A pesar de no extenderse más de media docena de páginas, en sus capítulos se condensan diversos temas cuya relevancia llega hasta la actualidad. En concreto hay un versículo que me ha venido a la cabeza en las últimas semanas y que dice lo siguiente: “si os mordéis y os devoráis los unos a los otros, tened cuidado, no sea que os consumáis los unos a los otros”. La advertencia del apóstol es digna de reflexión. Hay situaciones en que las partes enfrentadas tienen la convicción de que pueden tragarse al adversario. A veces, resulta bien; a veces, no. Pero, en algunas de esas ocasiones, el enemigo al que se desea despedazar forma parte del mismo grupo social. Sin tener en cuenta el futuro del colectivo, pensando sólo en sus intereses, los rivales se lanzan a una guerra de todos contra todos. El resultado, en múltiples ocasiones, es que se produce el desplome del conjunto simplemente porque las dentelladas no han dejado a nadie a salvo. Los ejemplos históricos que corroboran la sabiduría de Pablo son múltiples. En la Historia reciente, UCD, la coalición que dirigió el paso de la dictadura hacia el régimen constitucional, constituye un paradigma que no debería olvidarse. Primero, se produjeron las intrigas de los democristianos empeñados en sustituir como fuera a un Suárez al que aborrecían aunque, en términos de presencia política, le debían casi todo. Después, los socialdemócratas comenzaron a hacerle guiños al PSOE buscando un acomodo mejor por eso de que eran como los rabanitos, es decir, rojos por fuera, blancos por dentro y siempre cerca del pan y de la mantequilla. Finalmente y a pesar del apoyo aplastante que tenía entre las bases, todos arremetieron contra Suárez hasta que dimitió. Lo que vino después es conocido. El partido saltó por los aires y la izquierda gobernó casi década y media. Ahora, cuando se filtran datos de Hacienda, cuando determinados medios sirven cualquier plato manipulado y amarillista, cuando es más que fácil manipular a las masas y cuando no pocos piensan más en su futuro que en el de la nación, no puedo dejar de temer que, finalmente, todo acabará consumido, como enseña la carta a los Gálatas.