Goldman fue deportada de Estados Unidos por su oposición a la entrada de esta nación en la Primera guerra mundial y optó por marchar a Rusia donde había estallado una revolución y los bolcheviques detentaban el poder. El relato de Goldman deja de manifiesto que, sobre el trasfondo de un pueblo ruso que oscilaba entre la bondad y la brutalidad, los comunistas pusieron en funcionamiento un andamiaje de represión cuya única finalidad era perpetuarse en el poder. Por las páginas de Goldman desfilan los dirigentes comunistas que vivían como burgueses en medio del hambre pavoroso de las masas, que colocaban en puestos de responsabilidad a sus familiares, queridas o compañeros de partido en lugar de a gente competente y que robaban a manos llenas aprovechando que vaciar los bolsillos de los ciudadanos era un despojo que intentaba justificarse recurriendo a proclamas políticas. Reuniéndose con personajes de la talla de Piotr Kropotkin y Angélica Balabánova, de Alexandra Kolontai y Zinóviev, de Lenin y Trotsky, Emma Goldman permaneció en Rusia poco menos de dos años y acabó aprovechando la ocasión de un viaje para abandonar el país convencida de que los bolcheviques habían traicionado la revolución y de que el terror impuesto por ellos no era ni mucho menos inferior al de la policía zarista. A decir verdad, el aparato represor del zar contaba con unos límites legales que la Cheká jamás tuvo. Las páginas, en ocasiones trepidantes, de Emma Goldman permiten comprender una visión de la toma del poder y de su conservación de extraordinaria actualidad. El Pablo Iglesias, actual defensor de los descamisados que se compra un casoplón colosal en las afueras de Madrid, recuerda a Zinóviev y Rádek agitando a las masas y viviendo como millonarios en medio de hambrientos. Personajes como Colau y Carmena aparecen reflejadas en unos relatos donde el nepotismo es moneda corriente porque no se busca servir al pueblo sino servirse de él. Finalmente, la incompetencia, el caos, el sectarismo, la persecución de gente noble y buena por no aceptar doblegarse muestran, capítulo tras capítulo, que un árbol malo jamás puede dar frutos buenos. No se lo pierdan.