Viernes, 19 de Abril de 2024

Velázquez o el retrato de España

Jueves, 12 de Marzo de 2015

La división de Europa entre naciones que abrazaron la Reforma o la Contrarreforma se dejó sentir en todos los órdenes de la vida. Los pintores protestantes como Rembrandt plasmaban temas bíblicos a la vez que los primeros testimonios pictóricos de la ciencia y del comercio.

​Los católicos dejaron, por el contrario, escenas relacionadas con los santos, con la monarquía y la aristocracia y con la mitología. Dentro de su genialidad, muy pocos lograron salvar los marcos religiosos de sus respectivas sociedades. Entre ellos estuvo Velázquez. Sevillano, afincado en Madrid, Velázquez utilizó una paleta muy limitada cromáticamente cuando se compara con la de otros pintores de la época. Sin embargo, sobresalió más que ninguno no sólo por la superioridad técnica sino también por la libertad creativa. Pudo enmascarar la joroba que tanto mortificaba al Conde-Duque de Olivares, colocándole una armadura y pintándolo en escorzo sobre un caballo, pero ni era cortesano ni se le escapaba la miseria de la corte. En Las Meninas – una pintura que estuvo a punto de costarle más de un disgusto y que constituye un prodigio de perspectiva nunca superado – logró centrar la mirada en unas enanas y un perro mientras que los reyes aparecen apenas reflejados en un espejo al fondo y el incómodo mayordomo regio sube una escalera lanzando una mirada cotilla. En Los borrachos o La fragua de Vulcano, se escudó en temas mitológicos – y, por tanto, permitidos – para mostrar una España que, en realidad, no estaba formada por héroes sino por gañanes que se achispaban con excesiva frecuencia. La guerra misma fue para él un general, Mauricio de Spínola, que impedía al vencido inclinarse humillado en La rendición de Breda. Incluso, puesto a pintar a lo religioso, Velázquez nos dejó un Cristo en la cruz difícilmente más original porque el cuerpo apenas presenta heridas, el rostro no se ve, cubierto por el cabello, y los pies aparecen clavados en paralelo y no uno encima de otro. Tanta genialidad le permitió incluso licencias como la de pintar una Venus del espejo. Pocas veces el arte de los pinceles se habrá manifestado con más luz y con más originalidad, con más penetración y con más piedad hacia bobos y bufones. Lo hacía además en unos momentos en que la pintura española en su conjunto – Zurbarán, Murillo… - era la primera del mundo.

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