Aquellas escapadas no debieron de pasar desapercibidas a los coraishíes que además no tardaron en enterarse del Juramento de la guerra. A pesar de todo, como permanecían en la Meca Mahoma y su familia, Alí b. abi Talib y Abu Bakr al-Siddiq no debieron de pensar que existiera algún peligro para ellos. Los coraishíes no habían llegado a ver - ¿quién hubiera podido hacerlo? – uno de los pasos más geniales dados por Mahoma. Nos referimos a la sustitución de la lealtad de la sangre por la derivada de un vínculo más relevante, el religioso. Semejante sustitución no era original ya que la encontramos también en el cristianismo primitivo. Tampoco sería siempre feliz en los siglos siguientes ni se mantendría frente a toda eventualidad. Sin embargo, en aquellos momentos, proporcionó una notable fortaleza al grupo. A Mahoma no lo apoyaba ya su clan con mayor o menor convicción sino que lo respaldaban los emigrados de la Meca, un número considerable de aws y de jazrach, sus hermanos de leche y el clan de Halima. El pacto – como ecuménico lo han definido algunos autores[2] – no se aplicaba a los seguidores estrictos de Mahoma, únicamente sino también a monoteístas que estaban dispuestos a aceptar su caudillaje.
Extrañados por lo que estaba sucediendo, los coraishíes convocaron una reunión en la Dar al-Nadwa, es decir, la sede de reuniones consultivas en las que podían participar aquellos de entre los suyos que hubieran superado los cuarenta años. La decisión a la que llegaron los idólatras fue la de que asesinar a Mahoma acabaría con todas las complicaciones que llevaban soportando desde hacía años. Por supuesto, eran conscientes de que podían desencadenarse represalias, pero, para evitarlas, decidieron que el crimen lo perpetrara un grupo de jóvenes a razón de uno por cada clan coraishí.
El plan fracasó. Según una tradición relacionada con la legitimación de las pretensiones de Alí, Mahoma fue advertido – según la tradición por el ángel Gabriel. Procedió entonces a ordenar a Alí que vistiera su manto verde hadrami en el que se envolvía para dormir. De creer la tradición, Alí tuvo realmente suerte porque los conjurados, al entrar en la casa, lo tomaron por Mahoma, pero, en lugar de darle muerte, esperaron a que amaneciera para llevar a cabo sus propósitos. Al percatarse entonces de que se trataba de alguien diferente, no le causaron daño alguno. Sucediera lo que sucediera, Mahoma era más que consciente de lo que podía acontecerle y dio orden de preparar la huida hacia Yatrib. Tenía a la sazón cincuenta y tres años.
CONTINUARÁ
[1] Sobre el tema, véase: J. Akhter, Oc, p. 59 ss; T. Andrae, Mahoma…, pp. 39 ss; K. Armstrong, Oc, pp. 134 ss; M. Cook, Muhammad…, pp. 12 ss; E. Dermenghem, Mahomet…, p. 42 ss; J. Glubb, Oc, pp. 149 ss; M. Lings, Oc, pp. 134 ss; F. E. Peters, Oc, pp. 167 ss; T. Ramadan, Oc, pp. 81 ss; J. Vernet, Oc, pp. 65 ss; W. M. Watt, Oc, pp. 77 ss; C. V. Gheorghiu, Oc, pp. 220 ss. De especial interés resulta también M. Lecker, “Muhammad at Medina: A Geographical Approach”, Jerusalem Studies in Arabic and Islam, 6, 1985, pp. 29-62.
[2] F. M. Donner, Muhammad and the Believers. At the Origins of the Islam, Cambridge y London, 2010, p. 56 ss.