El control espiritual, político y social ejercido por la Compañía de Jesús y la Inquisición era resentido por algunos católicos españoles que deseaban una moderación de sus actividades y un cierto control regio sobre las mismas. A estos católicos motejaron los jesuitas con el peligroso nombre de jansenistas. En realidad, los jansenistas habían sido católicos seguidores de Cornelio Jansen, el autor de una obra titulada Augustinus, en que recuperaba la visión de san Agustín sobre la gracia y la salvación. La obra de Jansen era muy exacta a la hora de exponer las tesis del teólogo medieval, pero pasaba por alto que buena parte de la teología agustiniana había quedado fuera de la ortodoxia en el concilio de Trento como consecuencia del enfrentamiento con la Reforma protestante. Por añadidura, chocaba con la teología de la Compañía de Jesús, verdaderamente semipelagiana y muy a propósito para tranquilizar conciencias de príncipes a los que se deseaba someter. Finalmente, la alianza entre la Santa Sede y Luis XIV se tradujo en la condena y represión de los jansenistas – que nunca habían abandonado la iglesia católica – y los jesuitas se apuntaron el triunfo en su haber.
En España, los jesuitas no tuvieron el menor problema moral a la hora de acusar de jansenistas a quienes nada tenían que ver con Jansen, pero no dudaban en manifestar su desagrado ante las políticas del Santo oficio y de la Compañía de Jesús, a la sazón estrechamente entrelazadas. El poder de ambas instituciones en España quedó especialmente de manifiesto cuando en 1747 apareció una nueva edición del Índice de libros prohibidos español. El Índice español contenía una lista adicional de libros prohibidos sobre el texto de la Santa Sede[2]. Se trataba de textos motejados de jansenistas por los jesuitas aunque, a decir verdad, de lo único que se trataba era de infamar a rivales eclesiásticos. Entre ellos se encontraban, por ejemplo, publicaciones debidas a dominicos o agustinos. Como era de esperar, las órdenes religiosas protestaron ante la Santa Sede y ésta les dio la razón, pero el confesor jesuita de Fernando VI logró convencer al monarca de que no obedeciera la disposición papal. De hecho, el Vaticano tuvo que esperar a un nuevo inquisidor general y a un nuevo confesor regio para que se obedecieran sus órdenes[3].
Con semejantes pretensiones de ejercer su poder, no puede sorprender que un jesuita, el padre José Francisco de Isla, escribiera un libro en el que se burlaba de las órdenes religiosas salvo, claro está, la suya. La obra, titulada Fray Gerundio de Campazas alias Zotes[4], tenía mucho de verdad y exponía con cierto gracejo el estado de ignorancia y superstición que caracterizaba al clero español. Suponía también, aunque de manera indirecta, un alegato en favor de la superioridad de los jesuitas. Su éxito fue extraordinario y en sólo veinticuatro horas se vendió la primera edición, pero resultaba intolerable por lo que tenía de crítica de amplios sectores de la iglesia católica y fue prohibida.
CONTINUARÁ
[1]
Sobre este papa, véase: C. M. Ady, Pius II, Londres, 1913; L. C. Gabel, Memoirs of a Renaissance Pope, Londres, 1960; R. J. Mitchell, The Laurels and the Tiara: Pope Pius II, Nueva York, 1963; G. Paparelli, Enea Silvio Piccolomini: L'umanesimo sul soglio di Pietro, Ravenna, 2ªed, 1978. De especial interés son sus memorias publicadas en español como Pío II, Así fui papa, Barcelona, 1980.
[2] Index librorum prohibitorum ac expurgandorum novissimus, dos tomos, Madrid, 1747, II, 1097-112.
[3] Una descripción del episodio en Manuel Fraile y Miguélez, Jansenismo y regalismo en España, Valladolid, 1895, pp. 44, 132, 237.
[4] José Francisco de Isla, Historia del famoso predicador Fray Gerundio de Campazas, alias Zotes, Madrid, 1995.