Que la izquierda que se supone democratizada a finales de los años setenta se dedique a defender al Frente popular es, ciertamente, gravísimo, pero que una derecha civilizada y desprendida de pujos dictatoriales se haya lanzado a enarbolar la bandera del franquismo no es menos triste. Entiéndaseme. Yo puedo entender que un dipsómano irlandés se dedique a vivir de los restos de García Lorca o que un antiguo terrorista alce ahora el estandarte de Franco porque, a fin de cuentas, viven de ello desde hace años, pero que la sociedad asuma esos disparates y, sobre todo, que lo hagan personas razonables me da escalofríos. Comparar a Franco con Hitler y el valle de los caídos con Auchswitz es propio de un embustero, un ignorante o un imbécil, pero describir el franquismo como si fuera la suma de todas las bondades actuales más infinidad de beneficios es una falsedad grosera y no pocas veces miserable. Permítaseme dar algunos ejemplos. Uno es la cifra de desempleados. Efectivamente, la cifra de parados era muy baja con Franco aunque comenzó a aumentar exponencialmente en 1973 con una crisis del petróleo que el gobierno no pudo gestionar peor. Ahora bien, en aquel supuesto paraíso, la presencia de mujeres en el mercado laboral era muy reducida – la mayoría dejaba el trabajo cuando contraía matrimonio y hasta avanzados los setenta las mujeres casadas necesitaban permiso conyugal para abrir una simple cuenta corriente – más de dos millones de españoles habían emigrado al extranjero y enviaban divisas y no existía una cobertura social que permitiera rechazar trabajo alguno. Sin querer minimizar los logros económicos del franquismo – un desastre sin apenas paliativos hasta 1959 en que se impulsó el plan de estabilización – lo cierto es si hoy cualquier gobernante enviara a la mayoría de las mujeres a sus casas, obligara a los más de dos millones de españoles que han tenido que abandonar España en la última década a enviar dinero y suprimiera las prestaciones de desempleo seguramente tendríamos hasta cifras de desempleo inferiores a las de la dictadura. No hace falta ser un genio para darse cuenta de que no existe semejante posibilidad.