Hay dos aspectos que me han resultado especialmente llamativos porque son de extraordinaria importancia y quedan opacados en medio de la más que interesante trama. El primero es cómo empezó el narcotráfico en Galicia y con él prácticamente en toda España. Durante décadas, en Galicia se habían amasado fabulosas fortunas gracias al contrabando de tabaco. Ocasionalmente, había capturas, pero todo quedaba solucionado con una multa porque no era delito. Gracias a ese apaño – ese invento tan español – vivían millares de personas en un ejercicio de economía sumergida, uno de tantos en España. Franco – que tenía la mentalidad propia de un cuartel – nunca fue más allá porque era consciente de que así muchas personas podían comer. Entonces llegó el nuevo régimen, un régimen que contaba con el sistema autonómico como uno de sus ejes y que sigue necesitando un tinglado impositivo confiscatorio para mantenerse. No pasó mucho tiempo antes de que en el ministerio de Hacienda alguien tuviera la idea de convertir el contrabando de tabaco en un delito de tal manera que se pudiera recaudar más. Como tantísimas monstruosidades ideadas en los despachos del ministerio de Hacienda la propuesta hasta parecía una genialidad. Parecía porque el efecto perverso resultó inmediato. Al poder ir a la cárcel lo mismo por traficar con tabaco que con cocaína, los antiguos contrabandistas se pasaron a la droga. Lógica tenía. Ya que se arriesgaban a dar en la prisión optaron por jugarse el cuello por un producto que les permitía multiplicar por diez sus ingresos. Las consecuencias sociales, más allá de los beneficios astronómicos de los traficantes, fueron pavorosas. Es verdad que se esforzaron por evitar la violencia y que Galicia se convirtiera en Sicilia, pero fumar un pitillo no es igual que esnifar coca. Ignoro si al final Hacienda recaudó mucho más tras la necia ocurrencia de convertir en delito el tráfico de tabaco, pero de lo que no tengo la menor duda es de que los padres de la idea, aunque los ascendieran, son los responsables directos de la desgracia de millares de españoles.
El segundo aspecto que llama enormemente la atención en esta serie es el estado de la delincuencia en España todavía a unos años de la muerte de Franco. Se podrá discutir cómo funcionaba la policía, pero es innegable que mantenía un nivel de delitos, especialmente violentos, casi envidiable. Se podrá decir que ahora no hay abusos, pero la realidad es que los mozos de escuadra tienen un historial de tortura que abochorna y eso no garantiza ni la seguridad urbana en Cataluña ni la eficacia mínima frente al terrorismo islámico o el golpismo. Es algo que se contempla también en la historia relatada en Fariña. Los contrabandistas de tabaco pudieron pasarse al tráfico de droga, pero jamás, ni de lejos, asumieron los hábitos asesinos de las distintas mafias italianas o de los cárteles colombianos. Por el contrario, evitaron siempre que pudieron ese tipo de conductas. Ajustes de cuentas entre bandas hubo así como palizas y coacciones, pero Sito Miñanco, los Charlines y Oubiña fueron la madre Teresa con grelos en comparación con Pablo Escobar y tantos otros. Eran hijos directos de una delincuencia que venía de la época de Franco, que evitaba la violencia lo más posible, que primaba el ingenio, el soborno y el clientelismo regional y que sabía aprovechar la benevolencia ocasional de un sistema penalmente mucho más duro que el actual. Eso es historia. La llegada de las mafias internacionales de, al menos, tres continentes; la fragmentación policial en Cataluña y Vascongadas; la legislación penal más laxa y la pérdida del temor a la acción de las fuerzas del orden provocaron un antes y un después. Desearía equivocarme, pero creo que nunca recuperaremos la tranquilidad en las calles que existía a mediados de los setenta. Si acaso cada vez va a ser más frecuente ver cómo la policía es agredida por boronos, filogolpistas catalanes o africanos ilegales que encima los acusan de ser racistas y de pretender causarles la muerte. No me cansaré de decirlo. Los que decidieron convertir el contrabando de tabaco en un delito para recaudar más abrieron las esclusas de la muerte.