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Miércoles, 13 de Noviembre de 2024

De la destrucción del Templo al Concilio de Jamnia (IV)

Domingo, 4 de Octubre de 2015
LOS PRIMEROS CRISTIANOS: DE LA DESTRUCCIÓN DEL TEMPLO (70 D. J.C.) AL CONCILIO DE JAMNIA (C. 80-90 D. J.C.) (IV)

​3. Reformas litúrgicas

 

No menos que en el campo de la interpretación de la Escritura, podemos apreciar una reacción rabínica contraria al judeo-cristianismo en el terreno de la liturgia, lo que, siquiera indirectamente, señala que la bendición contra los minim no tuvo durante algún tiempo todo el efecto deseado. Según la Misná (Tamid 5, 1), el Decálogo era leído en la Shemá. De hecho, hay pasajes en los Evangelios que parecen indicar la veracidad de tal dato (Mc. 10, 9 y 12, 29). El temor a que el judeo-cristianismo utilizara tal circunstancia como un argumento en favor de la tesis de que sólo el Decálogo era obligatorio —y no los 613 preceptos de la Torah— llevó a eliminar la recitación de los diez mandamientos de la Shemá.

De hecho, las mismas fuentes talmúdicas señalan que la causa de tal reforma litúrgica era que los minim[1] (judeo-cristianos) no dijeran que sólo se le habían entregado a Moisés en el Sinaí los diez mandamientos (TalPal Ber 1, 5, 3b). Sólo en aquellos lugares donde no existía peligro de enfrentamiento con los minim se planteó volver a la usanza antigua (Ber. 12a).

 

4. Relectura de los datos históricos sobre el judeo-cristianismo[2]

No resultó mejor que todo lo anterior la forma en que los datos sobre el judeo-cristianismo y su fundador fueron recogidos en las fuentes rabínicas. Jesús fue descrito en términos claramente negativos. Se le acusó de ser un bastardo, hijo de una adúltera (M. Yeb IV, 13; b. Guemarah Yeb 49b).[3] Se indicó que se había hecho Dios y anunciado que regresaría (Yalkut Shimeoni 725 sobre Nm. 23, 7, con paralelismos neotestamentarios en Jn. 5, 18-9; 14, 1 y ss.; y los Apocalipsis sinópticos de Mt. 24-5; Mc. 13 y Lc. 21). Sin duda, había realizado milagros y prodigios, pero sólo se debían a su dominio de la brujería (véase los paralelos neotestamentarios en Mc. 3, 22; Mt. 9, 34 y 12, 24). Por todo ello, las autoridades judías (no las romanas) habían ocasionado su muerte (Sanh. 43a con paralelo en Jn. 19, 44), pero nada podía haber de raro en ello. Su ejecución había estado más que justificada desde el momento en que había seducido al pueblo y era un hechicero y un blasfemo (Sanh. 107b; Sotah 47b. con paralelismos neotestamentarios en Mc. 11, 62; Jn. 5, 18-9 y 19, 7). Habiendo llevado una vida así, no era de extrañar tampoco que actualmente padeciera tormento en medio de excrementos en ebullición (Guit. 56b-57a). Cuando se reflexiona sobre estos pasajes, no puede negarse que los paralelismos con las creencias y los datos recogidos en las fuentes judeo-cristianas resultan evidentes. Sin embargo, aparecen expuestos bajo la luz de la polémica y de la descalificación más ofensivas.

El retrato de los judeo-cristianos apenas resultó más amable. Eran venales (Shab. 116a y b) y cometían la aberración de practicar curaciones en el nombre de Jesús (Tos. Julin 2, 22-23; TalBab, Av. Zar. 27b; TalPal, Shab. 14, 3, 14d; TalPal, Av. Zar. 2, 2, 40d y 41 a). Por otro lado, aparecen descritos en multitud de ocasiones enfrentándose teológicamente con los rabinos.

De todo lo anterior, resulta evidente que, al menos, cierto sector del rabinismo desde una fecha muy temprana, que se puede retrotraer al mismo período de la vida de Jesús, optó por la denigración del personaje y de sus seguidores, a los que consideraba incompatibles con su visión de Israel,[4] y que no se abstuvo de utilizar ataques personales —en algunos casos de extrema grosería— para desacreditar al movimiento y a su fundador a los ojos del pueblo judío.

 

