Con todo, cuando aquel interés infantil se convirtió en adhesión inquebrantable fue, apenas unos años después, al traducirlo a diario en el primer curso de aquel, tristemente desaparecido, bachillerato de letras. Bajo la disciplina - digna de un tribuno de las legiones – del inefable padre Gregorio, a lo largo de los meses, fuimos desgranando el libro dedicado a la invasión de Britannia, en un relato que a mi me subyugó todavía más. Me consta que no todos mis compañeros de clase llegaron a contemplar con tanto interés el texto ni mucho menos apreciaron el latín elegantísimo de César – aunque muchos siguen recordando de aquella época frases enteras en latín - pero yo sigo fascinado.
Que, en un lustro solamente, César conquistara el territorio de la Francia y los Países Bajos actuales, desembarcara en Inglaterra, se adentrará en Alemania e incluso ambicionara ser el señor único de Roma constituye uno de los episodios más prodigiosos de la Historia Antigua. Pero todavía lo es más la manera en que en aquel momento ya se contemplaba el futuro. Los choques en Europa central, los movimientos migratorios hacia Occidente, la pericia militar germánica, la utilización de la propaganda con fines políticos y la relevancia del buen uso del lenguaje aparecen en los Comentarios a la guerra de las Galias de una manera que continua sobrecogiéndome cada vez que los releo. Mucho de lo que ahora somos, para lo bueno y para lo malo, estaba ya allí. Quizá es que en nuestro interior, aunque no lo sepamos, habita un romano.