Por añadidura, la Inquisición – estableciendo terribles paralelos con otras instituciones propias de los sistemas totalitarios – practicó tanto la puesta en escena de castigos ejemplarizantes que aterrorizaran al conjunto de la población como un ritual del terror en el que, colectivamente, participaba el pueblo como había acontecido, por ejemplo, en los pogromos del siglo XIV y como luego sucedería en la Unión soviética y en el III Reich, pero también en la España actual. No se trataba sólo de quemar libros y personas sino de que en las horripilantes ceremonias se aprendiera el miedo y-o se participara bajo el sonido de los himnos religiosos y el espectáculo terrible de las antorchas y de las llamas. Así, la Inquisición tenía capacidad no sólo para torturar y matar, no sólo para detener sin garantías y para dejar libre de castigo a los testigos falsos, no sólo para incitar a la delación y prometer la salvación a quienes incurrieran en una conducta semejante sino también para arruinar e infamar a los descendientes, un poder absolutamente pavoroso que creó lo que Bartolomé Bennassar ha denominado muy acertadamente “memoria de la vergüenza” . Ninguna institución represiva, antes o después, llegaría a tanto, de manera tan sistematizada y durante tanto tiempo ya que su actuación se extendió a lo largo de varios siglos. Los intentos, pues, de exculparla o de comparar su actuación con otras instituciones coetáneas sólo nacen de la mala fe o de la ignorancia más profunda de la Historia.
Sin embargo, lo más grave no es sólo la forma en que la Inquisición actuó durante siglos sino la manera en que modeló la mentalidad hispánica. La docilidad ante el terror, el gusto por la delación, las garantías ofrecidas a los que denuncian falsamente a sus vecinos, los procesos ideológicos sin garantías, la infamación de los descendientes de los odiados, la ruina de los considerados disidentes o la “memoria de la infamia” son conductas que se repetirían vez tras vez a lo largo de los siglos siguientes y que incluso hoy en día no han sido extirpadas del alma nacional. No puede sorprender porque, gracias a la iglesia católica, durante siglos fueron consideradas conductas meritorias que no sólo eran susceptibles de proporcionar recompensas materiales y sociales sino también de garantizar la salvación eterna.
(CONTINUARÁ)