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Miércoles, 13 de Noviembre de 2024

La Reforma indispensable (L): En que acertó Lutero (III): Sola gratia (II)

Domingo, 29 de Marzo de 2015
Entre las doctrinas bíblicas que la iglesia católico-romana atacó más encarnizadamente se encuentra la de la justificación por la fe sin las obras. Hay varias razones para ello.

Para el católico de a pie acostumbrado a creer que la salvación es fruto de sus méritos y obras la idea de que alguien la pueda obtener por la fe resulta absurda. Tiene la sensación de que es imposible, primero, porque ignora lo que es la fe en la Biblia y suele identificarla muy equivocadamente con la aceptación de una serie de proposiciones dogmáticas. Dado que ha sido educado en la visión pagana que secuestra el Evangelio de la gracia de Dios y lo sustituye por la idea de la salvación por obras no puede entender su propia incapacidad para salvarse y, por añadidura, el supuesto precio le parece bajo. Como además piensa que eso eximiría de hacer buenas obras – lo que indica una visión muy miserable de la vida cristiana al pensar que las obras sólo se van a realizar si sirven para sumar puntos en la compra del billete para el cielo, pero no por causas como la gratitud o el amor a Dios – el católico medio aún lo ve más difícil. Para colmo, como se le suele decir que ese mensaje sólo un desvío de Lutero y lo acepta acríticamente como todo lo que suele decir la iglesia a la que está sometido, aún rechaza esa noción con más energía. La realidad es que ninguno de los puntos de vista que tiene mantiene el menor punto de contacto con la Biblia, con la Historia o con lo que enseñó la Reforma, pero él lo ignora. En el caso de la jerarquía, el problema era más serio. Como bien dijo Erasmo, Lutero tenía razón, pero había cometido el error de golpear la tiara de los prelados y la panza de los frailes. La doctrina bíblica de la justificación por la fe sin las obras deja de manifiesto hasta qué punto todo el entramado construido a lo largo de la Edad Media por la iglesia católica no sólo no tenía nada que ver con la enseñanza de Jesús y los primeros cristianos sino que constituía una negación directa de la misma.

De entrada, hay que señalar que la enseñanza de la justificación por la fe sin las obras no la inventó Lutero. Está en las Escrituras expuesta con toda claridad. Allí la descubrí yo – que no había leído a Lutero ni había pisado una iglesia evangélica – a mediados de los años setenta leyendo el texto griego original de la carta a los Romanos y la descubrí por la sencilla razón de que la Biblia es muy clara para todo aquel que se acerca a ella sin prejuicios y con un corazón abierto como era mi caso. Permítaseme que me detenga en este escrito que no sólo llevó a Lutero - y a un servidor - a la conversión sino también a otros personajes como Agustín de Hipona o John Wesley.

La carta a los Romanos, el Evangelio según Pablo

El mensaje del Evangelio (I): la Humanidad culpable

Sin ningún género de dudas, el escrito más importante que saldría nunca de la pluma de Pablo es la carta o epístola a los Romanos. A diferencia de la mayoría de sus textos, esta carta no pretende responder a situaciones circunstanciales que se hubieran planteado en iglesias fundadas por él. Tampoco pretende atender necesidades de carácter pastoral. Por el contrario, se encuentra dirigida a unos hermanos en la fe que sólo le conocían de oídas y a los que deseaba ofrecer un resumen sistemático de su predicación. En ese sentido, más que ninguna otra de sus obras, la dirigida a los Romanos merece el nombre del Evangelio según Pablo y también más que ninguna otra recoge la mayor parte de su cosmovisión de forma sistemática y completa.

Como es común en el género epistolar, Pablo comienza este escrito presentándose y haciendo referencia al afecto que siente hacia los destinatarios de la carta (Romanos 1, 1-7), para, acto seguido, indicar que su deseo es viajar hasta esa ciudad y poder compartir con los fieles algún don espiritual (Romanos 1, 10-11). Como señala a continuación, “muchas veces me he propuesto ir a vosotros” (Romanos 1, 13), pero siempre se había encontrado con un obstáculo que se lo había impedido. Ahora había llegado el momento “anunciar el evangelio también a vosotros que estáis en Roma”, un evangelio del que no se avergonzaba (Romanos 1, 15-16). ¿En qué consistía ese Evangelio, esa buena noticia? Pablo lo dice con obvia elocuencia:

 

“el evangelio… es poder de Dios para salvación para todo aquel que cree; para el judío, en primer lugar, pero también para el griego. 17 Porque en él la justicia de Dios se manifiesta de fe en fe; como está escrito: pero el justo vivirá por la fe.

