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Jueves, 21 de Noviembre de 2024

La Reforma indispensable (LVII): En que acertó Lutero (X): Sola Scriptura (II)

Domingo, 31 de Mayo de 2015

​No se necesita una especial inteligencia para comprender que una organización que no duda en atribuir a su cabeza un tratamiento que la Biblia sólo atribuye a Jesús y que no ha tenido el menor reparo en falsificar documentos para crear un estado que perdura hasta la actualidad, no iba a detenerse ante nada si sus intereses así le convenían.

Por supuesto, el argumento utilizado – circular donde los haya – es que sólo ella puede interpretar las Escrituras y, por lo tanto, cuando éstas dicen todo lo contrario de lo que ella afirma es que no se interpretan bien. A decir verdad, ese razonamiento sólo se ha dado históricamente en los estados totalitarios porque ni siquiera las monarquías absolutas se han atrevido a tanto. Sólo el nacional-socialismo alemán o el stalinismo se atrevieron a decir que, dijera lo que dijera la ley – que no pocas veces reconocía derechos en el papel – quien la interpretaba era el Führer o el Vodzh y su interpretación era la única aceptable. Justo es reconocer que antes que Hitler o Lenin, esa línea de interpretación sólo se atrevió a llevarla a cabo el Vaticano. Las razones son obvias. El sistema se desploma cuando se le enfrenta con lo que afirma la Escritura. Desarrollar esa cuestión sería materia suficiente para extensos volúmenes, pero permítaseme dar algunos ejemplos.

1. La casta sacerdotal. No menos claro que la perversidad espiritual que implica un estado Vaticano como supuesto asentamiento de la cabeza de la iglesia es la creación, paso a paso, de una casta sacerdotal separada del clero. En el Nuevo Testamento, no se hace ninguna referencia a un grupo sacerdotal específico como, por ejemplo, existía en Israel. Sabemos por el libro de los Hechos que incluso los primeros judeo-cristianos iban al templo de Jerusalén a orar (Hechos 3: 1), pero, sobre todo, nos consta que sólo menciona a un Sumo sacerdote que es Jesús (Hebreos 7: 3) – no Pedro ni mucho menos unos supuestos sucesores en Roma – y que considera que todos los creyentes son por definición sacerdotes (Apocalipsis 1: 6; 5: 10). Curiosamente, la palabra “clero” se utiliza no para referirse a un sacerdocio aparte sino a todos los creyentes, es decir, a aquellos a los que deben supervisar no sacerdotes sino pastores y el testimonio al respecto nos viene de Pedro (I Pedro 5: 3). Perversión mayor del lenguaje y de la teología no es fácil de hallar.

La casta sacerdotal, constituida de manera crecientemente piramidal, es una creación de la Edad Media, pero nada tiene que ver con las Escrituras.

2. El celibato de los obispos. Lo mismo puede decirse del celibato impuesto de manera creciente por la iglesia de Roma sobre sus clérigos. Lo que sabemos por el Nuevo Testamento es que los obispos o supervisores – que no otra cosa significa epískopos – eran casados. Haciendo un paréntesis, la lectura de textos como Hechos 20: 17-28 deja de manifiesto que el obispo no era un sujeto colocado por encima de los ancianos o presbyteroi sino que ancianos y obispos eran lo mismo en la época apostólica y es lógico que así fuera por que no pasaban de ser una copia del modelo sinagogal en el que habían crecido Jesús y sus primeros seguidores. Pero volvamos al celibato. Pablo establece claramente:

“Palabra fiel: Si alguno anhela obispado, buena obra desea. Pero es necesario que el obispo sea irreprensible, marido de una sola mujer, sobrio, prudente, decoroso, hospedador, apto para enseñar; no dado al vino, no pendenciero, no codicioso de ganancias deshonestas, sino amable, apacible, no avaro; que gobierne bien su casa, que tenga a sus hijos en sujeción con toda honestidad (pues el que no sabe gobernar su propia casa, ¿cómo cuidará de la iglesia de Dios?); no un neófito, no sea que envaneciéndose caiga en la condenación del diablo. También es necesario que tenga buen testimonio de los de afuera, para que no caiga en descrédito y en lazo del diablo”.

