Suele recordarse del reinado de Felipe III, la expulsión de los moriscos - de la Corona de Aragón, salieron unos 200.000 (20 por ciento de la población) y de Castilla, unos 100.000 – y la aparición de la institución del valido, una especie de primeros ministros “avant la lettre” que se ocupaban de las grandes tareas de Estado en delegación del rey y que se vio acompañada, por regla general, por una terrible lacra como fue la corrupción. Por el contrario, se pasan por alto otros dos hechos no menos relevante. El primero, en el interior, fue el intento de que todas las regiones españolas, y en especial Cataluña, contribuyeran a la carga común – adelantemos que no lo consiguió – y el segundo, en el exterior, el paso a una política más realista, la misma que deseaba llevar a cabo el denominado “partido liberal” de la corte de Felipe II y a la que se opuso, encarnizadamente, el monarca. Así, Felipe III pretendió llegar a una coexistencia pacífica con la Europa protestante lo que se tradujo, por ejemplo, en la paz de Londres con Jacobo I (1604) o la tregua de los Doce años (1609) en que reconocía la independencia de Holanda. Huelga decir lo que esto habría significado unas décadas antes; huelga decir también que era imposible de plantear ante un monarca infectado de fanatismo católico como era Felipe II. Felipe III incluso llegó a la paz con Francia, un paso este último sellado con el matrimonio del delfín Luis con Ana de Austria y de Felipe (IV) con Isabel de Borbón.
Ese pacifismo regio no estuvo desprovisto, por otro lado, de pragmatismo. Así, al mismo tiempo, Felipe III intentó contener al islam vg: el general Octavio de Aragón expulsó a los turcos de Malta e incluso dando un ejemplo de inteligencia geo-estratégica, en 1619, Felipe III pensó en una liga hispano-franco-inglesa contra los turcos aunque no llegó a materializarse.
Ese pragmatismo no evitó, desde luego, ni la acción de la Inquisición ni los efectos de que la iglesia católica controlara la vida nacional, pero el hecho de que caracterizara la política internacional permitió la prolongación, sin excesivos problemas, de la hegemonía española. Fue – no cabe engañarse – un simple ir tirando ya que no pocos de los grandes problemas – comenzando por los internos como el trato fiscal privilegiado que recibía Cataluña a costa de Castilla - quedaron sin solucionar y acabaron haciendo acto de presencia con toda su virulencia durante el reinado siguiente. Sería durante el mismo cuando el modelo de defensa de la Contrarreforma, que tanto daño había ya causado a España, arrastró a la nación al colapso.
CONTINUARÁ