Algunos de sus discípulos siguieron esperando su liberación, continuaron predicando y bautizando e incluso, en un momento dado, lo identificaron con el mesías. Como ya hemos indicado, todavía en la actualidad, algunos siguen venerándolo. Sin embargo, esa postura no fue generalizada. Según las fuentes evangélicas, Juan había señalado previamente como el mesías esperado a un primo suyo al que había bautizado e incluso antes de su detención algunos de sus discípulos ya se habían unido a él. El pariente de Juan no era otro que Jesús.
Resulta indiscutible que Juan bautizó a Jesús en algún momento del año 26 d. de C. Sin embargo, no parece que Jesús formara parte de su grupo de seguidores – a decir verdad, éstos no lo conocían cuando se encontraron con él tiempo después (Juan 1, 35-51) – y tampoco tenemos datos, más bien todo lo contrario, de que se identificara como pecador. ¿Por qué, pues, se hizo bautizar Jesús por Juan? Se ha señalado que lo que Jesús pretendía era identificarse con los pecadores que acudían hasta Juan. Semejante motivación, sin embargo, dista mucho de resultar convincente y, en cualquier caso, no exigía el bautismo para ponerse de manifiesto.
Parece más verosímil que Jesús estuviera buscando en Juan el reconocimiento formal de un profeta, es decir, la legitimación que cualquier rey de Israel necesitaba para ser reconocido como tal. Así, había sido, por ejemplo, con David reconocido como rey legítimo por el profeta Samuel (I Samuel 16). A fin de cuentas, Juan era un profeta que además procedía, por añadidura, de clase sacerdotal (Lucas 1, 5-25). Si alguien debía reconocer a un verdadero mesías tenía que ser él.
Las fuentes refieren que en el curso del bautismo, Jesús atravesó una experiencia que le confirmó en su autoconciencia de ser el mesías y el Hijo de Dios (Mateo 3, 13-17; Lucas 3, 21-23). Este tipo de experiencias carismáticas estuvieron presentes en las vocaciones religiosas de algunos de los personajes más relevantes de la Historia judía que incluso llegaron a relatarla como fue el caso de Isaías (Isaías 6, 1 ss), Ezequiel (Ezequiel 2, 1 ss) o Zacarías (Zacarías 1, 1 ss). Jesús había recibido una clara confirmación que – no podía ser menos – se había producido en términos estrictamente judíos. Un profeta de Dios lo había reconocido como el ungido. Además, había pasado por una experiencia personal que corroboraba ese testimonio.
Por añadidura, la confirmación de la vocación mesiánica de Jesús no quedó empero limitada a él. De hecho, también Juan quedó convencido de la veracidad de las pretensiones del judío de Nazaret (Juan 1, 19-28). Incluso se lo indicó así a algunos de sus discípulos (Juan 1, 29-42).
La cuestión, sin embargo, era dilucidar qué clase de mesías iba a ser Jesús. La respuesta en no escasa medida quedaría de manifiesto en los días siguientes a su bautismo.
CONTINUARÁ