(I Timoteo 3: 1-7)

Es cierto que para una institución sobre manera codiciosa y amiga de almacenar bienes terrenales como ha sido históricamente la iglesia católica, la idea de que algún donativo fuera a parar no solo a un sacerdote sino a su esposa o hijos resultaba odiosa. El celibato permite, por el contrario, que todo el dinero quede en las manos de ese estado que existe en la ciudad de las siete colinas y cuyos jerarcas visten de color escarlata. Sin embargo, nada más contrario a la enseñanza de la Biblia y a la práctica de los mismos apóstoles. Pablo – que consideraba esencial que un obispo estuviera casado y tuviera hijos – da testimonio de cómo de todos los apóstoles sólo él y Bernabé eran célibes y también los únicos que no se sustentaban con ofrendas de las congregaciones:

 

“Contra los que me acusan, esta es mi defensa: ¿Acaso no tenemos derecho de comer y beber? ¿No tenemos derecho de traer con nosotros una hermana por mujer como también los otros apóstoles, y los hermanos del Señor, y Cefas? ¿O sólo yo y Bernabé no tenemos derecho de no trabajar? ¿Quién fue jamás soldado a sus propias expensas? ¿Quién planta viña y no come de su fruto? ¿O quién apacienta el rebaño y no toma de la leche del rebaño? ¿Digo esto sólo como hombre? ¿No dice esto también la ley? Porque en la ley de Moisés está escrito: No pondrás bozal al buey que trilla. ¿Tiene Dios cuidado de los bueyes, o lo dice enteramente por nosotros? Pues por nosotros se escribió; porque con esperanza debe arar el que ara, y el que trilla, con esperanza de recibir del fruto. Si nosotros sembramos entre vosotros lo espiritual, ¿es gran cosa si segáremos de vosotros lo material? Si otros participan de este derecho sobre vosotros, ¿cuánto más nosotros? Pero no hemos usado de este derecho, sino que lo soportamos todo, por no poner ningún obstáculo al evangelio de Cristo” (I Corintios 9: 3-12).

El texto no puede ser más claro. Hasta Pedro (Cefas) viajaba con su esposa como todos los apóstoles salvo Pablo y Bernabé. ¿Por qué no había de ser así? Por otro lado y haciendo un breve paréntesis, Pablo también enseña que son las congregaciones las que deben mantener a sus pastores y no las subvenciones del estado o los impuestos de los ciudadanos. Poca duda puede haber del horror que habría sentido el apóstol Pablo – que prefería ganarse la vida trabajando con sus manos – al ver el emporio financiero y el dinero recibido de los estados de que disfruta el Vaticano.

Como reconoce la página de la parroquia de san Esteban en Cúcuta, Colombia, hubo “papas” casados. La página http://iglesiaantiguaencucuta.jimdo.com/papas-obispos-casados-en-la-historia-de-la-iglesia-cat%C3%B3lica/ - menciona entre otros a Félix III (483-492) tuvo dos hijos, Hormidas (514-523) tuvo otro hijo; Adriano II (867-872), un hijo; Clemente IV (1265-68), dos hijas y Félix V, un hijo. Todos ellos fueron obispos de Roma. Pero no hacía falta recurrir a esos casos. Bastaba simplemente con leer la Biblia.

 


Una de las prácticas más comunes en el seno del catolicismo es el culto a las imágenes. Es así además porque la iglesia católica la promueve e incluso la convierte en centro de celebraciones religiosas populares. Muchos católicos podrán no tener la Biblia en casa, pero sí contarán con alguna imagen a la que rinden culto. Sin embargo, esa conducta es condenada severísimamente en la Biblia. De entrada, los Diez mandamientos la prohíben de forma tajante. Así, en Éxodo 20: 4-6 podemos leer:

  1. El culto a las imágenes:

No te harás imagen, ni ninguna semejanza de cosa que esté arriba en el cielo, ni abajo en la tierra, ni en las aguas debajo de la tierra: No te inclinarás a ellas, ni las honrarás; porque yo soy YHVH tu Dios, fuerte, celoso, que visito la maldad de los padres sobre los hijos, sobre los terceros y sobre los cuartos, a los que me aborrecen, y que hago misericordia en millares á los que me aman, y guardan mis mandamientos.

 

Las palabras del Decálogo son fáciles de entender y sencillas en su formulación. Dios abomina del culto a las imágenes y además advierte que es una maldad tan horrible ante Sus ojos que la castigará por generaciones. Que la iglesia católica se haya permitido quitar este mandamiento del Decálogo y desdoblar el relativo al adulterio en dos para conservar el número de diez es una gravísima desobediencia a la ley de Dios que Aquel que visita la maldad por generaciones no puede dejar impune.

