Martes, 23 de Abril de 2024

Pobre biblioteca mía

Miércoles, 4 de Noviembre de 2015

Hace apenas unas horas recibí la gratísima noticia de que se habían podido recuperar más de diez mil volúmenes de mi biblioteca que se encuentran en España. Habían estado almacenados y, por unos momentos, se extendió el temor de que no pudiera volver a disponer de ellos. Gracias a Dios y a las gestiones de Boni Lozano, el esposo de Sharon a la que algunos conocieron en el campus literario de hace unos meses, los palés que contenían cajas y cajas de mis queridos libros vuelven a estar a salvo.

Al tener la grata noticia, se me arremolinaron recuerdos incontables. Entre ellos destaca el de que como hace más de tres años, en previsión de que, salvo que mediara un imprevisible milagro, me vería obligado a exiliarme, intenté donar una parte sustancial de mi biblioteca a una instancia oficial a fin de que pudiera servir de beneficio público para mis conciudadanos. Quiero subrayarlo. No venderla. Donarla. Sin ninguna contraprestación económica. Es más. Ahora puedo contar que mi intención era que fuera a dar a una biblioteca pública del Puente de Vallecas porque fue el barrio donde crecí, porque es una zona humilde y porque me parecía que desplazar allí ese fondo bibliográfico era algo que merecía la pena.

La gente del PP que entonces regía el ayuntamiento de Madrid no lo vio así. Supongo que alguno temió que esa donación fuera interpretada como una provocación por la izquierda. El Puente de Vallecas puede ser el barrio de Pablo Iglesias, pero no el de César Vidal aunque en el segundo caso se pretendiera realizar una donación por valor de centenares de miles de euros. Esa cobardía sobrecogedora y me atrevería a decir que repugnante ha estado siempre presente en el PP y los elementos que la compensaban en su mayoría se han ido yendo del partido en la nefasta época de Rajoy. Alguno debe quedar, sin duda, pero me temo que no muchos porque la cercanía de los cobardes acaba provocando una sensación parecida a la que se siente al pasar al lado de un estercolero.

A la mieditis bochornosa de la gente del PP se unió la vagancia intolerable que, lamentablemente, tanto caracteriza a mi pobre España que, en términos generales, nunca aprendió el concepto bíblico del trabajo que recuperó la Reforma. Uno de los concejales más importantes del ayuntamiento – verdaderamente de los que más - me envió un email informándome de que no podían aceptar la donación porque significaría dar trabajo adicional al funcionario que tendría que colocar los libros. ¡Todo eso a pesar de que yo había propuesto pagar de mi bolsillo a una persona que se ocupara de clasificarlos!

Me acuerdo del mensaje y, según me pille, me río o tengo ganas de romper a llorar. Durante décadas, libro a libro, fui reuniendo lo que me consta que es un fondo bibliográfico de especial relevancia porque, en realidad, es una suma de varias bibliotecas especializadas. A diferencia de otros que dijeron donar sus bibliotecas a ayuntamientos y CCAA, pero que, en realidad, percibían luego una cantidad compensatoria que superaba con mucho su valor, es decir, vendían los libros que les sobraban por un precio que no les hubiera dado ningún librero, yo sólo quería entregar de manera gratuita y desinteresada ese patrimonio cultural al barrio que me vio nacer y si no a la ciudad donde he vivido la mayor parte de mi vida. Pues no pudo ser. No pudo ser porque el PP había decidido dejar el Puente de Vallecas en manos de las izquierdas y porque el PP defiende la tesis de que dar trabajo a los funcionarios puede ser peor para la salud que el fumar de manera habitual. Ejemplar, realmente ejemplar.

Este tipo de episodios me obliga a reflexionar mucho y, generalmente, con dolor porque si una cuestión tan menor como ésa la manejan de esa manera cómo no van a dejar que los nacionalistas catalanes hagan lo que quieran o cómo no van a subir los impuestos a un nivel confiscatorio antes que recortar lo que hay que recortar.

 

Con todo, quizá haya sido lo mejor. Recuerdo cómo hace más de tres años – vivía yo todavía en España - un librero especializado en la venta de segunda mano intentó disuadirme de donar mi biblioteca contándome como en más de una ocasión había comprado al peso esos mismos fondos en importantes instituciones. “No tienen espacio”, me dijo, “Y deciden vender y lo hacen al peso. Así he comprado yo…”. Confieso que me sonrojó un poco lo que me contaba especialmente por las instancias a las que se refería, pero desconfié un poco al ver que me insistía en que lo mejor era vender los libros a un librero para que “volvieran al mercado”. Aquel hombre tenía razón y sin embargo… Sin embargo, no deja de dolerme la desidia de los que malgobiernan España. A Paul Preston, charlista que no historiador, los nacionalistas catalanes le han ofrecido un puesto de honor en el monasterio de Poblet para su fondo documental; a otros no más sólidos, distintos ayuntamientos y gobiernos autonómicos les han dado un dineral por los libros que les sobraban en casa. Yo, visto lo visto, empiezo a pensar seriamente en que esos miles de volúmenes acaben a este lado del Atlántico, en alguna institución de una nación que me ha tratado más que bien desde el primer día, en algún lugar donde la gente que ame la cultura y desee instruirse pueda consultarlos gratuitamente, en un sitio accesible para aquellos que deseen beneficiarse de una labor de prolongada labor de selección de libros. Quizá sea lo más justo y razonable a tenor de lo sucedido en los últimos años. Quizá también sea lo más justo y razonable que gente con semejante estrechez de miras, desprecio por la cultura y haraganería funcionarial deje de decidir sobre el destino de millones de personas. Evidente es que no se merecen la confianza que se depositó en ellos. Sea como sea, Dios dirá.

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