Fue Antonio Tovar el que lo expresó de una manera difícil de superar por su contundencia y exactitud: “Mitigue usted, si quiere lo que le digo; pero creo que hay que decirlo de una vez y en voz alta. La Universidad de Salamanca dejó de comprar libros en 1550. Llegaban los inquisidores y arrancaban las hojas o los quemaban. La Ciencia española se acabó entonces, en 1550, aunque haya habido algunos intentos de revivirla después. Pero yo no puedo decir otra cosa que la rémora de la Educación actual ha sido la Iglesia” [1]. Más recientemente, Ángel Alcalá, rebatiendo magníficamente la lectura que de la Inquisición ha realizado Henry Kamen, ha señalado: “El lector detecta fácilmente que en este tipo de argumentación se mezclan hechos evidentes con verdades a medias, y ambos con juicios que, especialmente ése del poco interés y nula eficacia de las prohibiciones inquisitoriales en los conocimientos científicos, son evidentemente falsos”[2]. Como concluye el especialista español poco más adelante: “Negar la eficacia del control intelectual de España por la Inquisición a lo largo de tres siglos equivale a negar la del llamado “holocausto” porque en Alemania le sobrevivieron centenares de judíos, o dudar de la eficacia de los procesos y autos de fe contra judaizantes porque en algunas ciudades o aldeas hubo bolsas de criptojudaísmo cada vez más exiguo y casos aislados de individuos judaizantes”[3]. Sí, la iglesia católica fue responsable esencial del frenazo descomunal sufrido por la ciencia en España. Para colmo de males, la España de la Contrarreforma se encontró con que, al otro lado de la raya divisoria, sucedía exactamente lo opuesto.
Que la Reforma del siglo XVI fue la clave para entender la Revolución científica es una verdad histórica admitida en todas las áreas. La ha subrayado el historiador de la ciencia Thomas Kuhn en La estructura de las revoluciones científicas; insistieron en ella filósofos como Whitehead y Schaeffer, pero, sobre todo, ha sido innegable para los que nos dedicamos a la Historia de manera profesional y no diletante. Como señaló H. Butterfield en The Origins of Modern Science: "no sólo Inglaterra y Holanda sostienen una posición dirigente, sino esa parte de Francia que fue más activa en promocionar el nuevo orden fue la sección Hugonote o ex Hugonote, especialmente los Hugonotes en el exilio, los nómadas, que desempeñaron un parte importante en el intercambio intelectual que estaba tomando lugar".
La razón de que así fuera resultaba obvia. Una vez más se encontraba en el regreso a la Biblia como ha vuelto a recordar en una monografía extraordinaria –The Bible and the Emergence of Modern Science – Peter Harrison. El retorno a la Biblia –el tan denostado y mal entendido libre examen– permitió recuperar las insistentes referencias de Salomón para estudiar la Naturaleza; los repetidas llamados de los Salmos y los profetas para observar el cosmos y, sobre todo, el mandato recogido en el primer libro del Génesis (ese mismo donde se afirma que el hombre trabajaba antes de la Caída) de dominar y conocer la Creación. Ese retorno a las enseñanzas de la Biblia por encima de otras autoridades permitió a la Europa de la Reforma emanciparse del Escolasticismo medieval - que ya había dado todo lo que podía - y, sobre todo, contemplar la Naturaleza como un objeto de dominio y conocimiento al que no se aplicaban las leyes de la teología sino las de una ciencia propia. Como ha señalado certeramente R. Hooykaas, "las ciencias modernas crecieron cuando las consecuencias de la concepción bíblica de la realidad fueron plenamente aceptadas. En los siglos XVI y XVII la ciencia fue extraída del callejón sin salida en que se había metido gracias a la filosofía de la Antigüedad y de la Edad Media. Se abrieron nuevos horizontes"
CONTINUARÁ
[1] Entrevista a Antonio Tovar en Pedro Rodríguez, A tumba abierta, Madrid, 1971, p. 83.
[2] Ángel Alcalá, Literatura…, p. 222.
[3] Idem, Ibidem, p. 223.