Pero no se trata sólo de que Dios lo prohíba. Es que además la Biblia manifiesta que sólo la ceguera espiritual – por no decir la estupidez más profunda – puede adherirse al culto a las imágenes. El profeta Isaías contiene en su capítulo 44: 9-20 uno de los alegatos más duros contra el culto a las imágenes, alegato rezumante de sensatez:

 

“Los formadores de imágenes de talla son todos vanidad, y lo más precioso de ellos no sirve para nada. Ellos mismos son testigos para su confusión, de que las imágenes no ven ni entienden. ¿Quién formó un dios, o quién fundió una imagen que no es de ningún provecho? He aquí que todos los suyos serán avergonzados, porque los artífices mismos son hombres. Todos ellos se juntarán, se presentarán, se asombrarán, y, unánimente, serán avergonzados. El herrero toma la tenaza, trabaja en las ascuas, le da forma con los martillos, y trabaja con la fuerza de su brazo; luego tiene hambre, y desfallece; no bebe agua, y se desmaya. El carpintero coloca la regla, la marca con almagre, la labra con los cepillos, le da figura con el compás, la forma con aspecto humano, a semejanza de hombre hermoso, para tenerlo en casa. Corta cedros, y echa mano del ciprés y la encina, que crecen entre los árboles del bosque; planta un pino, para que crezca con la lluvia. Luego lo utiliza el hombre para hacer lumbre, y toma de ellos para calentarse; enciende también el horno, y cuece panes; hace además un dios, y lo adora; fabrica una imagen y se arrodilla delante de ella. Una parte del leño la quema en el fuego; con otra parte de él come carne, se prepara un asado, y se sacia; después se calienta, y dice: !!Oh! me he calentado, he visto el fuego; y de lo que sobra se hace un dios, una imagen suya; se postra delante de ella, la adora, y le ruega diciendo: Líbrame, porque mi dios eres tú. No saben ni entienden; porque cerrados están sus ojos para no ver, y su corazón para no entender. No piensa ni tiene sensatez ni entendimiento para decir: Una parte la quemé en el fuego, y sobre sus brasas cocí pan, asé carne, y me la comí. ¿Haré del resto una abominación? ¿Me postraré delante de un tronco de árbol? De ceniza se alimenta; su corazón engañado le desvía, para que no libre su alma, ni diga: ¿No es pura mentira lo que tengo en mi mano derecha?”

Las palabras del profeta no pueden ser más claras. Las imágenes a las que se rinde culto no son más que un pedazo de la misma madera que sirve para hacer lumbre o cocinar. Y lo terrible es quien incurre en tan gravísimo pecado de idolatría ha perdido hasta la más sencilla capacidad de raciocinio que le mostraría como espiritualmente se alimenta de ceniza y su corazón está engañado.

Son muchos los pasajes de la Biblia que repiten esta enseñanza, pero quizá sea el salmo 115 uno de los mayores alegatos nunca escritos en contra del culto a las imágenes. Como indica tajantemente en sus versículos 4-9, de hecho, lo que diferencia a los verdaderos seguidores de Dios de los que son paganos es que un fiel creyente jamás rendirá culto a una imagen y no lo hará porque esas imágenes son:

… plata y oro,
Obra de manos de hombres.

Tienen boca, pero no hablan;
Tienen ojos, pero no ven;

Orejas tienen, pero no oyen;
Tienen narices, pero no huelen;

Manos tienen, pero no palpan;
Tienen pies, pero no caminan;
No hablan con su garganta.

Semejantes a ellos son los que los hacen,
Y cualquiera que confía en ellos.

 

Oh Israel, confía en YHVH;
El es tu ayuda y tu escudo.

 

El mensaje del salmo no puede ser más claro. Las imágenes son simple obras de hombres sin poder alguno y desprovistas de beneficio espiritual. A Dios le repugna profundamente ese culto a las imágenes y los que ante ellas se inclinan y les rinden cualquier tipo de culto están, espiritualmente, tan ciegos, sordos, insensibles e inmóviles como ellas. Sin duda, es un mensaje que sonará duro para algunos, pero resulta innegable que los judíos se liberaron de cualquier tentación de rendir culto a imágenes hace milenios y que los primeros cristianos jamás incurrieron en esa forma de idolatría. De hecho, los judíos consideran que el culto a las imágenes es el mayor pecado en que puede incurrir un ser humano junto al asesinato y el adulterio. Por lo que se refiere al cristianismo, las imágenes tardaron en entrar siglos y cuando lo hicieron, por influencia directa del paganismo, no fueron aceptadas de forma indiscutible… hasta el siglo VIII. La Sola Scriptura permitía regresar a la adoración pura de Dios que jamás puede incluir una conducta tan condenada en la Biblia como el culto a las imágenes. Y es que, como señala el salmo, los que caen en esa práctica y todavía más los que incitan a la gente a actuar así no se diferencian espiritualmente de ese pedazo de madera, oro o plata ante el que se inclinan. Por añadidura, permiten entender no poco de la suerte sufrida por ciertos pueblos.

