A lo largo de los episodios si hay algo que queda de manifiesto – aunque por lo que veo muchos no se han enterado – es esa reacción histórica de los rusos a enfrentarse con la tragedia que pueda venirse encima y a hacerlo aunque implique perecer en el intento. Los voluntarios que se presentaron para abrir las llaves de la central nuclear a pecho descubierto o los mineros que dieron un paso al frente para abrir túneles contra reloj a costa de sus vidas estuvieron a la altura de los rusos que salvaron a Europa de la invasión de los tártaros, que aniquilaron al Gran ejército de Napoleón impidiendo que pudiera recuperarse o que, en palabras de Winston Churchill, desventraron a las fuerzas de Hitler antes de que los aliados desembarcaran en Normandía. Esa disposición a cumplir con su deber e ir incluso mucho más allá de él en la creencia de que el bien común lo exige sobrecoge en no pocas ocasiones a lo largo de la serie. No menos conmovedor es el ejemplo de aquellos que como Legasov, uno de los protagonistas indiscutibles de la serie, deciden arriesgar su posición y su vida por la verdad, conscientes de que la mentira siempre exige un elevadísimo tributo. La Historia de otros personajes semejantes ha sido trágica no pocas veces en Rusia. En ocasiones, recibieron un reconocimiento en vida como Tolstoi, pero no faltaron los que pasaron por los campos de concentración como Solzhenitsyn o se vieron reducidos a la miseria como Bulgákov o tuvieron que renunciar a honores merecidos como Pasternak. Ese espíritu inquebrantable de sacrificio, de asimilación del dolor, de aceptación estoica del sufrimiento constituye una de las características más admirables del alma rusa. Resulta tan extraordinaria y excepcional que la mayoría no alcanza a comprenderla y es una de las lecciones principales de la serie Chernobyl.