Dado que, históricamente, las únicas propiedades consideradas sagradas han estado unidas a la Corona y a la iglesia católica no sorprende que en España se respete tan poco la propiedad privada. Pasemos por alto esa impuntualidad que no es sino un robo a las empresas y que se intenta compensar en España –y Argentina– con un plus de puntualidad que no comprende –con razón– ningún inversor extranjero. Pasemos por alto el mínimo castigo que deriva de delitos como dar un cheque sin fondos penado en otras naciones incluso con la prisión. Pasemos por alto la costumbre generalizada de entrar en el jardín ajeno a coger flores o a robar fruta como si fuera el comportamiento más normal. El respeto a la propiedad privada para millones de españoles se acaba en la propia. Los hurtos en el lugar de trabajo o en los hoteles constituyen una práctica social aceptada de manera sistemática .
Esa conducta tan común en España es censurada y penada en naciones donde triunfó la Reforma mientras que es practicada y disculpada socialmente en otros lugares del orbe sociológicamente católico. Al respecto, no deja de ser significativo que en una de las mejores películas españolas de los últimos años, Un franco, catorce pesetas, se recoja el episodio real de cómo un inmigrante español en Suiza tiene que enseñar a un compatriota que en su país de adopción no se roba en los supermercados... como en España. Allí el robo de pequeñas cosas no es –como la mentira– venial. El español que se ha visto obligado a vivir fuera aprende enseguida la lección si es que no venía con ella aprendida, pero ya lo hace en el seno de otra cultura distinta.
El relativismo moral - no sólo el conectado con la mentira o la falta de respeto hacia la propiedad privada – es una de las lacras derivadas del control ideológico elegido por la iglesia católica. Esa circunstancia innegable iba a arrojar su negra sombra en los siglos siguientes. Ciertamente, la iglesia católica insistiría en un mensaje rigorista – podría incluso calificarse de patológico – en relación con la moral sexual. Sin embargo, mientras que los dirigentes de la nación la llevaban a perder el tren de la revolución científica y renunciaban a educar al pueblo, la universidad se dedicaba a ir hallando definiciones que permitieran bordear la moral sin mayores problemas. Es el caso de escuelas morales como las que fueron apareciendo durante la Contrarreforma de la mano de entidades tan significativas como la Compañía de Jesús. Un ejemplo, al respecto, fue el del probabilismo, un sistema de teología moral católica que considera que en caso de duda acerca de si algo es o no inmoral considera que resulta lícito seguir una opinión probable que favorezca la libertad, pese a que una opinión contraria favorable a la ley resulte más probable ("Si est opinio probabilis, licitum est eam sequi, licet opposita probabilior sit"). Aunque el probabilismo contaba con algunos antecedentes en el s. XIV, su primera formulación debe atribuirse a la escuela española de Salamanca del s. XVI a la que tan erróneamente se ha conectado con la aparición del liberalismo económico. El probabilismo fue defendido por órdenes tan emblemáticas como los dominicos – auténtica fuerza de choque del papado para perseguir a los disidentes religiosos y ejecutar la política antisemita del papado – y los jesuitas, la orden contrarreformista por antonomasia que no sólo exigió la instauración de la Inquisición en territorios como India donde existían enclaves portugueses sino que llevó a cabo una política de sangre y fuego contra los protestantes, estableció un sistema educativo no para educar al pueblo como en la Europa de la Reforma sino para formar a las élites que someterían a las naciones a los intereses de la iglesia católica y que no vaciló a la hora de formar grupos terroristas cuya misión era asesinar a reyes protestantes y proceder a su derrocamiento. No sorprende que con una trayectoria semejante – que ha persistido hasta el día de hoy en todas sus líneas incluido, como veremos, el respaldo a grupos terroristas – la Compañía de Jesús no tuviera problema alguno en elaborar sistemas de relativismo moral.
De manera lógica, el probabilismo fue atacado como una forma de laxismo ya que permitía que la gente actuara según un criterio de supuesta libertad aunque fuera mínimamente probable que el mismo resultara correcto. Pascal fulminó terribles ataques contra el probabilismo, pero el filósofo francés estaba muy influido por la teología reformada y no podía entender lo útil que una visión semejante podía ser a la hora de confesar a reyes y aristócratas. No deja de ser significativo que la rehabilitación del probabilismo, terriblemente vapuleado durante los s. XVII y XVIII, viniera de la mano de Alfonso María de Ligorio, canonizado en 1839 y declarado doctor de la iglesia en 1871. A partir del s. XIX, los jesuitas adoptaron de manera clara el probabilismo como enseñanza oficial y hoy en día, junto con el equiprobabilismo de Alfonso María de Liborio, constituye el sistema moral más generalizado dentro de la iglesia católica.
La gente del pueblo podía verse sometida a criterios estrictos en áreas como la moral sexual del catolicismo – un conjunto de manifestaciones de desprecio hacia el cuerpo y la sexualidad verdaderamente pavoroso y que sólo recientemente y únicamente en algunos medios se ha visto mitigado – pero el laxismo moral del que disfrutaban las élites rectoras, salvo en lo que a la sumisión a los intereses de la iglesia católica se refiere, era bien revelador. El tributo pagado por España no ha dejado de ser abonado una y otra vez durante los siglos siguientes a la Contrarreforma en forma de corrupción sistemática, de opacidad pública y de endeudamiento moral. Pero ¿hubiera podido ser de otra manera cuando la mentira y la falta de respeto hacia la propiedad de otros son sólo pecados veniales?
CONTINUARÁ