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Jueves, 14 de Noviembre de 2024

Marcos, un evangelio para los gentiles (XX): 12: 13-44

Domingo, 15 de Septiembre de 2019

La siguiente sección de Marcos vuelve a enhebrar episodios que muestran hasta qué punto el sistema espiritual del judaísmo del Segundo templo estaba muerto – y era impresionante, todo hay que decirlo – porque decidió rechazar los propósitos de Dios y aferrarse a su propia visión.  Las dos controversias de Jesús que aparecen a continuación – la relativa al tributo y a la resurrección – nos muestran el carácter estéril, pero no por ello de escasa relevancia de las disputas teológicas del sistema.  Se podía discutir sobre si era lícito pagar el tributo al césar y de paso intentar atrapar a Jesús en la respuesta, pero semejante discusión pasaba por alto lo esencial que es que a césar hay que devolverle lo que da, pero lo mismo sucede con Dios (12, 13-17).  Cuando en lugar de devolver – el término griego exacto – dejamos que el estado se lleve todo… ay, no actuamos como Dios – el único al que nunca podremos devolverle todo - quiere.  Los que no se han percatado de ese devolver y su significado andan pero que muy despistados, por ejemplo, cuando deciden apoyar la independencia catalana como ese obispo de Solsona, pagado, por cierto, con el dinero que la Agencia tributaria saca de los bolsillos de los españoles.

     Claro que el judaísmo del segundo templo no andaba solo despistado en la cuestión de las relaciones con el poder sino también en relación con Dios y la manera que actúa en el mundo.  La pregunta sobre la resurrección (12, 18-27) pone de manifiesto a esas castas religiosas que son demasiado humanas porque, en realidad, no creen en el poder de Dios ni conocen la Biblia (12, 24).  ¿Acaso no es lo que vemos en esos obispos que no confían en el poder de Dios sino en sus relaciones con los políticos?  ¿Acaso no es lo que percibimos en esos políticos que dicen que son cristianos, pero que, a la hora de la verdad, actúan como los peores paganos?  ¿Acaso no es la realidad cotidiana de esas organizaciones supuestamente apostólicas, pero, en realidad, rezumantes de codicia y ambición y más fiadas en sus intrigas que en la acción de Dios?  Al fin y a la postre, todos ellos dejan de manifiesto que desconocen las Escrituras y quién es Dios.  No saben que Dios no es un Dios de muertos – como ellos – si no de vivos. 

    En medio de sistemas como esos – lo fue el judaísmo del segundo templo, lo es ahora, por ejemplo, la iglesia católica – lo más importante queda orillado.  Ciertamente, algunos saben que el primer mandamiento es amar a Dios sobre todas las cosas y que el segundo es amar al prójimo como a uno mismo y, al saberlo, no están lejos del reino de Dios (12, 28-34), pero la verdad es que constituyen la excepción en medio de una masa no pocas veces paganizada por la ceguera espiritual y una jerarquía que se comporta como quien no conoce en absoluto a Dios entregada por completo a la lucha por el poder y a amasar riquezas. 

      En todos y cada uno de los casos, siempre aparece lo mismo.  Jesús el mesías no recibe la honra que debe.  Si antes, no pocos judíos eran incapaces de comprender quién era realmente Jesús tal y como señalaban las Escrituras (12, 35-37), ¡cuántos ahora no han colocado a Cristo detrás de vírgenes y santos, de maestros y papas, de obispos y demás charlatanes!  Sí, es cierto que pronuncian largas oraciones, pero ¿en cuántos casos la finalidad no es despojar incluso a los más necesitados para mantener en pie su tinglado religioso sin percatarse de que su condenación será especialmente severa? (12, 38-40).

     Al final, ese sistema jerárquico, que busca fundamentalmente aumentar su poder y su influencia, que gusta de acumular riqueza y boato, que no tiene empacho en desconocer las Escrituras y el poder de Dios, que se mueve por intereses y no por principios, impide ver en medio de todo su oropel que Dios busca corazones entregados aunque poco puedan dar materialmente como fue el caso de la viuda a la que alabó (12, 41-44).  Por supuesto, esos sistemas espirituales se consideran verdaderos e incluso los únicos verdaderos, pero, espiritualmente, son un fraude y, sobre todo, resultan malignos.  En su centro no está Dios sino los hombres; no está la Biblia sino las tradiciones que no pocas veces la contradicen; no se ama al prójimo sino que se lo utiliza.  Esos sistemas nunca escapan del juicio de Dios como relatará Marcos en la próxima sección.

CONTINUARÁ    

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