene ninguno y que la salvación es sólo por la fe, de ansiar poder a desear servir.  Difícilmente, podíamos haber llegado a mejor punto del evangelio para interrumpir durante unas semanas su exposición.

CONTINUARÁ

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