En las suras identificadas convencionalmente con este período, se insiste machaconamente en que los profetas fracasaron en el pasado no por culpa suya sino por la dureza de corazón de aquellos que debían recibir su mensaje; en que los que se congregan en torno al profeta han de aceptar con resignación esos sinsabores y en que, piensen lo que piensen los incrédulos, el mensaje es veraz.
Al igual que en el segundo período, Abraham y Jesús se convirtieron en ejemplos de hombres enviados por el dios único que tuvieron que enfrentarse con los oídos sordos de los incrédulos, en este segundo período, las revelaciones anunciadas por Mahoma enfatizaron las referencias a un Moisés al que no quisieron escuchar ni sus propios compatriotas amén del faraón (7: 102/104-175/176) o a José, caso de ser auténtica la sura 12, al que sus propios hermanos maltrataron. De la misma manera que ambos fueron reivindicados por el dios único era de esperar que Al.lah también reivindicaría en algún momento a Mahoma, pero cuando tendría lugar ese acontecimiento quedaba en la sombra.
Por lo que se refería a los que rechazaban el mensaje de Mahoma en la Meca, era obvio que nunca aceptarían su predicación (16: 39/37), pero no por ello su destino resultaría más halagüeño que el que tuvieron que afrontar otras naciones en el pasado (46: 25/26-27/28).
Cuando se leen las suras de la época, no se puede evitar la sensación de que no había indicio alguno de que la situación pudiera cambiar. Ciertamente, Al.lah, el el día del Juicio, acabaría premiando a los que habían creído la predicación de Mahoma y castigando severamente a los incrédulos, pero nada indicaba que fuera a producirse un cambio de situación en el futuro. Sin embargo, en la vida de Mahoma iba a tener lugar un cambio radical que se reflejaría en el contenido de su predicación, en el éxito de la misma, en el número de sus seguidores y en la suerte de sus adversarios.
CONTINUARÁ