5. Medidas disciplinarias

No menores fueron las medidas de tipo disciplinario que se articularon contra aquellos judíos que mantenían una comunicación estrecha con los judeo-cristianos. Tal contacto podía derivar —y, de hecho, así fue en ocasiones— en la captación de algunos judíos para la fe en el Mesías Jesús. Por ello, resultaba imperativo marcar distancias entre los judeo-cristianos y el resto del pueblo judío. Aunque los judeo-cristianos practicaran la circuncisión (Shemot Rabbah 19, 4, 36) (prueba indiscutible de que seguían viéndose como judíos), a tal circunstancia se podía oponer la de que rechazaban la autoridad de los rabinos (Sifr. 115 a Nm. 15, 39). Además anteponían el Evangelio a la Torah (TalBab, Shab. 116a, b), guardaban el shabat de manera diversa a la rabínica (e incluso parece que celebraban el domingo) (TalBab Av. Zar. 6a y 7b; TalBab Taan 27b) y no aceptaban las normas alimentarias típicas de los rabinos (TalBab Av. Zar. 26a y b; Tos., Jul. 2, 20-21). Eso justificaba, según los rabinos, el que su pan fuera calificado de pan samaritano, su vino de vino ofrecido a los ídolos, sus libros de libros de brujería y sus hijos de bastardos (Tos., Jul., 2, 20-21). Venían a ser, según esta última referencia, peor aún que los gentiles y resultaba, por lo tanto, intolerable acudir a ellos en busca de curación —¡que practicaban invocando el nombre de Jesús!— y, ciertamente, semejante actitud fue condenada y penada (Tos; Jul. 2, 22-23; TalPal Shab. 14; TalPal Av. Zar. 40d, 41a; TalBab Av. Zar. 27b. También Midrash Qoh. R. 1, 8). De hecho, era mejor morir a ser curado por un judeo-cristiano que invocara el nombre de Jesús (TalPal, Shab. 14d. También Midrash Qoh. R. sobre 10, 5). El mismo R. Eliezer pudo haber sido sancionado por mostrarse meramente dialogante con los judeo-cristianos, aunque no parece que perteneciera a ellos (Tos., Jul. 2, 24). No es de extrañar que con una visión así del judeo-cristianismo se llegara a la conclusión de que el destino escatológico de sus componentes no podía ser otro que el tormento eterno en el Guehinnon o Gehenna (Tos., Sanh. 13, 4, 5).[5]

Afrentados en lo que era más sagrado para ellos, rodeados por un ambiente de hostilidad, obligados a maldecirse a sí mismos en la triple oración diaria, desarraigados de la sagrada comunión con su pueblo, no es extraño que algunos decidieran permanecer en la sinagoga aunque eso implicara romper con la fe en Jesús. Es cierto que algunos sólo exteriormente se acomodaron al triunfo de los fariseos mientras que internamente seguían profesando la fe en Jesús.[6]Otros puede que hayan desaparecido mediante matrimonios mixtos que los sumergieron en familias de cristianos gentiles. Tal pudo ser el caso de la familia de Hegesipo (HE 4, 22, 8) y quizá de Papías y Melitón de Sardis.[7] Finalmente, otros intentaron llegar a una síntesis de dos teologías distanciadas de manera creciente mediante una disminución de la consideración que merecía la figura de Jesús. Tal fue el caso de los ebionitas, cuyo origen se sitúa cronológicamente fuera del ámbito del presente estudio. Dieran el paso que diesen, lo cierto es que habían sido desarraigados del suelo espiritual que les había dado el ser, y su existencia independiente transcurriría ya en el terreno de una precariedad crecientemente angustiosa. Al menos hasta el siglo IV parecen haber disfrutado de cierta vitalidad, lo que no deja de ser prodigioso. Pero sobre su destino final hablaremos en la conclusión. Ahora debemos volver nuestra mirada hacia los elementos ideológicos, organizativos y sociales del judeo-cristianismo en el Israel del siglo I.

 

[1] Sobre los minim, véase apéndice II: «¿Quiénes eran los “minim”?»

[2] Un estudio sobre las referencias rabínicas acerca de Jesús en J. Klausner, Jesús…, ob. cit., pp. 18 y ss., y en C. Vidal Manzanares, «Jesús», en DTR. La reproducción de todos los pasajes originales en R. Travers Herford , Christianity…, ob. cit., pp. 401 y ss.

[3] El TalPal no menciona el pasaje. Véase también como posible paralelo neotestamentario, Jn. 8, 41.

[4] H. Schonfield, According to the Hebrews, Oxford, 1937, pretendió fijar incluso en fecha muy temprana la primera redacción del tratado anticristiano conocido como Toledot Ieshu, al que convirtió en un alegato dirigido especialmente contra los judeo-cristianos. Su tesis no recibió ninguna aceptación pero, a nuestro juicio, merecería ser reexaminada en algunos de sus aspectos.

[5] El que algunos de los textos estén relacionados con acontecimientos considerablemente posteriores al período que estamos tratando muestra, siquiera indirectamente, cómo la controversia se fue dilatando de una manera continuada sin decantarse por una rápida victoria en favor de la línea establecida en Jamnia. Por otro lado, resulta obvio, a tenor de los materiales que hemos examinado, que los aspectos en torno a los que giraba la disputa eran muy anteriores cronológicamente.

[6] Misná Meg. 4, 8, 9 quizá puede referirse a judeo-cristianos que se colocaban las filacterias de manera distinta a la prescrita por los rabinos y que recordaba sospechosamente a la forma en que había muerto Jesús. Midrash Salmo 31, 23 parece estar también referido a los creyentes secretos en Jesús.

[7] En este sentido, véase G. Hoennicke, Das Juden christentum im ersten um zweiten Jahrhundert, Berlín, 1908, p. 141, n. 1.

 

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