Wayne ha simbolizado por generaciones los valores americanos: el valor, la nobleza, la defensa de los desvalidos, el patriotismo, la resistencia frente a la dificultad, el desinterés, el amor a la familia, una cierta testarudez indomable y hasta una cierta dosis de ternura oculta bajo la capa de hombre duro.  A lo mejor, esa plenitud masculina es lo que lo convierte en homófobo, es decir, en alguien a quien muchos homosexuales odiarían porque jamás podrán parecerse a él.

Si tuviera que escoger una película de Wayne sería muy difícil porque siempre fui un admirador de su cine.  No pocas de las cintas que protagonizó son verdaderas obras maestras que nos muestran un grado de decencia y dignidad inimaginables en lugares como los que transita psíquicamente la tal Briceño.  Me he decidido por Centauros del desierto (The Searchers) por varias razones.  La primera es que suele aparecer, con toda justicia, en el listado de las diez primeras películas de la Historia del cine.  Con una dirección del genial John Ford, Centauros del desierto es una historia en la que se abordan temas como la lealtad, el amor a la familia, el valor y, sí, el racismo.  Ethan, el protagonista encarnado por Wayne, es un antiguo oficial del ejército del sur que regresa a su casa tras la derrota justo cuando Texas era objeto de las incursiones del imperio comanche.  Sí, han leído ustedes bien.  Los comanches crearon un verdadero imperio de considerable extensión territorial, que sometió a no pocas tribus, que mantuvo a raya al ejército mexicano y que, finalmente, fue derrotado por los texanos que soportaban sus despiadadas incursiones.  Será precisamente una pariente de Ethan la secuestrada en una expedición de los comanches y a intentar rescatarla se entregará durante años.  El racismo está presente en la película y lo está porque aparece a ambos lados de la línea divisoria.  Lo son los comanches – lo fueron con otros indígenas – y lo es Ethan.  No les cuento el final porque sería una pena revelarselo.  Wayne – que advertía de lo intolerable de tratar a los indios de mala manera en cintas como Fort Apache o Chisum – fue el símbolo de lo mejor de un cine que ya no se puede producir por la sencilla razón de que la sociedad se ha degradado tanto que, en buena medida, no lo entendería.  Sin embargo, basta ver sus películas – que hoy como El hombre tranquilo no podrían rodarse – para darse cuenta de todo lo que estamos perdiendo por gente que odia a los héroes, a los hombres de verdad, a las mujeres femeninas, a todo lo digno y bello porque cuando se miran a si mismos saben que el abismo entre si y esos modelos es insalvable.   Intentan destruir lo que saben que jamás podrán igualar.  Disfruten de Centauros del desierto porque merece la pena y porque todavía no la han prohibido.