Como era de esperar, los otros diez se sintieron indignados al ver cómo Santiago y Juan los puenteaban intentando obtener un cargo mejor (10, 41). La enseñanza que Jesús impartió en ese momento es de una enorme relevancia y resulta lamentable que no sea de las más predicadas. La solución de los problemas cotidianos y de los eternos no se encuentra en la política ni en aquellos que gobiernan sino en el Reino de Dios. Los que gobiernan, en realidad, dominan (10, 42), pero los discípulos de Jesús no deben enfocar así su existencia. Su vida no debe centrarse en mandar sino en servir y, de hecho, el más grande es el que más sirve (10, 43-44) porque, de hecho, esa es la conducta del Hijo del hombre, del siervo de YHVH, del mesías, de Jesús (10, 45). Algunos comentaristas consideran que este versículo es la clave y el centro de todo el evangelio de Marcos y es más que posible que tengan razón. Sólo esa actitud que no cree que lo esencial es el dominio sino el servicio hasta la muerte permitió consumar la obra de salvación y sólo de ella pueden derivar los seres humanos alguna esperanza. Por supuesto, a lo largo de los siglos seguirán sumándose los que piensan que la mejor manera de servir a Dios es encaramarse a situaciones de poder e incluso muchos puede que lo crean de buena fe, pero la enseñanza de Jesús es bien clara al respecto: sólo el servicio desinteresado puede ayudar al género humano.
En ese sentido, el relato que Marcos sitúa a continuación es de enorme relevancia. Muchos pueden pensar que alguien empeñado en el servicio, en rechazar el poder, en colocarse a la altura de los demás poco o nada puede hacer. A lo sumo, es un idealista que acabará solo o peor. Sin embargo, la historia del ciego Bartimeo deja de manifiesto que no es así. Fue ese mismo Jesús el que dejó claro a sus discípulos que su visión nacionalista y de poder no era el camino el que escuchó al ciego Bartimeo y lo curó (10: 46- 51). Era el Hijo de David y demostró que lo era. La única manera de recibir todavía sus bendiciones es, como en el caso del ciego, reconocer la absoluta incapacidad personal y la carencia de méritos y la de tender la propia fe como una mano que espera recibir lo que no se le debe porque todo lo que viene de Dios es pura e inmerecida gracia. Fue lo que sucedió con Bartimeo – que comenzó a seguir entonces a Jesús – y es lo que puede suceder con cualquiera. Implica pasar de la ceguera a la vista, de las tinieblas a la luz, de creerse con méritos a reconocer que no se tiene ninguno y que la salvación es sólo por la fe, de ansiar poder a desear servir. Difícilmente, podíamos haber llegado a mejor punto del evangelio para interrumpir durante unas semanas su exposición.
CONTINUARÁ