En 1672, Luis XIV invadió la protestante Holanda con el apoyo de España. Los holandeses resistieron encarnizadamente hasta el punto de inundar algunas partes de su país abriendo las esclusas que contenían el mar. En 1678, concluyó la guerra siendo España la gran derrotada al perder el Franco condado y catorce plazas fronterizas en Flandes.
La situación de predominio francés, especialmente a costa de España, experimentó un importante cambio en 1686 cuando el emperador Leopoldo I constituyó la Liga de Augsburgo para defenderse de las agresiones de Luis XIV. En la citada Liga ingresaron España y Suecia y en 1688, Guillermo de Orange, monarca constitucional inglés. De manera bien significativa, España se libró de ser totalmente descuartizada gracias a la alianza con potencias protestantes y en combate con una potencia católica, Francia, apoyada expresamente por el papa. En 1697, tras un prolongado período bélico, Luis XIV se vio obligado a devolver sus conquistas a España. Semejante paso vino facilitado por el hecho de que el monarca francés ya soñaba con que un descendiente suyo ocupara el trono español al no tener hijos Carlos II.
Cuando el 1 de noviembre de 1700, falleció Carlos II sin descendencia tanto el archiduque Carlos de Austria como Felipe de Anjou ya eran candidatos a sucederle. En ambos casos, el destino de España era verse volcada hacia uno u otro de los sistemas de poder continentales. Existió una alternativa de compromiso - José Fernando de Baviera – pero se frustró al morir éste. Finalmente, Carlos II testó a favor de Felipe de Anjou y éste, nieto de Luis XIV, fue aceptado inicialmente por unanimidad por las potencias europeas. España sólo podía aspirar a no verse despedazada en exceso.
La dinastía de los Austrias había concluido y con ella también había desaparecido la hegemonía española. Su vinculación a la causa de la Contrarreforma por encima de una consideración sensata de los intereses nacionales había tenido pésimas consecuencias. Sin embargo, más allá del colapso imperial, las no escasas pérdidas territoriales y el absurdo, profundo y extraordinario empobrecimiento, España iba a sufrir la influencia católica de una manera mucho más profunda, perdurable y oculta. Sería ésta la configuración de una mentalidad y de una psicología que pesarían trágicamente sobre España en los siglos siguientes y cuya influencia sigue, extraordinariamente viva, hasta el día de hoy. De este aspecto, verdaderamente esencial para comprender la importancia de la iglesia católica en la Historia de España, nos ocuparemos en los próximos capítulos.
CONTINUARÁ