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Lunes, 18 de Noviembre de 2024

XXII.- El inicio de la predicación en la Meca (VIII): El segundo período mecano (615-619) (V): El fin del boicot

Viernes, 6 de Marzo de 2020

A pesar de los diversos intentos por silenciarlo, de que algunos seguidores se habían visto obligados a exiliarse a Abisinia y de que él mismo hubiera pasado por situaciones difíciles como el episodio de las aleyas satánicas, lo cierto es que Mahoma y sus discípulos parecían más resueltos que nunca.  La respuesta frente a aquella situación fue intentar reducir al ostracismo a los Banu Hashim como una forma de doblegarlos.  Así, los coraishíes redactaron una sahifa (bando) que establecía que no contraerían matrimonio ni realizarían negocios con los miembros del clan que amparaba a Mahoma.  Escrito, según la tradición, por Mansur b. Ikrima b. Hasim b. Abd Manaf, se procedió a fijarlo en la parte baja de la Kaaba.  

    La medida, a pesar de su rigor, no estaba exenta de torpeza.  De hecho, la mayoría de los miembros de este clan no eran seguidores de Mahoma y carecía de sentido someterlos a esa medida.  Por añadidura, no pocos de sus adeptos formaban parte de otros clanes.  Hasta qué punto la medida no alcanzó su objetivo puede juzgarse por el hecho de que cuando Abu Talib – que continuó defendiendo a Mahoma – dejó la puerta abierta para que cualquiera abandonara el clan, sólo dio ese paso Abu Lahab b. Abd al-Uzza b. Abd al-Muttalib.  El resto del clan se refugió en sus casas decidido a ser fiel a los lazos de sangre que los unían por encima de cualquier otra consideración. 

    Aquel trienio (616-619) resultaría ciertamente muy duro para el pequeño movimiento aunque algunas de las afirmaciones que se han hecho sobre la época son, sin duda, exageradas.  Por ejemplo, no parece cierto que los Banu Hashim se vieran obligados a alimentarse con las hojas de los árboles[4] ya que, de hecho, recibían víveres de seguidores de Mahoma que no pertenecían al clan – y no estaban, por lo tanto, sujetos al ostracismo – y de idólatras que no estaban dispuestos a obedecer el bando de los coraishíes.   Los lazos de sangre fueron decisivos y así el pagano Hakim b. Hizam, que era primo de Jadiya, les hizo llegar provisiones a través de Abu-l-Bajtari b. Hasim b. Asad que también era idólatra.  Los suministros consistieron en diversas caravanas de camellos lo que indica hasta qué punto los coraishíes no contaban con la fuerza suficiente para garantizar el cumplimiento de su bando.  A decir verdad, el empeñarse en mantener aquella situación seguramente les causaba más trastornos a ellos que a Mahoma y a sus seguidores.

    Convencidos de la inutilidad de aquella medida que se había extendido a lo largo de un trienio y cansados de los perjuicios que se derivaban de ella, finalmente, según la tradición, Hisam b. Amr al-Amiri, Zuhayr b. abi Umayya al-Majzumi, al-Mutim b. Adi, Abu-l-Bajtari b. Hisam y Zamaa b. Al-Aswad se reunieron para formar una alianza que concluyera con la derogación del dañino bando.  Así, al día siguiente, después de que los coraishíes hubieran dado las siete vueltas de ritual a la Kaaba , Zuhayr pidió que se acabara con el ostracismo a que se sometía a Mahoma y a los que lo apoyaban.  Inmediatamente, los otros cuatro se sumaron a la exigencia de Zuhayr.  No fue bien recibida la propuesta.  A decir verdad, en la plaza de la Kaaba estalló un disturbio y Abu Shahl acusó a los cinco de formar parte de una conspiración.  Según la tradición, uno de los cinco corrió hacia la Kaaba para arrancar el bando, pero ya había sido carcomido por los gusanos y sólo quedaba escrita en él la palabra Al.lah. 

