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Miércoles, 6 de Noviembre de 2024

Cien años del triunfo bolchevique (I)

Viernes, 17 de Noviembre de 2017

El estudio de la Revolución rusa ha sido objeto de mi estudio continuado desde hace más de cuarenta años. Me acerqué a ella en primer lugar no a través de los autores marxistas o de la militancia en la izquierda sino de la lectura de disidentes como Pasternak o Solzhenitsyn.

Con el paso del tiempo, mis estudios se ampliaron a las fuentes originales y ya en los años noventa, con la caída de la URSS, tuve la oportunidad de publicar por primera vez al español documentos relacionados con la acción de los bolcheviques. Siquiera por esa dedicación de décadas, desearía hacer referencia a algunas lecciones derivadas del estudio del triunfo bolchevique del que ahora hace cien años. A un siglo de distancia, la revolución rusa arroja lecciones de innegable relevancia relacionadas con el análisis histórico, el desarrollo de la ingeniería social y la geopolítica. En la extinta URSS, con unas directrices políticas dictadas desde el poder y unos archivos cerrados, no fue difícil imponer una visión oficial – y falsa – de lo sucedido. Entre las groseras simplificaciones propagandísticas se encontraban la de la inevitabilidad de la revolución o la consideración del período situado entre la revolución de febrero y la de octubre como un paréntesis. Igualmente, el golpe de estado bolchevique de octubre de 1917 fue trasmutado en acción de masas. El colofón era que los bolcheviques habrían sentado las bases de un estado verdaderamente obrero y campesino en cuyo seno el terror sólo había sido una respuesta a las provocaciones contrarrevolucionarias y la dictadura de Stalin un accidente dramático. Lo cierto, sin embargo, es que la revolución de febrero, inicialmente, fue pacífica e incruenta y si el zar Nicolás II hubiera decidido mantenerse en el trono a sangre y fuego ni los primeros revolucionarios ni los bolcheviques habrían alcanzado el poder. Incluso con la abdicación del zar, si el régimen revolucionario de febrero hubiera podido estabilizarse, el resultado hubiera sido una Rusia regida por el sistema más moderno, democrático y socializado hasta entonces. Sin embargo, el gobierno provisional de Kérensky no supo manejar la situación bélica, respetó la legalidad de manera exageradamente garantista y temió más a los militares que a los bolcheviques. Lenin no tuvo ninguno de esos escrúpulos. Cuando las elecciones a la Asamblea Constituyente concluyeron con una derrota bolchevique, Lenin disolvió la Asamblea “manu militari” y comenzó a detener en masa a sus adversarios. Lenin nunca creyó que pudiera mantenerse en el poder sino por el terror y así se lo comunicó vez tras vez a sus compañeros. En los documentos aparecen instrucciones precisas ordenando matanzas en masa, el internamiento de sectores enteros de la sociedad en campos de concentración y el desencadenamiento de represalias sobre los familiares de los simples sospechosos. Lenin incluso cedió inmensas porciones del imperio ruso a sus enemigos simplemente para ganar tiempo. He publicado no pocos de estos documentos en algunas de mis obras como la reciente La revolución rusa. Un balance a cien años de distancia, Buenos Aires, Olmo ediciones, 2017.

La victoria bolchevique derivó de una mezcla de superioridad material, terror despiadado – la expresión es de Lenin - pragmatismo, indiferencia hacia Rusia como nación – la inmensa mayoría de los dirigentes bolcheviques no eran rusos incluido el mismo Lenin que sólo lo era en un octavo - e intereses de una clientela activa, la comunista, cuyo partido alcanzó durante la guerra una cifra cercana a los tres cuartos de millón de personas. El final de la guerra civil no trajo consigo la conclusión del terror sino que éste quedó configurado, según había dejado bien sentado Lenin en multitud de ocasiones, como elemento sustancial e inseparable del régimen. Así, Stalin no fue una mutación peligrosa sino un hijo directo y legítimo de Lenin y de sus planteamientos. Sólo entre 1929 y 1953, veintitrés millones y medio de ciudadanos de la URSS fueron encarcelados, terminando la tercera parte de ellos su vida ante un pelotón de ejecución. Sin embargo, no sólo Rusia pagó un precio elevado. Las potencias occidentales, ciertamente, no adoptaron medidas para provocar el final del gobierno leninista. Además no faltaron los empresarios y financieros que vieron a los bolcheviques como una vía directa y segura para acceder a las inmensas materias primas yacentes bajo el suelo ruso. El triunfo de Stalin lo impidió al final, pero una situación muy similar se repetiría con más éxito cuando tuvo lugar el desplome de la URSS.

El segundo grupo de lecciones se relaciona con el proyecto de ingeniería social. Religión, música, poesía, prensa… todo se vio controlado por el poder político a la vez que se reducía a la nada a los insumisos. En muy pocos años, no existió un referente moral al que mirar y cualquier manifestación cultural se convirtió en un acto de propaganda. Los bolcheviques controlaron la vida privada hasta los más íntimos extremos. Así, procedieron a la legalización del aborto, por primera vez en la Historia, y al control de los hijos por el estado. Por añadidura, privaron de su propiedad a los ciudadanos mientras el número de funcionarios y de clientelas del poder aumentó de manera espectacular. Esa nueva clase que derivaba del crecimiento del estado sería clave para la llegada de Stalin al poder absoluto. Por último, la educación fue remodelada para convertirse en un instrumento de adoctrinamiento, de modelado de las almas y de los corazones y de consolidación de una nueva sociedad.

Los resultados de ese conjunto de experimentos sociales fueron desiguales. Que el arte se desplomara en medio de la atonía e incluso del ridículo poco importaba a los que sólo lo concebían como propaganda. Sin embargo, el mismo Lenin no tardó en darse cuenta del impacto negativo derivado de no contar con científicos capaces y Stalin captó el daño que podría causar a la URSS un desplome de la institución familiar. Así, en muy pocos años, la visión de la familia acabó centrada en torno a un conservadurismo socialista y se volvió a prohibir el aborto. Incluso el arte adquirió unos tonos morales conocidos canónicamente como el realismo socialista donde se ensalzaba el trabajo, el amor a la patria, el sacrificio o la entrega desinteresada. Con todo, ese sistema de ingeniería social sería utilizado en las décadas siguientes, incluso después del desplome de la URSS, en distintas partes del mundo. Su empleo se consideró, al final, como un avance en la Historia del género humano aunque, a decir verdad, sólo se trataba de la imposición de un totalitarismo ideológico. Los paralelos al respecto con la imposición de la ideología de género y la agenda del lobby LGTB presentan notables paralelos. Ambas han tenido ya como resultado la aprobación de leyes inquisitoriales en varios países, pero son precisamente los censurados, perseguidos y represaliados por esas normas los que aparecen ante la opinión pública como retrógrados enemigos del progreso. A cien años del triunfo bolchevique, no cabe duda de que algunas de las lecciones más importantes no se han aprendido.

CONTINUARÁ

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