Pero no se trata sólo de militares. Cerca de sus oficiales, suele haber un personaje que, por sus mensajes, pertenece a la clase de los clérigos. Los extraterrestres insisten en que su llegada obedece a motivos amistosos e incluso sus clérigos no dejan de repetir que su religión predica el amor universal. Tan convencidos quedan algunos terrícolas de la veracidad de esos asertos que sueñan con la posibilidad de que los extraterrestres los ayuden en sus empresas particulares. Pero sucede algo muy diferente. Los recién llegados arrasan las iglesias, las mezquitas, las sinagogas, las pagodas y cualquier lugar de culto y sobre sus ruinas levantan los templos de su religión de amor. Ejecutan también a los que se oponen a ellos y, acto seguido, reparten a la población terrícola en concentraciones agrarias, ganaderas y mineras. Nosotros, los terrícolas nos vemos confinados en campos de concentración donde se espera que trabajemos como esclavos cultivando la tierra para los extraterrestres o sacando minerales de las entrañas del suelo. Los extraterrestres cuentan con una tecnología más avanzada que la nuestra, pero, precisamente porque pueden profundizar más en la tierra, necesitan ejércitos de esclavos. En poquísimo tiempo, los niños a partir de los cinco años también son empleados en este tipo de tareas. De manera lógica, los terrícolas comienzan a morir en masa. Claro que peor es la suerte de las terrícolas. Los extraterrestres viajan sin hembras y, aunque somos más bajos y más oscuros que ellos, no le hacen ascos a ayuntarse con las terrícolas. Algunos incluso siguen la ceremonia de matrimonio oficiada por sus clérigos, pero es la excepción. En general, violan, secuestran, prostituyen y explotan a las terrícolas sin ningún género de contemplaciones. De manera bien significativa, un clérigo de los extraterrestres se horroriza de lo que pasa con los terrícolas masculinos y sugiere traer esclavos de otro planeta para sustituirlos. Sin embargo, ni uno solo de los clérigos extraterrestres defiende a las terrícolas de su terrible esclavitud. Quizá su religión no vea bien aquello, pero aquellos clérigos no lo censuran lo más mínimo y toleran la depredación sexual de las terrícolas a manos de los extraterrestres
El efecto que la llegada de los extraterrestres tiene sobre los terrícolas es pavoroso. Algunos de los terrícolas mueren por efecto de enfermedades nuevas, pero la inmensa mayoría desaparece a consecuencia de la esclavitud, los malos tratos y, reveladoramente, el suicidio. Son miles y miles los terrícolas que deciden quitarse la vida colgándose o arrojándose desde una altura para no tener que soportar aquella horrible explotación. En menos de un siglo de opresión, la población terrícola desciende en más del noventa por ciento. Ni Hitler ni Stalin ni Mao habían logrado un desplome demográfico semejante.
Sin embargo, a pesar de aquel cuadro espantoso, los extraterrestres insisten en que han hecho un gran bien a los terrícolas. Les han traído una cultura superior, les han enseñado una lengua nueva, se han mezclado con ellos y, sobre todo, les han aportado una religión de amor. Naturalmente, los terrícolas disienten de esa visión que no les parece sino la justificación hipócrita de un expolio genocida. Contemplan además cómo los mestizos de extraterrestre y terrícola son considerados inferiores si bien es verdad que están algo por encima de los simples terrícolas convertidos en bestias de carga y prostitutas para el disfrute de los extraterrestres. Naturalmente también, los terrícolas se rebelan. Huyen a los bosques, a las selvas, a las montañas, a cualquier lugar donde no puedan ser atrapados por los odiados extraterrestres. Casi siempre son atrapados y cuando eso sucede si se descubre que aún profesan el cristianismo, el islam, el budismo, el judaísmo, cualquier religión que no sea la de los extraterrestres son quemados vivos. Uno de los jefes rebeldes, antes de verse reducido a pavesas, es instado a abrazar la religión del amor traída por los extraterrestres porque de lo contrario no podrá ir al paraíso. El jefe atado a la pira pregunta si los extraterrestres van a ese paraíso. Cuando le responden que sí, dice que no abrazará jamás la religión de los extraterrestres porque no quiere encontrarse en la otra vida con gente como aquella.
Al cabo de unos tres siglos, los extraterrestres afincados en la tierra logran emanciparse de sus superiores del lugar de origen. Pero nada cambia. Siguen esclavizando a los terrícolas – tardarán siglos en volver a crecer como cuando se produjo la llegada de los extraterrestres – e incluso en algún momento hasta piensan en exterminarlos por completo y sustituirlos, como su clérigo dijo siglos atrás, por seres de otras tierras. No lo hacen porque saben que sin aquellos esclavos terrícolas no podrían mantener sus privilegios. Con todo, la gran ganadora es la religión extraterrestre. Defensora ayer de la metrópoli, ahora lo es del nuevo orden de extraterrestres. Por supuesto, sigue persiguiendo a cualquiera que se atreva a tener otras creencias. Así, la miseria se multiplica a lo largo de los siglos y los hijos de los conquistadores extraterrestres, algunos de los mestizos y, en especial, la nueva religión continúan explotando a los terrícolas.
Sustituya el lector terrícolas por indígenas, extraterrestres por conquistadores y la nueva religión por la iglesia católica y sabrá la verdad de lo que fue la llegada de los españoles al Perú hace casi cinco milenios.