De hecho, las ambiciones mezquinas de los políticos impidieron consumar ese necesario objetivo. Así, Maura optó, a pesar de sus palabras, por lanzar un órdago que hubiera significado su dictadura personal y el final del parlamentarismo; el catalanista Cambó – cortejado una y otra vez – se limitó a traducir legalmente los intereses de las oligarquías catalanas causando un daño irreparable al resto de España, daño que perdura hasta hoy; Primo de Rivera, a pesar de sus buenas intenciones, condenó al régimen. A decir verdad, el único político que pudo haber salvado la monarquía parlamentaria fue el liberal José Canalejas. Convencido de la necesidad de democratizar el sistema, Canalejas impulsó la reforma electoral indispensable para que el sufragio resultara verdaderamente representativo y dejara de ser oligárquico y caciquil. Consciente de la importancia de la educación para el progreso de una nación, se esforzó por extender la pública aunque eso significara chocar con la iglesia católica ansiosa de mantener un monopolio de siglos. Liberal convencido, abrió las puertas a las clases más humildes legalizando la acción sindical, creando el Instituto de Trabajo y suprimiendo el impuesto de consumos. Buscó igualmente integrar al PSOE en el sistema como en Alemania había hecho Bismarck con el SDP – y como intentaría conseguir también Primo de Rivera – aunque la respuesta de Pablo iglesias sería aprovechar el sistema para intentar dinamitarlo. Se le acusó de anticlerical aunque era persona convencidamente religiosa y de fomentar la explotación cuando nadie escuchó a las fuerzas obreristas como él. Su programa reformista – sensato y, sobre todo, indispensable – habría podido salvar a la monarquía parlamentaria y conducir a España por el camino de una modernidad combatida ferozmente durante todo el siglo XIX. Sin embargo, Canalejas fracasó. Ninguna de las instancias privilegiadas estaba dispuesta a ceder un ápice de los beneficios que disfrutaba y, por otra parte, la izquierda continuó manteniendo una posición antisistema que se demostraría trágica. Así, en unos meses tan sólo entre 1910 y 1912, todo pudo salvarse y todo quedó sentenciado. El 12 de noviembre de 1912, mientras veía el escaparate de una librería en el centro de Madrid fue asesinado por el anarquista Manuel Pardiñas. La monarquía parlamentaria había perdido su última oportunidad aunque todavía resistiría tambaleante casi dos décadas.
Próxima semana: El general Primo de Rivera