Las personas son como son – nunca mejor dicho – y si acaso en momentos críticos afloran algunos de los aspectos más ocultos que, precisamente por eso, no suelen resultar los más positivos. De hecho, lo cierto es que el estúpido, el holgazán o el ladrón en determinadas situaciones aparecen todavía peor que de costumbre, pero porque, en realidad, siempre fueron así. Partiendo de esa realidad difícil de refutar, Indro Montanelli relató la historia de un estafador, embustero y aprovechado que, en el marco de la Génova ocupada durante la segunda guerra mundial, decidió asumir una personalidad falsa por puro interés, pero, bajo su nuevo nombre, se trasmutó redimiéndose. Me encontré por primera vez con este relato – que Montanelli afirma que se corresponde con un hecho real, pero de tal manera que hace pensar que también podría tratarse de una leyenda urbana – viendo la extraordinaria película de Roberto Rosellini del mismo nombre. A mi que no soy en absoluto un entusiasta del cine italiano, la cinta me pareció impresionante y cada vez que he vuelto a contemplarla he tenido la innegable sensación de encontrarme ante una obra maestra en su fuerza y en su sencillez. Vittorio de Sica será, por otra parte, siempre De la Róvere para mi y no se me ocurre quien hubiera podido encarnar mejor al estafador de la época de la ocupación. Nadie podría negar que el personaje en cuestión es charlatán, amoral, cuentista, miserable a fin de cuentas. Sin embargo, junto a esas nada admirables características, lo cierto es que De la Róvere es también un ser provisto de una cuerda ética que se verá pulsada cuando, en medio de la sordidez de la supervivencia bélica cotidiana, tenga que enfrentarse con una prueba que va más allá del no irse a la cama con el estómago vacío. Enfrentado con una situación en la que cualquiera de los pícaros como él habría intentado confundirse con el sórdido paisaje, De la Róvere decide representar un papel – nunca mejor dicho – que rezuma un valor y una dignidad absolutamente insospechables. Ante la peor situación, el farsante no se comporta como el cobarde miserable que, supuestamente, es sino como una persona valiente e íntegra. Quizá eso es lo que convierte en especialmente sugestiva la obra de Montanelli cada vez que volvemos a ella. Es como si en sus breves páginas, el brillante florentino nos estuviera anunciando que, incluso en el corazón entenebrecido de los seres más encanallados, no puede descartarse que brille un día admirable y casi cegadora, la luz de la redención personal.