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Sábado, 23 de Noviembre de 2024

Hitler, Himmler y Goebbels

Lunes, 12 de Mayo de 2014

El estreno de un documental sobre Himmler ha vuelto a poner de actualidad al Reichsführer de las SS. En no escasa medida, fue el epítome del nacional-socialismo, pero también una muestra de que éste no fue monolítico y en su seno incluyó tendencias diversas. Basta al respecto con compararlo con los otros dos grandes jerarcas: Hitler y Goebbels.

​Los tres cambiaron la Historia compendiando el nacional-socialismo en sus respectivas carreras. Si Hitler fue el semi-fundador – el partido, en realidad, lo fundó un carpintero llamado Anton Drexler y el futuro Führer se limitó a adherirse quizá cumpliendo órdenes de la inteligencia militar para la que trabajaba – Goebbels resultó la encarnación de su genio manipulador y propagandístico y Himmler, el demonio del asesinato industrializado. Las diferencias no resultaron escasas. Tanto Goebbels como Himmler fueron adúlteros padres de familia convencidos, mientras que Hitler tuvo siempre una sexualidad peculiar que llevó al suicidio a algunas de las mujeres que mantuvieron relaciones íntimas con él. Los dos primeros defendían la moral aria oficial y se permitían escarceos más o menos amplios. No era el caso de Hitler que fue chapero en la Viena anterior a la Gran guerra y luego dejó testimonios de masoquismo sexual que, supuestamente, explicarían el suicidio de alguna de sus amantes.

Aunque los tres aprovecharon el resentimiento germánico por la derrota en la Primera guerra mundial, sólo Hitler participó en ella – fue condecorado en varias ocasiones – ya que Himmler no llegó a entrar en combate y el pie zambo de Goebbels se tradujo en que lo declararan inútil para el servicio. Su orientación espiritual también fue muy diferente. Hitler y Himmler venían de familias católicas – en el caso del Reichführer de las SS siguió siendo practicante hasta la juventud en que compatibilizó sus primeros pasos en el nacional-socialismo con la pertenencia a organizaciones católicos – pero ambos acabaron abrazando una visión ocultista derivada de la ariosofía de entre guerras. En realidad, tanto Hitler como Himmler fueron herederos directos de los partidos católicos antisemitas que tanto éxito tuvieron en Baviera y, sobre todo, Austria desde finales del siglo XIX. No deja de ser significativo que al único político que Hitler menciona con aprecio en su Mein Kampf fuera el alcalde católico y antisemita de Viena. Hay que recordar que hasta bien entrada la segunda guerra mundial, la posición oficial del Vaticano fue la de considerar que no podía considerarse a los judíos iguales ante la ley y que había que decretar leyes antisemitas. Esa influencia vaticana se dejó sentir en naciones como Austria y Polonia, y en las leyes de Nüremberg de 1935 y explica que, cuando Mussolini fue derrocado, el papa manifestara su oposición a que la legislación fascista antisemita fuera derogada. Sabido es también que el número de austriacos entre los ejecutores de la denominada Solución final fue extraordinariamente desproporcionado. Goebbels, por el contrario, fue un escéptico posiblemente desde la adolescencia y, seguramente, no se le habría ocurrido pensar que iría a descansar al Walhalla. Si creía en algo trascendente, se guardó mucho de decirlo.

El nacional-socialismo era nacionalismo más socialismo y eso explica también otras divergencias. Ideológicamente, Goebbels fue, inicialmente, más socialista que nacionalista lo que explica que Hitler lo enviara a Berlín a ganar la capital para el partido. Lo consiguió, paradójicamente, organizando acciones de masas en comandita con los comunistas. Himmler y Hitler, sin embargo, creían más en el elemento nacionalista que en el socialista, resultando éste último incluso una derivación del primero. Siendo maestros de la palabra Hitler y Goebbels, tenía serias dificultades Himmler incluso para expresarse emitiendo vientos gélidos de timidez donde los otros dos jerarcas lanzaban bocanadas de pasión política.

Su antisemitismo fue incluso distinto. Himmler y Hitler se nutrieron en sus primeros años del antisemitismo católico del centro y este de Europa, pero no sólo de él. Si Himmler se enredaba con la pseudociencia que hablaba de razas superiores; Hitler saldaba viejos resentimientos e incluso traumas inconscientes – su madre fue tratada por un médico judío que le administraba gas con fines terapéuticos – y Goebbels seguía las líneas del antisemitismo clásico de signo político ayudado por las capacidades industriales de destrucción del estado moderno.

¿En qué coincidían, pues, los tres? Los puntos de contacto fueron fundamentalmente dos. En los tres personajes, la mediocridad se vio elevada hasta la cima del poder gracias al fanatismo ideológico y, en los tres, no entró nunca la menor duda no sólo de la legitimidad de su empresa sino de que el triunfo debía buscarse a cualquier precio. Quizá no debería sorprendernos que su final fuera el mismo: el suicidio.

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