Jueves, 28 de Marzo de 2024

Ve y pon un centinela

Martes, 11 de Agosto de 2015

Hace unos meses se anunció la publicación de Ve y pon un centinela, una continuación de Matar un ruiseñor, la obra extraordinaria de Harper Lee, base de una película no menos notable por la que Gregory Peck obtuvo el único Oscar de su carrera.

Me apresuré entonces a reservarla y este fin de semana la leí con enorme interés. Quisiera adelantar que para aquellos que esperen un texto de la altura de Matar un ruiseñor, la novela resultara decepcionante desde muchos puntos de vista. De entrada, carece del acento noble, casi épico, que caracterizaba Matar un ruiseñor. Es también más breve y no cuenta con un hilo argumental que vaya más allá del viaje de la niña – ahora veinteañera - Scout a su pueblo natal para pasar unas vacaciones con su padre, el abogado Atticus Finch. Sin embargo, a pesar de la distancia literaria, Ve y pon un centinelano carece de interés. En una época en que se están escribiendo auténticas melonadas sobre la bandera de la Confederación, en sus páginas encontramos un acercamiento extraordinariamente ecuánime a lo que significó la guerra de Secesión, el problema racial y el movimiento de los derechos civiles en los años sesenta del siglo pasado. Y es así porque si, por una parte, se recoge la posición de los partidarios de impulsar las reformas que ayudarían a la población negra; por otra, permite entender las reacciones de una población blanca que temía, sustancialmente, que se repitiera un trauma como el de la Reconstrucción con unas instituciones controladas por una mayoría que, aparte de ser racialmente distinta, resultaba inculta y carente de preparación. A partir de ahí, Harper Lee convierte en añicos la relación entre Scout y su padre, Atticus Finch, uno de los elementos más sugestivos de su primera novela, aunque lo consigue sin alterar el perfil enormemente atractivo de ambos. Estas páginas constituyen así un hermoso canto a la responsabilidad moral que cada individuo ha de afrontar por si mismo. La gran tentación en nuestra vida es la de intentar cobijarnos bajo un centinela que nos indique el camino que hemos de tomar en encrucijadas difíciles. A decir verdad, ese punto de partida ha permitido la creación y consagración de no pocas formas de pensamiento totalitario – político y religioso - que pretenden contar con la legitimidad de mostrar e imponer a los demás lo que deben pensar y hacer. El gran mensaje de la octogenaria Harper Lee es que, al fin y a la postre, ese centinela debe ser nuestra propia conciencia. Tesis extraordinaria en una época de tanta irresponsabilidad moral.

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