Los coraishíes no tardaron en tener noticia de la comitiva que se dirigía a la Meca y, al no saber que sólo llevaban las armas de los peregrinos, temieron un ataque y cursaron peticiones de ayuda a sus aliados. Por añadidura, colocaron vigías en las cimas de los montes para que, mediante el uso del fuego, les fueran informando de los avances de aquella fuerza y enviaron un contingente de doscientos jinetes al mando de al-Jalid b. al-Walid para contenerlos.
Ante esta situación, según la tradición, Mahoma se sintió tentado de desbordar la caballería de al-Jalid b. al-Walid y entrar en la Meca gracias a un audaz golpe de mano. Es posible que, de haberlo intentado, lo hubiera conseguido, pero Abu Bakr le disuadió de dar ese paso alegando que no podía pretender llegar hasta la Meca siendo a la vez peregrino y guerrero. Finalmente, según la tradición, ambas partes optaron por negociar en el campo de Hudaybiyya, cuyos pozos controlaban los hombres de Mahoma y que se hallaban a una jornada de la Meca y nueve de Yatrib. Las conversaciones fueron muy tensas y se rompieron en más de una ocasión bien porque los coraishíes se permitieron acariciar la barba a Mahoma bien porque los seguidores de éste no dudaron en caer en la grosería como cuando Abu Bakr mandó a Urwa b. Masud al-Taqafi a chupar el clítoris de Lat. Se trata en ambos casos de datos que dificultan considerar el relato como totalmente falso. Del punto muerto se salió cuando Mahoma optó por enviar a la Meca para las negociaciones a Utman b. Affan, que tenía numerosos e influyentes parientes en la ciudad. Esta circunstancia constituía una garantía de que no se atreverían a atacarlo siquiera por temor a la venganza de la sangre. Utman tardó en regresar al campamento lo que llevó a pensar que le habían dado muerte e impulsó a Mahoma a reunir a sus hombres y a juramentarse para vengarlo. Aquel gesto, observado de lejos por los coraishíes, los empujó a negociar y con tal finalidad envíaron a Suhayl b. Amr. Algunos de los seguidores de Mahoma lo consideraron una derrota e incluso, como fue el caso de Umar b. al-Jattab, manifestaron su desacuerdo en público. Sin embargo, todo parece indicar que Mahoma se había comportado con inteligencia ya que se estaban acabando los víveres y se encontraba lejos de su base de avituallamiento. Por añadidura, de aquel acuerdo surgiría la oportunidad para que, siquiera indirectamente, se le abrieran las puertas de la Meca.
CONTINUARÁ