Por cierto, permítaseme añadir algunas grabaciones destinadas especialmente a aquellos que duden de que el Salmo 115 es real.

www.youtube.com/watch?v=UQYg17f9X04

www.youtube.com/watch?v=UQYg17f9X04

www.youtube.com/watch?v=fgZkD4ZBp10

(A partir del minuto 8)

 

Veamos un último botón de muestra de ese distanciamiento entre la enseñanza, sencilla y pura de las Escrituras, y la de la iglesia católica.

 

4. La misa: la iglesia de Roma ha atado durante siglos las almas con la afirmación de que dispone de siete sacramento indispensables para la salvación. Por supuesto, ni la palabra sacramento – que es de origen tardío – ni los siete que enseña la iglesia católica aparecen en la Biblia. Si nos detenemos en la Eucaristía, por ejemplo, vemos que en la iglesia católica sólo participan los fieles del pan mientras que la Biblia es muy clara a la hora de señalar que se participaba del vino – del fruto de la vid, como dijo Jesús (Mateo 26: 29), no de una sangre transubstanciada de acuerdo a un dogma de inicios del siglo XIII - y del pan – no de carne transubstanciada. Se hacía además no como un sacrificio sino como una conmemoración del sacrificio de Cristo hasta que Cristo volviera:

Así, pues, todas las veces que comiereis este pan, y bebiereis esta copa, la muerte del Señor anunciáis hasta que él venga” (I Corintios 11: 26).

De hecho, pretender que la Eucaristía es un sacrificio implica situar la sangre de Jesús a la altura de la de los carneros y becerros que se ofrecían una vez tras otra, ya que el sacrificio de Cristo se ofreció una vez y para siempre. Significa, de hecho, colocar su preciosa muerte en la cruz a la altura de los sacrificios del Antiguo Pacto:

“Porque la ley, teniendo la sombra de los bienes venideros, no la imagen misma de las cosas, nunca puede, por los mismos sacrificios que se ofrecen continuamente cada año, hacer perfectos a los que se acercan. De otra manera cesarían de ofrecerse, pues los que tributan este culto, limpios una vez, no tendrían ya más conciencia de pecado. Pero en estos sacrificios cada año se hace memoria de los pecados; porque la sangre de los toros y de los machos cabríos no puede quitar los pecados. Por lo cual, entrando en el mundo dice:

 

Sacrificio y ofrenda no quisiste;
Mas me preparaste cuerpo.

Holocaustos y expiaciones por el pecado no te agradaron.

Entonces dije: He aquí que vengo, oh Dios, para
hacer tu voluntad,

Como en el rollo del libro está escrito de mí. m

Diciendo primero: Sacrificio y ofrenda y holocaustos y expiaciones por el pecado no quisiste, ni te agradaron (las cuales cosas se ofrecen según la ley), y diciendo luego: He aquí que vengo, oh Dios, para hacer tu voluntad; quita lo primero, para establecer esto último. En esa voluntad somos santificados mediante la ofrenda del cuerpo de Jesucristo hecha una vez para siempre. Y ciertamente todo sacerdote está día tras día ministrando y ofreciendo muchas veces los mismos sacrificios, que nunca pueden quitar los pecados; pero Cristo, habiendo ofrecido una vez para siempre un solo sacrificio por los pecados, se ha sentado a la diestra de Dios, de ahí en adelante esperando hasta que sus enemigos sean puestos por estrado de sus pies; porque con una sola ofrenda hizo perfectos para siempre a los santificados. Y nos atestigua lo mismo el Espíritu Santo; porque después de haber dicho:

Este es el pacto que haré con ellos
Después de aquellos días, dice el Señor:
Pondré mis leyes en sus corazones,
Y en sus mentes las escribiré, añade:
Y nunca más me acordaré de sus pecados y transgresiones. m

Pues donde hay remisión de éstos, no hay más ofrenda por el pecado. Así que, hermanos, teniendo libertad para entrar en el Lugar Santísimo por la sangre de Jesucristo, por el camino nuevo y vivo que él nos abrió a través del velo, esto es, de su carne, y teniendo un gran sacerdote sobre la casa de Dios, acerquémonos con corazón sincero, en plena certidumbre de fe, purificados los corazones de mala conciencia, y lavados los cuerpos con agua pura.

