A decir verdad, presentó siempre problemas para adaptarse en las diversas escuelas por su carácter independiente y no dio mejor resultado como aprendiz de barbero y de zapatero. Sí era un notable dibujante y el hecho de que su padre lo llevara a un cementerio para trazar bocetos de restos humanos provocó su atracción hacia la medicina. Tras graduarse como médico en Zaragoza, sirvió en la guerra de Cuba como facultativo contrayendo la malaria y la tuberculosis y estando a las puertas de la muerte. A su regreso a España, se casó en 1879 con Silveria Fañanás que fue su compañera idónea. Catedrático de anatomía en Valencia, Barcelona y Madrid, fue también director del museo de Zaragoza y, sobre todo, fundador del Laboratorio de investigaciones biológicas, la primera institución que intentó reparar la separación que España sufría de la investigación científica desde el siglo XVI cuando, por el temor al contagio del protestantismo, Felipe II prohibió que los estudiantes españoles fueran al extranjero y la universidad de Salamanca dejó de comprar libros. Convencido de que las mejores creaciones del ser humano eran la ciencia y el arte, se definió como políticamente liberal y religiosamente, agnóstico. El paso del tiempo mantendría su liberalismo, pero lo llevaría a creer en Dios como el Creador del cosmos, una postura que defendió en su primera conferencia en la Real academia española de ciencias. Sin embargo, mantendría toda su vida una visión muy negativa de la iglesia católica a la que consideraba responsable de no poco del atraso sufrido por España durante siglos. En 1906, recibió, conjuntamente con Camillo Golgi, el Premo Nobel de medicina en reconocimiento a su obra sobre la estructura del sistema nervioso”. Se cuenta que, a altas horas de la noche, llegó el cartero llevando el telegrama en que se le anunciaba la buena noticia. Levantándose de la cama, lo recogió Silveria, su esposa. Cuando, tras abrirlo, leyó el contenido, anunció sorprendida a su marido: “Santiago, que te han dado el Premio Nobel” a lo que Cajal repuso: “Guárdalo inmediatamente y que no lo sepa nadie, que eso no me lo van a perdonar en la vida”. Cajal conocía a sus compatriotas y no sorprende que el mayor reconocimiento lo recibiera en el extranjero en forma de doctorados honorarios de Cambridge, Würzburg y Clark. La verdad era que Cajal era la muestra evidente de que, incluso frente a enormes dificultades y significativas carencias, siempre ha habido españoles que se sobreponen al conjunto de sus compatriotas. Son los que salen adelante no por haber nacido en España sino a pesar de ello.
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