En el caso de Abu Amir, nos encontramos con un árabe de la tribu de aws, que era cristiano, al parecer se convirtió en monje y combatió en Uhud contra los seguidores de Mahoma entre los que se hallaba su propio hijo Hamzala. Éste murió en combate y recibió el apodo de gasil al-malaika (lavado por los ángeles). Abu Amir debió percatarse de la imposibilidad de derrotar a Mahoma y se exilió al territorio de Bizancio donde, al parecer, intentó convencer a las autoridades imperiales para que atacaran Medina. No logró coronar con el éxito sus pretensiones y regresó a Arabia. Allí procedió a levantar un lugar de culto y comenzó a predicar su mensaje. La tradición ha relacionado este episodio con 9: 108/107 – 111/110:
107.[1] Quienes edificaron una mezquita como perjuicio, incredulidad, división entre los creyentes y refugio para quien había hecho antes la guerra a Al.lah y a Su mensajero, juran solemnemente: «¡No quisimos sino lo mejor!» Al.lah es testigo de que mienten.
- ¡No permanezcas en ella porque en verdad una mezquita fundada desde el primer día en el temor es más digna de que permanezcas en ella. Allí hay hombres que gustan de purificarse y Al.lah ama a los que se purifican.
Mahoma ordenó la destrucción del lugar de culto, posiblemente de regreso de Tabuk, y Abu Amir volvió a exiliarse a Bizancio donde falleció. El episodio – y, sobre todo, la inquietud que provocó en Mahoma – deja de manifiesto hasta qué punto el caudillaje político podía estar más o menos consolidado, pero sus pretensiones espirituales no resultaban tan aceptadas y, desde luego, eran más que susceptibles de verse desafiadas.
Menos fácil de reconstruir históricamente es la trayectoria de “aquellos que tienen en su corazón una enfermedad”, incrédulos como los denominados hipócritas, pero diferenciados de ellos en el Corán 33: 9/9-12/12:
- ¡Creyentes! Recordad la gracia de Al.lah cuando vino un ejército y enviamos un viento y ejércitos invisibles. Al.lah ve lo que hacéis.
- Cuando os acosaban por arriba y abajo, y el terror os desvió la mirada, se os hizo un nudo en la garganta y conjeturabáis sobre Al.lah.
- En esa ocasión, los creyentes fueron puestos a prueba y temblaron intensamente.
- Y cuando los hipócritas y los enfermos de corazón decían: «¡Al.lah y Su mensajero no han hecho sino engañarnos con sus promesas!»
Que la influencia de los dos grupos no debía de ser escasa se desprende de que cuando Abd Allah b. Ubayy, jefe de los denominados hipócritas, falleció en du-l-qaada del año 9 (febrero de 631), no desaparecieron los motivos de inquietud para Mahoma. Prueba de ello es que cuando no se llegaba a un acuerdo con alguna de las delegaciones que acudía a visitarlo, Mahoma despachaba inmediatamente a un ejército, generalmente mandado por Jalid b. al-Walid, para someter a la tribu mediante la espada. La autoridad moral de Mahoma era grande, pero no suficiente.
Se trataba de medidas drásticas, pero que no lograron un éxito total. Un ejemplo de ello fue el caso, ciertamente amargo para Mahoma y sus seguidores, de un centenario llamado Maslama b. Habib, más conocido como Musaylima o “El misericordioso de Yamama”. En el año 631, Mahoma recibió una embajada de los Banu Hanif entre cuyos miembros se encontraba Musaylima. Éste insistió en comparecer cubierto por una cortina negra – quizá imitando el protocolo de la corte persa – y en exigir unas condiciones que ya tiempo atrás habían sido rechazadas por Mahoma. No fueron mejor ahora las conversaciones. Según la tradición, Mahoma, que tenía en la mano una rama de palmera datilera, afirmó que ni siquiera se la daría en caso de que llegara a pedirla.
Musaylima se apartó de las negociaciones – que, por otro lado, prosperaron – y, cuando concluyeron, Mahoma, en un gesto de generosidad hacia quien no había sido precisamente grato, le otorgó el mismo regalo que a los otros emisarios. Es posible que este gesto le ofendiera sintiéndose menospreciado [2]. Fuera como fuese, al encontrarse de regreso en Yamama, Musaylima se proclamó enviado de Al.lah y comenzó a anunciar revelaciones que recordaban a las pronunciadas por Mahoma. Por si todo lo anterior fuera poco, se dedicó a realizar prodigios como el de introducir un huevo por el cuello de un frasco a la vez que proclamaba que ni el adulterio ni el vino estaban prohibidos tal y como enseñaba Mahoma. Poco tardó en declarar que no eran obligatorios los rezos prescritos por Mahoma. Finalmente, envió una misiva a Mahoma instándole a reconocer la legitimidad de sus pretensiones y a entregarle la mitad del territorio que controlaba. Mahoma le respondió muy diplomáticamente que la tierra pertenecía a Al.lah y que se la daba a quien le complacía. Al mismo tiepo, ordenó que se procediera a castigar a Musaylima. No llegó Mahoma a ver el final de aquel nuevo profeta dado que falleció antes.
Por añadidura, Musaylima no fue el único que se alzó con pretensiones semejantes. Al- Aswad al-Ansi (Abd Al.lah b. Kab du-l-Jimar) también se sublevó contra él consiguiendo el respaldo de los cristianos de Nashran. En este caso concreto, el rival de Mahoma fue neutralizado gracias a su mujer Azd. Era ésta seguidora de Mahoma y ayudó a sus correligionarios a dar muerte a al – Aswad al – Ansi, noticia que, en este caso, sí recibió el caudillo de Medina antes de morir.
Ambos casos – no fueron los únicos – dejaban de manifiesto un motivo de no pequeña inquietud y era la posibilidad de desafiar la autoridad espiritual de Mahoma o bien alegando que se era un profeta de no menor legitimidad o bien logrando que determinando sectores de la población dejaran de obedecerlo por razones precisamente religiosas. El nuevo estado existía, pero sus bases eran menos sólidas de lo que hubieran deseado los seguidores de Mahoma como no tardaría en quedar de manifiesto.
CONTINUARÁ
[1] Esta aleya es la 108 en la edición del rey Fahd.
[2] En ese sentido, J. Vernet, Oc, p. 179.