(Hebreos 10: 1-22)

La Cena del Señor fue, originalmente, una participación del pan y del fruto de la vida para recordar la muerte de Cristo en la cruz por los pecados de muchos y para anunciar que regresaría. Con el paso del tiempo, se convertiría en una renovación del sacrificio - ¿puede envejecer el sacrificio de Cristo en la cruz para que necesite ser renovado? – definido en el siglo XIII en categorías aristotélicas que sabemos que son positivamente falsas gracias a la física moderna y del que los fieles sólo participan comiendo una oblea, pero no bebiendo el vino. Se mire como se mire, todo parecido entre la doctrina y la práctica católica y lo que los primeros cristianos practicaban y creían de acuerdo con la Biblia es pura coincidencia.

Se trata de algunos ejemplos, pero podrían multiplicarse. No existe la menor base para la prohibición de los anticonceptivos impuesta por Roma hace unas décadas, ni para su doctrina de la indisolubilidad matrimonial que ni aparece en las Escrituras ni fue la práctica de los primeros siglos de cristianismo, ni para el encarnizamiento terapéutico con que ha castigado a no pocos, ni siquiera para una visión del aborto que pretende salvar el feto en contra de la vida de la propia madre. El sistema, como señaló Jesús en relación a los dirigentes religiosos de su época (Mateo 23: 4) obedece a una casta religiosa formada por hombres célibes – al menos, en teoría – que “atan cargas pesadas y difíciles de llevar, y las ponen sobre los hombros de los hombres; mas ni aun con su dedo las quieren mover”.

El regreso a la Biblia y la proclamación, siguiendo el ejemplo de la ley y de los profetas, de Jesús y de sus apóstoles, del principio de la Sola Scriptura constituyó una grandiosa revolución de libertad y bendición espirituales.

- La iglesia de Roma gritaba: someteos al sucesor de Pedro y a sus estados pontificios. La Reforma respondía: la Biblia nos muestra que eso que decís es mentira y que sólo debemos someternos a Cristo.

- La iglesia de Roma gritaba: utilizaré la Inquisición y a los reyes para arrancaros la vida. La Reforma respondía: la Biblia nos muestra que esas acciones no son cristianos y pondremos nuestra confianza en Dios.

- La iglesia de Roma gritaba: someteos a mis dogmas y tradiciones si queréis salvaros. La Reforma respondía: son las Escrituras las que nos pueden hacer sabios para ser salvos por medio de la fe en Jesús el mesías.

- La iglesia de Roma gritaba: santificaos mediante el celibato. La Reforma respondía: estáis privando a millares de seres humanos de una bendición creada por Dios y lo hacéis en contra de las enseñanzas de Jesús y sus apóstoles.

- La iglesia de Roma gritaba: tomad el sacrificio de la misa. La Reforma respondía: el pan de vida es Cristo y la misa es una ceremonia que nada tiene que ver con la Cena del Señor que celebraron los apóstoles y, al pretender que es la renovación del sacrificio de Cristo ofrecido una vez por todas, se vilipendia su muerte en la cruz.

- La iglesia de Roma gritaba: sin mis siete sacramentos no hay salvación. La Reforma respondía: no hay nada en la Biblia que se parezca a ese sistema sacramental surgido en los últimos siglos.

- La iglesia de Roma gritaba: someteos a mi clero. La Reforma respondía: sólo hay un sumo sacerdote que es Cristo y todos los creyentes somos sacerdotes. No existe un estado clerical distinto.

- La iglesia de Roma gritaba: ¡Someteos al papa!. La Reforma respondía: Solo Cristo.

- La iglesia de Roma gritaba: ¡Someteos a mis mandatos y sacramentos!. La Reforma respondía: Sola gratia.

- La iglesia de Roma gritaba: ¡Someteos a mis tradiciones, ritos y ceremonias! La Reforma respondía: Sola Scriptura.

Que a nadie le sorprenda el aciago destino de aquellas naciones que no regresaron a la Biblia a través del impulso de la Reforma. Que a nadie le sorprenda que ese pueblo que grita embravecido detrás de un pedazo de madera llevado en procesión no comprenda la libertad y se someta a las mayores tiranías y corrupciones. No podía ser – no puede ser – de otra manera. A fin de cuentas, un árbol malo no puede dar frutos buenos y la Inquisición y las cruzadas, las falsificaciones documentales para acumular poder y riquezas, las maniobras del estado Vaticano o el maridaje con dictadores de la peor especie, la instigación al gravísimo pecado de idolatría o la codicia clerical son frutos más que obvios.

. Pero para aquel que desee conocer a Jesús íntimamente, para el que ansíe tener una relación personal con él, para el que busque el camino de la salvación más que nunca está vigente el glorioso tríptico de la Reforma: Sola Gratia. Solo Christo. Sola Scriptura.

 

FIN DE LA SERIE

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