(Romanos 1, 16b-17)

 

El resumen que Pablo hace de su predicación no puede ser más claro. La justicia de Dios no se manifiesta por obras o méritos personales – menos por el sometimiento a una institución religiosa - sino por la fe y su consecuencia lógica es que el justo vivirá por la fe. La afirmación la conocemos ya por otras conclusiones similares de Pablo que aparecen, por ejemplo, en la carta a los Gálatas. Sin embargo, en Romanos, Pablo desarrolla de manera más amplia las bases de su afirmación. En primer lugar, va a dejar sentado el estado de culpabilidad universal del género humano. Se trata de una descripción que el apóstol realiza por partes iniciándola por los gentiles, por los paganos, por los que no pertenecen al pueblo de Israel del que él mismo sí formaba parte. De los gentiles puede afirmar lo siguiente:

 

18 Porque es manifiesta la ira de Dios del cielo contra toda impiedad e injusticia de los hombres, que detienen la verdad con la injusticia: 19 Porque lo que de Dios se conoce, a ellos es manifiesto; porque Dios se lo manifestó. 20 Porque las cosas que de él son invisibles, su eterno poder y su deidad, se perciben desde la creación del mundo, pudiendo entenderse a partir de las cosas creadas; de manera que no tienen excusa: 21 Porque a pesar de haber conocido a Dios, no le glorificaron como a Dios, ni le dieron gracias; por el contrario, se enredaron en vanos discursos, y su corazón necio se entenebreció. 22 Asegurando que eran sabios, se convirtieron en necios: 23 cambiaron la gloria del Dios incorruptible por una imagen que representaba a un hombre corruptible, y aves, y animales de cuatro patas, y reptiles serpientes. 24 Por eso, Dios los entregó a la inmundicia, a las ansias de sus corazones, de tal manera que contaminaron sus cuerpos entre sí mismos: 25 ya que cambiaron la verdad de Dios por la mentira, honrando y sirviendo a las criaturas antes que al Creador, el cual es bendito por los siglos. Amén. 26 Por esto Dios los entregó a pasiones vergonzosas; pues aun sus mujeres cambiaron el natural uso del cuerpo por el que es contrario a la naturaleza: 27 Y de la misma manera, también los hombres, abandonando el uso natural de las mujeres, se encendieron en pasiones concupiscencias los unos con los otros, realizando cosas vergonzosas hombres con hombres, y recibiendo en sí mismos la paga adecuada a su extravío. 28 Y como no se dignaron reconocer a Dios, Dios los entregó a una mente depravada, que los lleva a hacer indecencias, 29 rebosando de toda iniquidad, de fornicación, de maldad, de avaricia, de perversidad; llenos de envidia, de homicidios, de contiendas, de engaños, de malignidades; 30 murmuradores, detractores, aborrecedores de Dios, injuriosos, soberbios, altivos, inventores de maldades, desobedientes a los padres, 31 ignorantes, desleales, sin afecto natural, despiadados: 32 éstos, aun sabiendo de sobra el juicio de Dios - que los que practican estas cosas merecen la muerte - no sólo las hacen, sino que además respaldan a los que las hacen”.

(Romanos 1, 18-31)

La descripción que Pablo hace del mundo pagano en el texto previo coincide, en líneas generales, con otros juicios expresados por autores judíos de la Antigüedad y, en menor medida, con filósofos paganos. La línea argumental resulta de especial nitidez, desde luego. De entrada, a juicio de Pablo, la raíz de la degeneración moral del mundo pagano arranca de su negativa a reconocer el papel de Dios en la vida de los seres humanos. Que Dios existe es algo que se desprende de la misma creación, pero el ser humano ha preferido sustituirlo por el culto a las criaturas. Ha entrado así en un proceso de declive en el que el volverse de espaldas a Dios tiene como consecuencia primera el rechazo de unas normas morales lo que deriva en prácticas pecaminosas que van de la fornicación a la deslealtad pasando por el homicidio, la mentira o la murmuración. Sin embargo, el proceso de deterioro moral no concluye ahí. Da un paso más allá cuando los que hacen el mal, no se limitan a quebrantar la ley de Dios sino que además se complacen en que otros sigan su camino perverso. Se trata del estadio en el que el adúltero, el ladrón, el desobediente a los padres o el que practica la homosexualidad no sólo deja de considerar que sus prácticas son malas sino que incluso invita a otros a imitarle y obtiene con ello un placer especial.