     Para Abu Talib, aquellos acontecimientos no pudieron ser más dichosos.  Incluso compuso una poesía para celebrarlo que nos ha llegado a través de Ibn Ishaq.  En ella[5], se indica que “todo lo que va contra la voluntad de Al.lah es destruido”  y que el no aceptar la predicación de Mahoma constituía “un delito tan grave que lo justo habría sido que por él se hubieran cortado manos y cuellos y que la gente de la Meca huyera y emigrara con los corazones rebosantes de miedo ante el castigo”.  No se puede decir que el tío de Mahoma buscara la conciliación, pero lo mismo hay que señalar de los enemigos de la predicación.  Por las fuentes cabe colegir que los ánimos estaban tan caldeados que las disputas, incluso violentas, podían estallar por cualquier motivo.  Fue ése el caso de Labid, un poeta que no había abrazado la predicación de Mahoma y que, como tantos compañeros antes y después de él, se dedicaba a cantar visiones de la vida que no necesariamente encajaban con una visión trascendente.  En una ocasión, Labid recitaba su poesía ante un grupo de oyentes y pronunció un verso en el que afirmaba que todo es vano sin Dios.  Ibn Mazun, un seguidor de Mahoma que estaba presente, aprovechó la afirmación para decir que Labi acababa de pronunciar una verdad.  Sin embargo, cuando el poeta afirmó que las cosas placenteras no perduran, Ibn Mazun le gritó que mentía porque el disfrute del Paraíso sí lo era.  La disputa concluyó con Ibn Mazun recibiendo una paliza a manos de un idólatra.  Poca duda puede haber de que, en aquellos momentos, Mahoma y sus seguidores mantenían un comportamiento no-violento.

     A lo anterior, se añadía la duda inextinguible entre sus adversarios de que Mahoma recibía el contenido de sus mensajes no de una divinidad sino de otro ser humano.  En esa época, se insistió en que el mentor espiritual de Mahoma era un cristiano llamado Shabr, esclavo de los Banu Hadrami.  Shabr regentaba una taberna cerca de al-Marwa a donde Mahoma acudía con frecuencia.  Como hemos tenido ocasión de señalar[6], las últimas investigaciones indican que una parte notable del Corán podría estar tomada directamente de un himnario cristiano de origen siríaco lo que encajaría con este dato.  Sin embargo, no es posible ser categórico al respecto.  Las fuentes musulmanas, obviamente, no podrían reconocer esa influencia – sí lo ha hecho algún autor musulmán contemporáneo[7] – pero la insistencia en negarlo que encontramos en el Corán deja de manifiesto que fue una acusación especialmente dañina para Mahoma.  La aleya 105/103 de la sura 16 intenta dar respuesta a esa acusación:

 

  1. Bien sabemos que dicen: «A este hombre le enseña sólo un simple mortal». Pero aquél en quien piensan habla una lengua extranjera, mientras que ésta es una lengua árabe clara.

 

        La respuesta a la objeción – Mahoma comunicaba su mensaje en árabe – no era demasiado sólida siquiera porque siempre cabía la posibilidad de que mediara una traducción, traducción que, según algunos autores [8] explicaría algunos de los pasajes más oscuros del Corán. 

     A la sospecha sobre la originalidad de su revelación, se sumaba la repetición de una circunstancia que debía causar un profundo dolor a Mahoma.  Nos referimos al hecho de que no tuviera hijos varones.  Uno de sus enemigos, Al-as b. Wail al-Sahmi insistía, por ejemplo, en que no debía prestársele mucha atención porque, al carecer de descendientes varones que sobrevivieran, acabaría cayendo en el olvido y dejaría de ser un incordio.  La tradición ha identificado esa circunstancia como el contexto para recibir la sura 108 en que se amenazaría con ese castigo a los que aborrecían a Mahoma:

 

¡En el nombre de Al.lah, el Compasivo, el Misericordioso!

  1. Te hemos dado la abundancia.
  2. Ora, pues, a tu Señor y ofrece sacrificios.
  3. Sí, es quien te aborrece el que se verá privado de posteridad.

 

     Es posible que la tradición, afirmada por distintos autores islámicos, sea correcta en la identificación del contexto de esta sura.  Cierto es que Mahoma no llegó jamás a tener un hijo varón que le sobreviviera. Para colmo, en breve iba a sumar a aquellos pesares uno mucho más profundo si cabe.

CONTINUARÁ


[4]  En el mismo sentido, J. Vernet, Oc, p. 54.

[5]  En el mismo sentido, J. Vernet, Oc, p. 55.

[6]  Véase supra p. .

[7]  A. Youssef, Le moine de Mahomet, París, 2008.

[8]  Véase en especial los trabajos contenidos en Ibn Warraq (ed), Virgins ?  What Virgins ? and Other Essays, Armhest, 2010.

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