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Miércoles, 13 de Noviembre de 2024

Mis libros (III): La noche de la tempestad

Lunes, 10 de Marzo de 2014

ntre mis novelas, La noche de la tempestad siempre ha ocupado un lugar especial. Su trama parte de un hecho histórico concreto y es la manera tan extraña en que quedó configurado el testamento de Shakespeare. No sólo es que dejó todo a su primera hija sino que despreció claramente a su esposa y a los siguientes vástagos.

Las razones de tan peculiar testamento comencé a intuirlas hace muchos años y el estudio del estreno cronológico de las obras de Shakespeare me confirmó en mis sospechas. Shakespeare había actuado de aquella manera por causas no sólo obvias sino fáciles de identificar cuando se conoce a fondo su teatro y el contexto del mismo. Ese es el tema de La noche de la tempestad, un título que hacía referencia no sólo a que toda la trama se desarrolla en la noche, tempestuosa, claro está, del día en que se leyó el testamento del dramaturgo sino también a que en su última obra – La tempestad – se puede descubrir un testamento en el que se explica la tragedia personal del autor. Con todo, el episodio me permitió también discurrir literariamente sobre temas como el perdón, el amor paterno-filial, la infidelidad, el resentimiento, los celos o la libertad.

La noche de la tempestad tuvo una acogida discreta por parte de los lectores aunque los que la leyeron la elogiaron calurosamente. Se tradujo – dato curioso - al coreano por eso de que alguien de aquel lejano país le pareció una novela de extraña belleza. Ciertamente, hermosa fue la edición en esa lengua oriental aunque – como podrán suponer los lectores – yo no pudiera descifrarla.

No acabo ahí la peculiar andadura de la novela. Yo se la había dedicado a un grupo teatral de jóvenes actores – Galo real – que me habían deleitado tiempo antes con su peculiar versión de El mercader de Venecia. Tres veces, vi aquella adaptación – la primera con mi hija – y siempre me agradó tanto que la dedicatoria era un pequeño tributo hacia esas gentes de la escena española que, difícilmente, se podrán ganar la vida en las tablas porque no salen en televisión, pero que pueden alcanzar el prodigio interpretativo. Algunos años después, Manuel, el director de la sala Karpas, me sugirió la posibilidad de adaptarla para la escena y representarla en su teatro de Madrid. Yo acepté encantado y, efectivamente, la obra se adaptó, se ensayó y se representó. Su éxito fue también discreto aunque debo decir que al estreno acudieron personas bien notables – incluida buena parte de la plana mayor de Es. Radio – y que la última función fue memorable.

Por no sé qué razón, las localidades para la primera función se agotaron y yo mismo contemplé la obra, junto a la que entonces era mi subdirectora, Adriana Vega, en unas sillas dispuestas fuera de la sala. No sé si a Adriana, que sigue trabajando en Es.Radio, le agradará que lo recuerde, pero ese día estuvo tan entregada que hasta dejó a su novio en el patio de butacas para venirse a ver la función conmigo. A mi me pareció un tanto excesivo, pero no quise tampoco decirle que no. Debe decirse en su descargo que no fue la única persona que esa noche sobrepasó las fronteras de la cortesía y del afecto. A decir verdad, todo fueron albricias y parabienes, pero para que uno no caiga en la fácil tentación de creerse los halagos que le prodigan, uno de los presentes en el estreno le envió un email a su querida señalándole que la obra no le había agradado. Reconocía el personaje que la primera actriz estaba sensacional, pero creo que le dolía que hubiera habido un lleno y que, a causa de ello, su figura se hubiera visto un tanto opacada y también es posible que pensara que su querida habría interpretado mejor el papel. Mucho hubiera sido pensar porque aquella mujer nunca llegó a representar un papel de fuste y creo yo que con bastante sentido común había abandonado aquella faceta artística tiempo atrás. Con los nervios, el personaje en cuestión me envió a mi el email. Ignoro si además su amante recibió una copia o nunca le llegó. Yo que sabía que mantenía aquella relación adúltera tiempo atrás no me sorprendí de lo que desprendía el email, pero confieso que mi confianza en su credibilidad – ya que no en su fidelidad conyugal - se vio un tanto erosionada. ¿Cuánto de lo que afirmaba era cierto si podía mentirme de esa manera diciéndome a mi una cosa y la contraria a su querida? Y, sobre todo, aparte de la relación con su amante que era innegable, ¿qué más ocultaba su corazón? Recordé por aquel entonces unas palabras que sobre esta persona me había dicho una buena amiga tiempo atrás: “tu eres mucho más amigo de él de lo que él es de ti”. Pocas veces, se habrá dicho una verdad más incontestable.

La última función fue muy distinta. El lleno fue extraordinario, pero además la sala Karpas – en un gesto que nunca le agradeceré bastante – decidió dar una representación más para que así mi hija, que llegaba el día antes de Estados Unidos, pudiera ver la obra. Fue muy emotivo aquel detalle y también lo fue el cariño del público cuando subí al escenario a darle las gracias a la gente de Karpas por su excelente trabajo y a los espectadores por venir a aquella función. No pocos de los miembros del respetable habían acudido desde provincias para no perdérsela.

Todavía, a día de hoy, La noche de la tempestad sigue siendo una de mis novelas favoritas, pero ya por razones extraliterarias: me permitió entrar en contacto con la gente que me lee – algo que hago también a través de este medio – me llevó a descubrir lo hipócritas que pueden ser personas que insisten en que son tus amigos, y me confirmó en mi día de que, no pocas veces, el mejor teatro se encuentra en las salas pequeñas – como Karpas - que no todos conocen. No era poco valor añadido para mi novela.

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