Sin embargo, Pablo no era tan ingenuo como para pensar que el veredicto de culpa pesaba únicamente sobre los paganos. Por el contrario, estaba convencido de que, ante Dios, también los judíos, a pesar de ser el pueblo que había recibido la Torah de Dios, eran culpables. Al respecto, sus palabras no pueden ser más claras:

 

17 He aquí, tú tienes el sobrenombre de judío, y descansas en la Torah y presumes de Dios, 18 Y conoces su voluntad, y apruebas lo mejor, instruído por la Torah 19 y confías que eres guía de los ciegos, luz de los que están en tinieblas, 20 maestro de los que no saben, educador de niños, que tienes en la Torah la formulación de la ciencia y de la verdad. 21 Tú pues, que enseñas a otro, ¿no te enseñas a ti mismo? ¿Tú, que predicas que no se ha de hurtar, hurtas? 22 ¿Tú, que dices que no se ha de cometer adulterio, cometes adulterio? ¿Tú, que abominas los ídolos, robas templos? 23 ¿Tú, que te jactas de la Torah, con infracción de la Torah deshonras a Dios? 24 Porque el nombre de Dios es blasfemado por vuestra culpa entre los gentiles, tal y como está escrito. 25 porque la circuncisión en realidad tiene utilidad si guardas la Torah, pero si la desobedeces tu circuncisión se convierte en incircuncisión.

(Romanos 2, 17-25)

 

La conclusión a la que llegaba Pablo difícilmente podía ser refutada. Los gentiles podían no conocer la Torah dada por Dios a Moisés, pero eran culpables en la medida en que desobedecían la ley natural que conocían e incluso podían llegar a un proceso de descomposición moral en el que no sólo no se oponían al mal, sino que se complacían en él e incluso impulsaban a otros a entregarse a quebrantar la ley natural. Los gentiles, por lo tanto, eran culpables. En el caso de los judíos, su punto de partida era superior siquiera porque habían recibido la Torah, pero su culpa era, como mínimo, semejante. También los judíos quebrantaban la Torah. El veredicto era obvio:

 

9 ... ya hemos acusado a judíos y a gentiles, de que todos están debajo de pecado. 10 Como está escrito: No hay justo, ni siquiera uno.

(Romanos 3, 9-10)

 

Al igual que había enseñado Jesús, no sólo es que no existía ningún ser humano que pudiera ganar su salvación mediante sus méritos y sus obras sino que todos sin excepción alguna eran pecadores y merecían el castigo por sus pecados. El hecho de que, a fin de cuentas, todos los hombres son pecadores y, en mayor o menor medida, han quebrantado la ley natural o la Torah parece que admite poca discusión. Sin embargo, históricamente no han faltado las interpretaciones teológicas que afirman que esa culpabilidad podría quedar equilibrada o compensada mediante el cumplimiento, aunque sea parcial, de la ley de Dios. En otras palabras, es cierto que todos somos culpables, pero podríamos salvarnos mediante la obediencia, aunque no sea del todo completa y perfecta, a la ley divina. La objeción parece haber estado presente en la mente de Pablo porque la refuta de manera contundente al afirmar que la ley no puede salvar:

 

19 Porque sabemos que todo lo que la ley dice, se lo dice a los que están bajo la ley lo dice, para que toda boca se tape, y todo el mundo se reconozca culpable ante Dios: 20 Porque por las obras de la ley ninguna carne se justificará delante de él; porque por la ley es el conocimiento del pecado.

(Romanos 3, 19-20)

 

Una vez más, Pablo refuta con una lógica contundente a la posible objeción. La ley no puede salvar, porque, en realidad, lo único que deja de manifiesto es que todo el género humano es culpable. De alguna manera, la ley es como un termómetro que muestra la fiebre que tiene un paciente, pero que no puede hacer nada para curarlo. Cuando un ser humano es colocado sobre la vara de medir de la ley lo que se descubre es que es culpable ante Dios en mayor o menor medida. La ley incluso puede mostrarle hasta qué punto es pecador, pero nada más. Pero, más allá de las obras propias, de la ley de Dios, de los méritos personales que en nada compensan los pecados propios, ¿existe algún camino de salvación? La respuesta de Pablo va a ser afirmativa.


