La diferencia de España con otras naciones constituye uno de los temas más manidos de la Historia y la ensayística. Por razones generalmente interesadas, se ha insistido en que España es diferente –para lo bueno como "reserva espiritual de Occidente", para lo malo como nación especialmente atrasada– o, por el contrario, en que la diferencia no existe para subrayar que no somos peores que ingleses o franceses o para indicar que, en el fondo, todos somos iguales. Que España es diferente constituye una perogrullada. Lo es como lo son Italia, Francia o Alemania. Que esa diferencia es, en ocasiones, para bien y, en otras, para mal, no puede tampoco discutirse. Es obvio que su trayectoria es mejor que la de, pongamos, Uganda, pero no ha sido especialmente feliz durante siglos y en estos momentos no vive sus mejores momentos. Negar la diferencia atribuyéndola a una supuesta "hispanofobia" no pasa de ser una necedad colosal fruto de una ceguera propia de la ignorancia y el prejuicio. España ha sido y es diferente fundamentalmente por su mentalidad; por más que no sea única en esa mentalidad ya que comparte muchos aspectos de la misma con otras naciones que han tenido desarrollos históricos con interesantes –y previsibles– paralelos. Pero, sobre todo, resulta esencial comprender que esa mentalidad deriva de un hecho tan esencial como la opción religiosa que cristaliza en España de manera innegable en un período que va de la Expulsión de los judíos en 1492 a los primeros autos de fe con quemas de protestantes ya en el siglo siguiente. En ese período, los gobernantes españoles optaron por una posición clara y definida y eso influiría enormemente no sólo en el terreno religioso – como cabría esperar – sino en la conformación de una mentalidad concreta que ha llegado hasta el día de hoy y que ha ido modelando incluso instancias en apariencia tan distantes del catolicismo como la configuración de la izquierda[1]. De hecho, España –como Italia, como Portugal, como Irlanda, .– quedó fuera del cambio de mentalidad que significó la Reforma protestante lo que tuvo enormes consecuencias que trascendieron del fenómeno religioso y modelaron la sociedad, la economía y la política.
En términos meramente históricos y religiosos, la Reforma del siglo XVI significó un deseo decidido, ferviente y entusiasta de regresar a la cosmovisión de la Biblia, una cosmovisión diferente de la que presentaba el catolicismo romano que, al menos desde el siglo IV, había ido sumando otros elementos procedentes del derecho romano, la filosofía griega y las culturas germánicas. La Reforma –como el Renacimiento– intentó pasar por alto la Edad Media y regresar a lo que consideraba una pureza primigenia corrompida desde hacía siglos. Como en el caso del Renacimiento, lo que logró no fue un regreso – imposible, por otra parte, a la Edad Antigua - sino algo distinto, pero con un enorme poder de atracción y de sugestión.
Por el contrario, la actitud de España hacia la Biblia no pudo ser más radicalmente distinta. Ha sido Ángel Alcalá, profesor de la Pontificia de Salamanca y del Seminario de Zaragoza, quien lo ha expresado con especial claridad al afirmar: “España no fue nunca un pueblo de la Biblia. Los poquísimos e incompletos manuscritos medievales de biblias romanceadas y las exiguas traducciones de la Escritura que vieron la luz en España en los siglos XIII al XV no autorizan a pensar que predominara en ella la tendencia de los lectores, siempre pocos por supuesto, a conocer la “palabra de Dios”[2]. Tras detallar cómo la hipótesis de la Vetus latina y algunas traducciones parciales “no invalidan esta afirmación”, Alcalá concluye afirmando que “en nada ayudó, por cierto, que los Reyes Católicos, casi a la vez y por no dispares motivos, prohibieran la Biblia en lengua vulgar y decretaran para los judíos el bautismo y la expulsión”[3]. No sorprende que, a continuación, cuando Alcalá tiene que mencionar a un autor que verdaderamente amara la Biblia, tenga que citar al protestante Francisco de Enzinas.
España nunca fue, para desgracia suya, un pueblo de la Biblia. Se reafirmó en esa posición expulsando a los judíos y exterminando a los partidarios de la Reforma. El resultado no tuvo sólo consecuencias confesionales sino otras de enorme relevancia. De entrada, su visión del trabajo, a la que me referiré en la próxima entrega, no pudo verse más alterada.
CONTINUARÁ
[1] Para bibliografía sobre la Reforma protestante del siglo XVI, vid supra, pp. .
[2] Ángel Alcalá, Literatura…, p. 60.
[3] Idem, Ibidem, p. 61.