Designado heredero por Carlos II, Felipe V era nieto de Luis XIV y biznieto de Felipe IV y fue aceptado unánimemente como rey por todos los territorios españoles y las potencias europeas en 1700. La única excepción fue el imperio austriaco que soñaba con colocar a uno de sus príncipes, el archiduque Carlos, en el trono español. Todo hubiera quedado en nada de no ser por que Luis XIV decidió apoyar a Escocia frente a Inglaterra. En 1701, las tropas austriacas invadieron los territorios españoles en Italia y dio inicio la denominada guerra de Sucesión, en la que media Europa se enfrentaba a los Borbones. En España, mientras Castilla y Navarra se mantuvieron fieles a su juramento de lealtad a Felipe V, parte de Cataluña – no toda – Valencia y Aragón se inclinaron por el archiduque Carlos. Así, la guerra mundial se convirtió también en guerra civil española. Cuando en 1713, el archiduque Carlos se convirtió en emperador, sus aliados lo abandonaron temerosos de repetir la época de Carlos V y Felipe V fue reconocido unánimemente como rey de España. Desprovista de buena parte de sus territorios y con una Hacienda arruinada, la única salida era – como ya había visto Olivares – racionalizar la administración, una tarea emprendida a través a través de los Decretos de Nueva Planta. La supresión del derecho público propio – no el privado – en los territorios peninsulares es actualmente objeto de no pocas críticas. Sin embargo, en su época fue acogida, al fin y a la postre, con entusiasmo porque abría a otros territorios la posibilidad de comerciar entre si y, sobre todo, tuvo efectos muy positivos en la inexcusable reconstrucción nacional. Felipe V – que reinó cuarenta y cinco años con un breve período de unos meses en que abdicó en su hijo Luis con la intención, fallida, de aspirar al trono francés - caería víctima de accesos de locura en que deseaba cabalgar sobre los caballos de sus tapices palaciegos. Lo conté en una novela bien difícil de encontrar titulada El violinista del rey animoso. Por cierto, aquella obra debería haber tenido una segunda parte, pero la persona encargada de dar luz verde encendió el disco rojo. Perdió su empleo hace años y no sé qué habrá sido de ella. Pero volvamos a Felipe V. Como señalaba en aquella novela, en parte por el apoyo de su esposa, Luisa Isabel de Orleans; en parte por la cercanía de políticos sensatos y, en parte, por la racionalización administrativa, logró que España se recuperara no poco de los desastres de décadas. No fue escaso legado.
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