Si el hombre no puede salvarse por sus propias obras, por sus propios méritos, por sus propias acciones; si la ley de Dios, lejos de salvarlo, sólo le muestra que es incluso más culpable de lo que cree, ¿cómo puede salvarse de la justa condenación de Dios? La respuesta de Pablo hunde sus raíces en los textos del Antiguo Testamento que hacen referencia a la muerte de un ser inocente en pago por los pecados de los culpables, en las profecías sobre un mesías que morirá en expiación por las culpas del género humano (Isaías 53) y en la propia predicación de Jesús que se ha presentado como ese mesías-siervo que entregará su vida en rescate por muchos (Marcos 10, 45). No es original, por lo tanto, aunque sí extraordinariamente bien expuesta. Dios – que no puede ser justo y, a la vez, declarar justo a alguien que es pecador e injusto – ha enviado a alguien para morir en expiación por las faltas del género humano y abriendo el camino a que el injusto pueda ser justificado, declarado justo por Dios porque esa justicia no es la suya propia sino la justicia imputada de Jesús. La expiación llevada a cabo por el mesías Jesús no puede ser ni pagada ni adquirida ni merecida. Tan sólo cabe aceptarla a través de la fe o rechazarla. Aquellos que la aceptan a través de la fe son aquellos a los que Dios declara justos, a los que justifica, no porque sean buenos sino porque han aceptado la expiación que Jesús llevó a cabo en la cruz. De esa manera, Dios puede ser justo y, al mismo tiempo, justificar al que no lo es. De esa manera también queda claro que la salvación es un regalo de Dios, un resultado de su gracia y no de las obras o del esfuerzo humano:

El mensaje del Evangelio (II): la salvación a través de la fe

 

21 Pero ahora, sin la ley, la justicia de Dios se ha manifestado, testificada por la ley y por los profetas, 22 la justicia de Dios por la fe en Jesús el mesías, para todos los que creen en él: porque no hay diferencia; 23 por cuanto todos pecaron, y están destituidos de la gloria de Dios; 24 siendo justificados gratuitamente por su gracia a través de la redención que hay en el mesías Jesús; 25 al cual Dios ha colocado como propiciación a través de la fe en su sangre, para manifestación de su justicia, pasando por alto, en su paciencia, los pecados pasados, 26 con la finalidad de manifestar su justicia en este tiempo, para ser justo, y, a la vez, el que justifica al que tiene fe en Jesús. 27 ¿Dónde queda, por lo tanto, el orgullo? Se ve excluído. ¿Por qué ley? ¿por las obras? No, sino por la de la fe.28 Así que llegamos a la conclusión de que el hombre es justificado por fe sin las obras de la ley.

(Romanos 3, 21-28)

 

El argumento de Pablo no resulta novedoso y, en realidad, lo vemos tanto en los Evangelios como en su carta a los gálatas. Sin embargo, es obvio que en la dirigida a los romanos lo desarrolla, lo argumenta, lo fortalece todavía más. En realidad, da la sensación de que dialoga con un adversario invisible que le plantea distintas objeciones a las que responde de manera sólida. Por ejemplo, se puede plantear si todo lo que Pablo sostiene no choca con las Escrituras del Antiguo Testamento en las que la Torah tiene un papel central. La respuesta de Dios es que precisamente en la propia Torah ya se enseña que la salvación no es por obras, sino por gracia, a través de la fe. El caso de Abraham, el padre de los creyentes, o el del rey David son una buena muestra de ello:

 

1 ¿QUÉ, pues, diremos que halló Abraham nuestro padre según la carne? 2 Por que si Abraham fue justificado por la obras, tiene de qué gloriarse; aunque no para con Dios, 3 pero ¿qué dice la Escritura? Y creyó Abraham a Dios, y le fue computado como justicia. 4 Sin embargo al que hace obras, no se le cuenta el salario como gracia, sino como una deuda. 5 pero al que no realiza obras, sino que cree en aquél que justifica al impío, la fe le es contada por justicia. 6 También David dice que es bienaventurado el hombre al que Dios atribuye justicia sin obras, 7al afirmar: Bienaventurados aquellos cuyas iniquidades son perdonadas, y cuyos pecados son cubiertos. 8 Bienaventurado el hombre al que el Señor no imputó pecado. 9 ¿Esta bienaventuranza es en la circuncisión o también en la incircuncisión? porque decimos que a Abraham fué contada la fe por justicia. 10 ¿Cómo pues le fue contada? ¿en la circuncisión, o en la incircuncisión? No en la circuncisión, sino en la incircuncisión. 11 Y recibió la circuncisión como señal, como sello de la justicia por la fe que tuvo en la incircuncisión: para que fuese padre de todos los creyentes no circuncidados, para que también a ellos les sea contado por justicia; 12 Y padre de la circuncisión, no solamente para los que son de la circuncisión, sino también para los que siguen las pisadas de la fe que tuvo nuestro padre Abraham antes de ser circuncidado. 13 Porque la promesa no le fue dada a Abraham por la ley ni tampoco a su descendencia, que sería heredero del mundo, sino que le fue dada por la justicia de la fe… 16 Por tanto es por la fe, para que sea por gracia; para que la promesa sea firme para toda descendencia, no solamente para el que es de la ley, sino también para el que es de la fe de Abraham, el cual es padre de todos nosotros.

