Algunas de las mejores persecuciones de la Historia del cine se dan cita en esta trilogía de Fantomas más influidas ya por el primer James Bond o OSS 117 que por el relato original. También algunas de las mejores carcajadas relacionadas con de Funes – que, por cierto, era de origen español – aparecen en estos metrajes.
Volver a ver estas películas me ha traído a la memoria los cines de barrio de programa doble y sesión continua, las palomitas y las patatas fritas, el bombón helado y los caramelos, las primeras clases en un modesto colegio de la Avenida de San Diego del que ya no queda ni el nombre en un cartel, los aviones de papel y tantos recuerdos entrañables. También me ha hecho ver - ¡¡¡una vez más!!! – lo inocentes que éramos. Fantomas es un archivillano, pero he echado cálculos y, sumadas las tres películas, vació menos dinero de los bolsillos de la gente que cualquiera de los sicarios cobrabonus de la Agencia tributaria. Y eso que en la última película, como si fuera un Pablo Iglesia cualquiera, llega a exclamar: ¡Que paguen los ricos! Claro que Fantomas, criminal y todo, era mucho más decente que los esbirros de la Agencia tributaria y sus jefes políticos. Inmediatamente, el enmascarado delincuente reconoce que ese lema no es nada más que una excusa para poder robar más. O sea que el criminal por antonomasia reconocía lo que las castas privilegiadas les ocultan a millones de españoles. ¡Qué época aquella en que lo peor a lo que se podía llegar era a ser Fantomas!