Espartero tenía dos metas bien definidas. En primer lugar, Implantar un orden constitucional de carácter verdaderamente liberal y, en segundo, iniciar reformas liberales en el plano económico. No tuvo éxito en ninguna de las dos áreas. La razón, como tantas otras veces en la Historia de España, estuvo en el inmenso poder de sus adversarios que, en su caso, concreto fueron, fundamentalmente, dos: las oligarquías regionales y la iglesia católica. La pantalla política fue la oposición de los denominados moderados – uno de ellos, el general O´Donnell se sublevó en 1841 – que no veían con buenos ojos las reformas progresistas. En 1842, como muestra clara de la oposición con la que iba a chocar el intento de articular un estado liberal, se produjo el alzamiento de Barcelona. La razón no era otra que oponerse a las medidas liberales de Espartero. Como en otras ocasiones, España iba a verse sometida a circunstancias económicas y sociales de enorme gravedad por satisfacer a las oligarquías catalanas. Durante siglos, esas oligarquías han conseguido mantener un sistema proteccionista que las favorecía al convertir el mercado español en cautivo, pero que causaba un daño enorme al conjunto de España. Las razones de ese perjuicio son diversas. En primer lugar, ese proteccionismo favorable a las oligarquías catalanas perjudicaba las exportaciones nacionales que eran víctimas de las represalias de otros países que no podían exportar a España. En segundo lugar, ese proteccionismo, eliminando la competencia externa, encarecía el consumo interno que quedaba marcado por las oligarquías de Cataluña. En tercer lugar, la existencia de ese mercado cautivo impidió el desarrollo de una industria nacional competitiva. Finalmente, en cuarto lugar, ese proteccionismo reafirmaba aún más el peso de las oligarquías catalanas que se ocupaban de no tener rivales tampoco a escala nacional. Espartero deseaba obviamente acabar con situaciones como ésas mediante una liberalización del mercado. La reacción de las oligarquías catalanas fue instigar un alzamiento armado en defensa de sus intereses particulares. En paralelo y mientras las oligarquías de Cataluña intentaban introducir una cuña entre aquellos que amenazaban sus intereses, la iglesia católica llegó a un acuerdo con los moderados. Semejante acuerdo implicaba traicionar en no escasa medida a los carlistas, pero, en esta ocasión como en otras anteriores o posteriores, la iglesia católica antepuso sus intereses a la fidelidad a las alianzas. El sacrificio de los carlistas quedaría más que compensado por la alianza con el nuevo gobierno. Cuando el general catalán Prim se sublevó en Barcelona, a su acto abiertamente ilegal se sumaron otras ciudades impulsando a Espartero a disolver las Cortes. Los últimos partidarios del Regente se pasaron al enemigo en Torrejón de Ardoz. Espartero había sido expulsado de la vida política aunque, a decir verdad, se trataba no de un adiós sino de un hasta luego.
El panorama nacional no podía ser más revelador. Con el siglo XIX cercano a su ecuador, España seguía sin ser una nación de ciudadanos libres e iguales; seguía sin contar con un sistema constitucional digno de tal nombre y seguía sin articular un estado totalmente separado del Antiguo Régimen. En esa batalla – perdida por la modernidad – la iglesia católica había sufrido una derrota no total, la de la desamortización, que había sido más tardía que en otras naciones europeas y que no se había traducido en la separación de la iglesia y del estado. Sin embargo, al mismo tiempo, había ido articulando resortes de poder – el carlismo, los regionalismos, la alianza con los moderados, las intrigas en la corte… - que impedían directamente la transformación de España en una nación de ciudadanos libres e iguales. En el curso del nuevo reinado, la iglesia católica no sólo lograría dar nueva forma legal a un conjunto de privilegios sino que, por añadidura, obtendría concesiones económicas de extraordinaria importancia y seguiría articulando nuevos instrumentos para impedir la vertebración de España.
CONTINUARÁ