(Romanos 4, 1-16)

 

Precisamente, el inicio del capítulo 5 constituye un resumen de de toda la exposición del camino de salvación expuesto por Pablo:

 

1 JUSTIFICADOS, pues, por la fe, tenemos paz para con Dios por medio de nuestro Señor Jesús el mesías: 2 por el cual también tenemos entrada mediante la fe a esta gracia en la cual estamos firmes y nos gloriamos en la esperanza de la gloria de Dios.

(Romanos 5, 1-2)

 

Pero para Pablo no basta con señalar la fe como la vía por la que el hombre al final recibe la salvación de Dios, es declarado justo por Dios, es justificado. Además quiere dejar claramente de manifiesto que el origen de esa circunstancia es el amor de Dios, un amor que no merece el género humano porque fue derramado sobre él cuando estaba caracterizado por la enemistad con Dios:

 

5 Y la esperanza no avergüenza; porque el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos ha sido dado. 6 Porque el mesías, cuando aún éramos débiles, a su tiempo, murió por los impíos. 7 Es cierto que ya es raro que alguien muera por una persona que sea justa. Sin embargo, es posible que alguien se atreva a morir por alguien bueno. 8 pero Dios deja de manifiesto su amor para con nosotros, porque siendo aún pecadores, el mesías murió por nosotros. 9 Por lo tanto, justificados ahora en su sangre, con mucha más razón seremos salvados por él de la ira. 10 porque si cuando eramos enemigos, fuimos reconciliados con Dios mediante la muerte de su Hijo, mucho más ahora que ya estamos reconciliados, seremos salvados por su vida.

(Romanos 5, 5-10)

 

Sobre ese conjunto de circunstancias claramente establecido por Pablo – el que Dios nos ha amado sin motivo, el que ha enviado a su Hijo a morir por el género humano y el que la salvación es un regalo divino que se recibe no por méritos propios sino a través de la fe – viene a sustentarse el modelo ético del cristianismo al que se referirá a continuación. Se trata, por lo tanto, de una peculiar ética porque no arranca del deseo de garantizar o adquirir la salvación, sino de la gratitud que brota de haber recibido ya esa salvación de manera inmerecida. Para Pablo (vid: Efesios 2, 8-10), las buenas obras no se realizan para obtener la salvación, sino, precisamente, porque ya se ha obtenido.

La sola gracia recuperada por la Reforma y contenida, ente otros lugares, en la enseñanza bíblica de la justificación por la fe implicaba un terrible corrosivo contra esa peculiar institución conocida como la iglesia católico-romana. Quedaba claramente de manifiesto que el ser humano no precisaba de un mediador clerical para comunicarse con Dios y que tampoco ningún mediador clerical era preciso para obtener la justificación que no venía de las obras o de la práctica de ritos y ceremonias medievales o de la obediencia ciega a la jerarquía sino por gracia a través de la fe. Para remate, los negocios escandalosos relacionados con la salvación y que pasaban lo mismo por el pago de misas o de indulgencias quedaban expuestos en toda su indecente desnudez. Aquella recuperación del mensaje del Evangelio implicaba una enorme, gigantesca a decir verdad, liberación. Era un grito de libertad que decía: “¡Dejad a los falsos maestros que os han robado y esclavizado durante siglos! ¡No los necesitáis! ¡Volveos a Dios a través de Jesús, reconoced vuestros pecados y vuestra incapacidad para salvaros, aceptad por fe el sacrificio de Jesús, sed justificados y comenzad una vida nueva en la que las buenas obras serán realmente buenas obras y no ceremonias y ritos paganos!”. No sorprende que aquellos que vieron amenazadas sus tiaras y sus barrigas sustentadas sobre la ignorancia y el sudor del pueblo reaccionaron con una violencia extrema intentado que aquel mensaje fuera consumido por el fuego de las hogueras inquisitoriales. Pero los caminos del Señor eran otros.

CONTINUARÁ:

La Reforma indispensable (LI): En que acertó Lutero (IV): Sola gratia (III)

 

 

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