Por supuesto, había gente a la espera de ese mundo maravilloso en que Israel trituraría a los no-judíos, pero esa visión nada tenía que ver con el mensaje de Jesús. A decir verdad, además de la diferencia innegable, la realidad era tan extraordinaria que cualquier persona con algo entre las orejas se aferraría a ella de la misma manera que lo haría alguien que se encontrara un tesoro extraordinario.
Sin embargo, esa realidad radiante no implicaba el cerrar los ojos ante circunstancias de no menor relevancia relacionadas con la vida del Reino. Por ejemplo, a los profetas los ejecutan no pocas veces (14: 1-12). Por supuesto, realizan anuncios que arrojan inmensa luz sobre la realidad e incluso reúnen en pos de si a gente que desea saber más de Dios, pero no es menos cierto que los poderes establecidos los aborrecen. Esa luz que ilumina también descubre la podedumbre del poder. Por ejemplo, deja de manifiesto que un monarca que presume de ser piadoso y ayudar a los dirigentes religiosos no pasa de ser un sujeto corrupto que permite que comprendamos la decadencia de una sociedad (14: 3-4). En esas ocasiones, el poder establecido busca acabar con el profeta y lo consigue no pocas veces. Por supuesto, también teme que aparezca un profeta semejante a aquellos que ha logrado eliminar (14: 1-2).
No es menos real que los medios de que dispone el pueblo de Dios son limitados, incluso muy limitados (14: 13-21). Ante esas limitaciones, Dios no espera ni que los seguidores del mesías se amilanen alegando que carecen de medios (14: 15-17) ni tampoco que se pongan a saquear al prójimo con la idea de que así avanzarán el Reino. Ante esa circunstancia innegable, Jesús promete que se valdrá de lo poco que haya y que lo multiplicará (14: 18-21). Es terrible la manera en que el mensaje de Cristo se ha prostituido a lo largo de los siglos por la sencilla razón de que se ha buscado de la manera más carente de honradez sumar medios. Sin embargo, la cuestión no es si aumentamos los recursos – algo relativamente fácil si uno se acuesta con el poder o si engaña a los tontos de siempre – sino más bien si estamos dispuestos a entregar lo poco que tenemos a Jesús.
Finalmente, la tercera circunstancia es la que nos plantea si vamos a aferrarnos con fe a la mano de Jesús o sólo veremos los aspectos negativos y nos hundiremos (14: 30).
Todas estas circunstancias son esenciales a la hora de vivir la vida del discípulo. El hecho de que Jesús haga milagros, curiosamente, no las varía. No lo hizo cuando multiplicó panes y peces o cuando anduvo sobre la mar y los que, históricamente, han enfatizado tanto el milagro es más que posible que no hayan entendido mucho del Reino de Dios. Lo que implica un verdadero cambio es entregar todo lo que se tiene a sabiendas de lo poco que es, es disponerse a caminar sobre las olas porque Jesús es quien llama aunque ruja la tempestad, es suplicar para que la fe pequeña que tenemos aumente. Esa es la realidad del Reino, una realidad – como veremos en el próximo capítulo – que es cuestionada de manera frontal por los que se empeñan en presentarse como los representantes de Dios en la tierra.
CONTINUARÁ