La coalición a las órdenes de Abu Sufyan llegó a reunir un ejército de unos diez mil guerreros en el que se agrupaban los coraishíes, los ahabis, los Banu Sulaym y los Banu Gatafan, movilizados por los judíos con el señuelo de la cosecha de dátiles de un año entero; los Banu Asad, los Fazara y los Asha. Dejando Yatrib de lado, la rodearon por oriente y luego por el norte hasta alcanzar el valle de la Gaba. Finalmente, establecieron tres campamentos en las cercanías de Medina.
El plan de los coaligados era muy semejante al que había permitido obtener la victoria de Uhud. Se trataba de aniquilar las cosechas de Yatrib de tal manera que las fuerzas de Mahoma se vieran obligadas a salir a campo abierto enfrentándose entonces con un ejército muy superior que, en esta ocasión, las aplastaría.
Mahoma había aprendido la amarga lección de Uhud y apenas supo que avanzaba el ejército enemigo sobre Yatrib ordenó que se procediera a recoger las cosechas aunque estuvieran verdes y a fortificar la ciudad. No se trataba de una tarea fácil ya que en la zona baja, las calles eran anchas y carecían de protección por lo que constituían una invitación para las acciones de la caballería enemiga. Fue entonces cuando Salman al-Farisi, un antiguo esclavo persa liberado por Mahoma, tuvo una idea ingeniosa que el profeta del Islam aceptó inmediatamente. Implicaba cavar en el descampado una zanja lo suficientemente ancha como para que la caballería enemiga no se atreviera a saltarla y lo suficientemente profunda como para que, caso de hacerlo, le resultara imposible remontarla. Por añadidura, con la tierra excavada se podía levantar una muralla.
Mientras, las mujeres y los niños fueron llevados a la parte alta de la ciudad; Mahoma se instaló en la altura llamada Sal y procedía a distribuir grupos de guerreros. De forma bien significativa, el último grupo de judíos que vivía en las cercanías de Yatrib, los Banu Qurayza, aportaron picos, palas y otras herramientas para poder cavar la zanja. Por lo que se refiere a los denominados hipócritas procuraron no emplearse demasiado en una tarea destinada a ayudar a alguien en quien no creían. La tradición islámica ha identificado la aleya 62[3] de la sura 24 con este contexto :
Los creyentes son, en verdad, quienes creen en Al.lah y en su mensajero. Cuando están con él por un asunto que los ha reunido, no se retiran sin antes pedirle permiso. Quienes te piden ese permiso son los que de verdad creen en Al.lah y en Su mensajero. Si te piden permiso por algún asunto suyo, concédeselo a quien de ellos quieras y pide a Al.lah que los perdone. Al.lah es perdonador, misericordioso.
Mahoma era consciente de lo decisiva que podía resultar aquella confrontación e intentó sacar el máximo rendimiento de los hombres que había en Yatrib. No sólo ordenó que todos los hombres aptos acamparan en la llanura sino que aceptó incluso que adolescentes de quince años, como Zayd b. Tabit, se sumaran a ellos. Igualmente se ocupó de que ninguno pudiera abandonar el puesto de combate – algo en lo que él mismo dio ejemplo – y de formar una unidad de caballería que pudiera ser enviada a zonas de especial peligro.
Las medidas adoptadas por Mahoma desconcertaron a sus enemigos. Jalid b. al-Walid y Amr b. al-As eran jefes competentes en los enfrentamientos librados en campo abierto, pero carecían de los conocimientos más elementales sobre la manera de llevar a cabo un asedio. Enfrentados con aquel panorama, descubrieron que ignoraban cómo utilizar la infantería frente a la zanja y que tampoco podían dirigirla contra la ciudad alta porque carecían de instrumentos tan indispensables como las escalas. El hecho de que obligaran a los Banu Qurayza a ayudarlos no mejoró tampoco la situación porque los judíos no sabían cómo utilizar las armas. Para colmo de males, no habían concebido un sistema de reavituallamiento pensando que podrían actuar como en la batalla de Uhud y así se encontraron atrapados en una incómoda situación entre el desierto y Yatrib.
Los coraishíes intentaron, por supuesto, franquear el foso, pero los diversos intentos resultaron baldíos y cuando las provisiones empezaron a escasear y se puso a soplar el saba (viento del este), la coalición comenzó a deshacerse. Al final, tan sólo quedaron doscientos jinetes a las órdenes de Jalid b. al-Walid y de Amr b. al-As para cubrir la retirada. Quizá habían estado cerca de una victoria definitiva, pero sólo habían contemplado como sus planes se desplomaban. A partir de ese momento, seguramente, captaron que Arabia estaba a merced de un nuevo poder con el que lo más sensato sería entenderse.
CONTINUARÁ
[3] En la edición del rey Fahd, la 60.