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Jueves, 21 de Noviembre de 2024

David Copperfield

Miércoles, 1 de Noviembre de 2017

Estoy prácticamente seguro de que mi primer encuentro con David Copperfield de Charles Dickens tuvo lugar cuando no había cumplido todavía los diez años. Fue en la pantalla en blanco y negro de la única televisión que había en España.

En ella, Francisco Valladares encarnaba al personaje de Dickens con su solidez habitual. En aquella época, Dickens era un autor muy leído – con toda justicia por otra parte – e incluso se consideraba que su lectura era apropiada para un niño. También es verdad que eran unos años en que la infancia iba acompañada de clásicos y no de esa basura con tapas que ahora se hace leer a las criaturas y que incluso recibe premios simplemente porque el autor escribe en catalán o gallego. Pero volvamos al asunto. Atraído por el ritmo del relato, me sumergí en las páginas de la novela no mucho después gracias a una edición de bolsillo muy económica – costaba como mucho cincuenta pesetas – que publicaba la editorial Bruguera – otra referencia indispensable de mis años de infancia - en su colección Libro Amigo. La historia de David Copperfield – en buena medida, autobiográfica del propio Dickens – me resultó extrañamente familiar aunque yo no fuera un niño inglés. También yo había conocido en mis primeros años las carencias económicas, pero, lejos de convertirme en un resentido, de manera más o menos intuitiva, había aprendido que la única manera de salir de ellas era no recibir la sopa boba de los conventos o la ayuda de un Estado todopoderoso sino desarrollar un denonado esfuerzo personal que debe apoyarse de manera primordial en la educación. Ahora que nuestro sistema educativo se ha desplomado gracias a la LOGSE y otros engendros de la progresía y que un título de bachiller – o incluso el de licenciado - no sirve de nada, el mensaje de Dickens sonará extraño y hasta ingenuo, pero era indiscutible en mis primeros años. Y no eran las únicas lecciones prácticas. En aquellas páginas también mostraba Dickens, a través del personaje de Micawber, que para ser felices hay que aprender a no gastar más de lo que se tiene. Como decía Micawber, la diferencia entre la dicha y la desgracia estaba en gastar lo que se tenía o gastar lo que se tenía y un penique más. Desde luego, si nuestros gobernantes leyeron alguna vez a Dickens lo han olvidado o lo desprecian altivamente. Es una pena, porque David Copperfield es una novela extraordinaria y no sólo por las lecciones morales que encierra sino por los conflictos humanos que relata y la manera en que los aborda. De ahí que Dickens no haya dejado de ser editado, leído y adaptado en las naciones de buena altura cultural. No puede decirse lo mismo de España. ¡Qué tiempos aquellos en que en nuestra nación era común leer a Dickens como sigue sucediendo ahora en el mundo civilizado! Si ahora se pregunta a los jóvenes algo sobre David Copperfield, a lo sumo responderán que es un mago.

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