Los hay de todas clases. Desde profesionales que sobreviven como pueden acosados por los sicarios de Montoro a gente poderosa, desde desempleados a magnates, desde estudiantes a cargos públicos. A todos acojo de corazón porque todos ellos son parte de España. Esta semana pasada ha habido emprendedores, antiguos políticos imbatidos en las urnas y una dama. Con los emprendedores y los políticos compartí cenas, con la dama tuve la alegría inmensa de ser objeto de un hermoso presente.
Había sabido la dama que buena parte de mi biblioteca sigue en España y se ofreció a traerme dos cajas de libros – más no podía – para que los recuperara. Al principio, me resistí al ofrecimiento porque lo último que yo deseaba era cargar a mi visitante con ese peso. Insistió y confieso que cedí. Se puso en contacto entonces con esa pareja maravillosa que son Sharon y Boni y, así, una noche, llegó hasta mi casa con dos recipientes envueltos en plástico verde.
En la cocina de mi casa y con un cuchillo afilado, deshice aquellas envolturas y comencé a sacar volúmenes. En apretada compañía aparecieron Thomas Mann y André Maurois, Pamuk y Calderón de la Barca, Desmond Young y Jorge Alonso García, Chaim Potok y Nadiezhda Mandelstam, traducciones del Nuevo Testamento y de las novelas galantes, la lírica del Renacimiento español y la arqueología de la Biblia… Me sentí como cuando era niño y amanecía el día de Reyes. Por unos instantes, una felicidad inmensa se apoderó de mi y me trasladó a las sensaciones más dichosas de mi infancia. En total, quizá no fueran más de treinta o cuarenta libros. En la práctica, me quitaron más de medio siglo de encima para trasladarme a una época de ilusión y dicha.
Es verdad que a Calderón le faltaba uno de los tomos y que no apareció el último volumen de una biografía del mariscal Rommel, pero aún así… aún así yo me sentía pletóricamente feliz y en esos momentos lo mismo hubiera releído El alcalde de Zalamea que La montaña mágica o Las relaciones peligrosas. Mis amigos habían llegado cruzando tierra, mar y aire y yo los encontraba más hermosos que nunca. Durante varios días, me he negado a colocarlos en su sitio y los mantengo en el suelo del salón como recordatorio de que hay gente en España que, pese a quien pese, me sigue queriendo.
Pedí a la dama – y me costó que aceptara – que me permitiera obsequiarle algunos libros. Al final, acabó llevándose una Biblia, una edición de los Cuentos de la Alhambra y un volumen de Historias nacionales de André Maurois. Sé que apenas constituyen un mínimo, muy mínimo tributo de gratitud por la merced tan inmensa que me había dispensado.
Cuando salió de mi casa, pensé que se había marchado un hada o un ángel y me quedé pensando si no debería insistir a aquellas personas que vienen a visitarme desde el otro lado del océano para que me traigan también dos cajas de mis libros. También es cierto que me conformaría con que me informaran sobre precios de transporte por barco de esa parte de mi biblioteca a la que no deseo renunciar. Difícilmente podrían hacerme más feliz y más cuando de España ya no espero buena noticia alguna. God bless ya!!! ¡¡¡Que Dios los bendiga!!!