Comenzando con el Corán, siguiendo con los jadiz y llegando hasta el 11-M, el libro desgranaba una Historia que, en no escasa media, se tejió durante siglos en el enfrentamiento contra la invasión islámica, primero, y las sucesivas agresiones después. Las últimas páginas abordaban incluso temas como el terrorismo islámico o la inmigración procedente de países musulmanes. En todos los casos, como es regla general en mis libros, dejaba hablar a las fuentes y que cada uno sacara sus propias conclusiones. Nadie, absolutamente nadie, lo refutó. También tengo que decir que es lo habitual con mis libros. Se puede protestar, alegar que viniendo de mi no se puede esperar otra cosa, apelar a autoridades discutibles, incluso atacarme personalmente – recuerdo un nazi que para criticar uno de mis libros sobre el Holocausto sólo encontró como argumento que estaba gordo – pero, al final, la documentación es irrefutable.
En el caso de España frente al islam, a pesar de que el tema era – y es – sumamente delicado y que el islam no quedaba precisamente bien parado, pocas reacciones viscerales se produjeron. Una vino de un profesorcillo de universidad enfadado porque temía que, de cundir mi ejemplo y aparecer más libros similares, su departamento se viera dañado. La crítica era deplorable y las intenciones manifiestas, pero defendía su pesebre – muy inseguro debía de verlo cuando se sintió amenazado por mi libro - y eso hay que entenderlo. No sé si lo conservó o lo echaron.
Otra procedió de un catedrático al que molestó enormemente que Aznar citara algunas de las tesis de mi libro en un discurso pronunciado en Estados Unidos. Sólo había soberbia herida porque a él no lo citaba ni su padre salvo para ponerlo a caer de un burro. El catedrático murió hace años y no lo echa nadie de menos. Es más, cuando en alguna ocasión he visto cómo salía su nombre en alguna conversación siempre era para ponerlo de vuelta y media e incluso para insistir en que sus descendientes no eran como él.
Finalmente, en una firma en la feria del libro, una señorita llegó hasta la caseta y me dijo que lo que había escrito no era verdad. Le pedí que se acercara para hablar del tema, pero se alejó apretando el paso como si temiera que la pudiera convencer.
A pesar de que el libro no era precisamente suave y de que el tema podía levantar ampollas, debe reconocerse que fue escasa molestia – en realidad, nula – para un libro de semejante éxito. No siempre he tenido esa suerte, todo hay que decirlo.
Por supuesto, en los últimos años, me he encontrado con gente que gritó desde su página web pidiendo el boicot de mis libros, pero no fueron musulmanes.
Por supuesto, en los últimos años, contemplé estupefacto como mentecatos ignorantes se dedicaban a balbucir insensateces o juntar letras contra artículos míos simplemente porque pertenecían a otra religión, pero no fueron musulmanes.
Por supuesto, en los últimos años, padecí cómo fanáticos religiosos se dedicaban a boicotear mis libros y artículos en alguna de las empresas en que trabajaba, pero no fueron musulmanes.
Por supuesto, en los últimos años, leí cómo se exigía públicamente a FJL y a Alberto Recarte que me echaran de Es.Radio por mis opiniones sobre determinada confesión religiosa, pero no fueron musulmanes.
Por supuesto, en los últimos años, he contemplado cómo el prejuicio de raíces religiosas se imponía sobre cualquier consideración racional y se lanzaban sobre mi los juicios más apocalípticos incluso antes de que yo hubiera abierto la boca o la persona en cuestión leyera lo que ya condenaba, pero no fueron musulmanes.
Por supuesto, en los últimos años, he visto con estupor cómo gente que haría mejor en callar dada la penosa situación de su familia o de su vida privada se dedicaba a pronunciar contra mi juicios de condenación eterna, pero no fueron musulmanes.
Por supuesto, en los últimos años, he asistido una y otra vez al tristísimo espectáculo de los que son incapaces de recibir una sola crítica sobre su confesión religiosa aunque la misma esté relacionada con hechos más que documentados e incluso de conocimiento más que público, pero no fueron musulmanes.
Por supuesto, en los últimos años, he sufrido cómo se pretendía que, por razones espirituales, se me echara de medios en los que trabajaba como colaborador, que no se publicara un libro mío más y que se bloqueara cualquier posibilidad de promoción de mi trabajo, todo ello con mayor o menor éxito, pero no fueron musulmanes.
Por supuesto, en los últimos años, recibí – y sigo recibiendo con regularidad - amenazas contra mi integridad física que partían de motivaciones confesamente religiosas y que conservo guardadas como ejemplos de fanatismo y grosería difícilmente superables, pero no fueron musulmanes.
Podría seguir multiplicando los ejemplos, pero creo que ya ha quedado de manifiesto lo que deseaba expresar. Yo no sé si un día en España se implantará un régimen islámico. Dios no lo quiera. Sin embargo, sí puedo decir que para conocer el fanatismo religioso, para ver la maldad nacida y empapada en visiones teológicas, para contemplar la peor hipocresía disfrazada de supuesta piedad o para sufrir todo tipo de ataques contra mi libertad, mi hacienda y – siquiera en forma de amenazas – mi integridad física, no me haría falta tan lamentable circunstancia. Hace años que todo eso lo llevo padeciendo y no precisamente por parte de musulmanes sino de gente que tiene la pretensión de considerarse, a pesar de tales conductas, no sólo como ejemplos de cristianismo sino como miembros de la única iglesia verdadera. Cumplen así, con toda seguridad, las palabras pronunciadas por Jesús: “… aun viene la hora cuando cualquiera que os de muerte pensará que rinde un servicio a Dios y lo harán porque no conocen ni al Padre ni a mi” (Juan 16: 2-3).