No sé si fue mi primer éxito como defensor, pero me cabe duda de que le había dicho la verdad. La novela en cuestión era La legión de los condenados, un texto autobiográfico escrito por un escandinavo que había pasado la segunda guerra mundial en el seno de un batallón de castigo alemán. La obra, que describía desde los campos de concentración para delincuentes al entrenamiento militar y los batallones de castigo pasando por la guerra en el Este, me impresionó mucho más que otros textos de corte similar como Sin novedad en el frente. La novela, en la que se daban cita personajes emblemáticos como Porta, el Viejo o Hermanito, tuvo un éxito extraordinario en todo el mundo. Quizá eso fue lo peor que pudo suceder. Animado por tan halagüeña circunstancia, el autor, Sven Hassel, decidió ir hilando sucesivas continuaciones en las que fueron resucitando todos los camaradas trágicamente muertos en el primer libro. La continuación – Los panzers de la muerte – fue, posiblemente, la mejor de todas. Luego fueron decayendo – o yo fui creciendo que todo puede ser – convirtiéndose en inverosímiles sombras de La legión… y es que una de las lecciones que debe asumir cualquiera que aspire a ser novelista de éxito es que no se puede estirar un tema como si fuera un chicle. No sé si ahora habrá muchos lectores de Hassel – imagino que no – pero ése es otro ejemplo de hasta qué punto la fama literaria pasa sin dejar apenas huella. Que se lo digan si no a José Luis Martín Vigil o a Fernando Vizcaíno Casas.